ANÓNIMO
TALLER DE LEONARDO DA VINCI
Sala 49. Cat. P504. 1503-1516. Óleo sobre tabla. 76,3 cm × 57 cm.
No hay duda de que el Prado está lleno de secretos por desvelar. El último en salir a la luz pública, con verdadera conmoción, fue el «descubrimiento» de la hoy llamada Gioconda de Madrid. Se trata de una versión del célebre retrato de Lisa Gherardini que fue pintada a la vez que el del Louvre, en el taller de Leonardo y seguramente bajo su supervisión. El maestro Fovel ya le había insinuado a Javier Sierra que el día en el que limpiasen ese cuadro alguien se llevaría una sorpresa, y sus palabras fueron proféticas.
Ya a principios del siglo XX la obra había estado envuelta en polémica: con el robo de la Gioconda del Louvre, la prensa volvió los ojos hacia esta poco considerada obra; un desconocido que firmaba como The Spaniard envió en 1911 una carta a The New York Herald aduciendo detalles técnicos que demostraban que el cuadro era un auténtico Leonardo. Según este anónimo, las descripciones que Vasari —el biógrafo de los principales artistas del Renacimiento, contemporáneo de ellos, y a quien debemos el título del cuadro— había hecho de la pintura de Leonardo se correspondían más con el cuadro del Prado que con el del Louvre.
Cuando un siglo después, a principios de 2011, se comprobó que el fondo negro de la obra era un añadido de 1750 y se procedió a retirarlo, apareció un paisaje idéntico al de la Gioconda de París. La noticia corrió alrededor del mundo con gran revuelo en los círculos artísticos y llamadas a la prudencia por parte de los responsables del museo.
Hay varias lagunas en torno a esta obra que son dignas de mención. La primera es su propia procedencia. La mención más antigua al cuadro de Madrid data de 1666 y se encuentra en el inventario de obras del Alcázar. La hipótesis de los expertos es que fue un regalo de Diego Mesía, gobernador de Milán y experto en arte, a la corte española. Otra hipótesis apunta a que quizá lo importó a España Pompeo Leoni, escultor de Felipe II, el mismo que había adquirido de Orazio —hijo de Melzi, heredero universal de Leonardo— los dos códices de Da Vinci que hoy se custodian en la Biblioteca Nacional.
El segundo enigma, sobre el que se han vertido ríos de tinta, se refiere a la identidad de la dama retratada. Vasari había descrito así la pintura: «En las cejas se apreciaba el modo en que los pelos salen de la carne, más o menos abundantes y, girados según los poros, no podían ser más reales». Curiosamente, la Gioconda de París no tiene cejas, y éstas no aparecen tampoco en las radiografías de la tabla, mientras que sí son bien visibles en la Gioconda de Madrid.
Existe también un boceto de Rafael Sanzio realizado en una de las visitas al taller de Leonardo, que muestra una dama más juvenil que la del Louvre flanqueada por dos columnas. Este elemento apenas se insinúa en la Gioconda francesa, pero sí destaca (y mucho) en la del Prado.
Javier Sierra ha encontrado otra pista en el Trattato dell’arte della pittura, escrito por un discípulo de Rafael llamado Giovanni Paolo Lomazzo, en donde dio con un encendido elogio a las obras de Leonardo; el autor las enumera y entre ellas alude a «la Gioconda y la Mona Lisa», es decir, ¡las cita como dos obras diferentes!