SANDRO BOTTICELLI
Sala 56b. Panel I. Cat. P2838. Hacia 1483. Técnica mixta sobre tabla. 83 cm × 138 cm.
Las tres tablas que conforman esta obra ilustran una historia de fantasmas. Botticelli plasmó en ellas un episodio extraído del Decamerón de Boccaccio: un relato titulado «El infierno de los amantes crueles». En él, un joven llamado Nastagio (que es el hombre que viste medias rojas y botas amarillas en las tres tablas) acude a un bosque cercano a Rávena con la intención de quitarse la vida. Tiene el corazón roto porque su amada, una joven de Florencia hija de un rico comerciante, lo ha rechazado. Esto se representa en el primer panel. El joven aparece representado dos veces, la primera triste y meditabundo y la segunda asombrado ante una repentina visión: una mujer desnuda se cruza en su camino, perseguida por un violento jinete y sus perros de caza.
Sala 56b. Panel II. Cat. P2839. Hacia 1483. Técnica mixta sobre tabla. 82 cm × 138 cm.
Sala 56b. Panel III. Cat. P2840. Hacia 1483. Técnica mixta sobre tabla. 84 cm × 142 cm.
En el segundo panel, Nastagio intenta defender a la mujer, pero el jinete ya se ha apeado de su caballo y le arranca las entrañas para dárselas de comer a sus perros. Dicho caballero, que se presenta a Nastagio como Guido, le da la explicación de lo que acaba de ver. Guido es, en realidad, el fantasma de un suicida que se mató en ese bosque al no ser correspondido por la mujer a la que perseguía. Ambos fueron condenados en el más allá a repetir cada viernes esa terrible escena. Él por suicida; ella por haberse negado a casarse con un hombre bueno. El maestro le señala a Sierra cómo al fondo de la segunda escena están representados de nuevo el caballero y la mujer, para subrayar esa condena eterna a repetir el brutal episodio.
En el tercer panel, Nastagio prepara un banquete en ese bosque el viernes siguiente, al que invita a la familia de su amada. Cuando la horrible secuencia espectral se repite, todos los invitados quedan vivamente impresionados; entonces la muchacha toma buena nota de la amarga moraleja y decide ablandar su corazón y casarse con Nastagio (Fovel recalca cómo ambos se cogen de la mano en el lado derecho de la tabla).
¿Cuál es el final de la historia? Existe un cuarto panel en un palacio de Venecia que representa la boda de la hija del comerciante con Nastagio.
Los tres paneles fueron un regalo de boda de la familia Pucci al clan de los Bini, dos poderosas sagas florentinas. En él, por supuesto, se escondió un subrepticio mensaje de sumisión de la novia al novio.
La brillante luz de algunas obras de Botticelli esconde un reverso tenebroso de intolerancia, profecías y herejías que sólo conociendo la Historia se puede descifrar. Botticelli sabía cómo pintar lo sobrenatural, y lo hacía con una sencillez que no se vería de nuevo hasta la llegada de Rafael. Sólo unos años después de la pintura de estas tablas, Florencia se convirtió en la ciudad de las profecías por excelencia, sobre todo tras la aparición de Savonarola, un dominico que arremetía contra la corrupción de la Iglesia, de la política y de toda la ciudad. Su fama e influencia se hicieron tan grandes que varios personajes intentaron acabar con él por culpa de sus prédicas revolucionarias y escandalosas. Savonarola anunciaba el fin del papado y la llegada de una teocracia a Florencia, e incluso amenazaba a las autoridades con todo tipo de castigos divinos si no se unificaban los poderes religioso y político. Junto al hermano Maruffi, de su mismo convento de San Marcos, tuvo visiones en las que anunciaba la llegada de ese reino milenario del que hablaba De Fiore. En algún momento que desconocemos, Botticelli pasó de comulgar con los neoplatónicos a unirse a los exaltados de Savonarola, hasta el punto de que llegó a abandonar la pintura y lo convencieron de que destruyera las obras de su época pagana, que quemó en las célebres «hogueras de las vanidades» de aquel tiempo. Tras la muerte del dominico, ahorcado y después quemado públicamente en Florencia por herejía, Botticelli llegó a pintar con arreglo a las ideas de Savonarola una obra conocida como La Natividad mística. En ella, el nacimiento de Jesús no es un acontecimiento del pasado, sino profético, que vendrá acompañado de símbolos como ángeles que se abrazarán a los hombres y diablos golpeados y derrotados; así lo predicó Savonarola en el sermón de la Navidad de 1494, en el que anunció que Florencia y el Papado caerían, moros y turcos se convertirían al cristianismo y llegaría una era de prosperidad y conexión directa con Dios.
La Natividad mística.
Sandro Botticelli (1501).
The National Gallery, Londres.
De modo muy significativo, Botticelli incluyó en esta obra, junto a su firma, una inscripción que remite a un pasaje de los capítulos 11 y 12 del Apocalipsis de san Juan: pasajes sobre dos testigos que profetizan en la ciudad santa durante mil doscientos sesenta días, son asesinados y ascienden al cielo en forma de nube. Savonarola creía que estos textos se referían a él y a uno de sus compañeros. Y, en efecto, ellos predicaron durante tres años y medio (unos mil doscientos sesenta días) y ascendieron, literalmente, a los cielos, tras ser convertidos en ceniza en la pira que les preparó la Inquisición. Cuando Botticelli pintó la Natividad, creía en el inminente regreso de Cristo a la Tierra: una idea que orbitaba, junto a la del Papa Angélico o reformador, en muchas mentes de la época.