EL TRIUNFO DE LA MUERTE

PIETER BRUEGHEL EL VIEJO

Sala 56a. Cat. P1393. Hacia 1562. Óleo sobre tabla. 117 cm × 162 cm.

Esta sobrecogedora pintura puede verse como complementaria a El jardín de las delicias. Si la del Bosco bebe del primer libro de la Biblia, la de Brueghel lo hace del último, el Apocalipsis de san Juan; y ambas, además, esconden un mensaje secreto sólo descifrable para los que sepan qué código se ha de emplear.

Más allá de su obvia filiación con las pinturas llamadas «danzas macabras» o «de la muerte», típicas del medievo centroeuropeo, la obra es un ejemplo perfecto del ya perdido arte de la memoria, la capacidad de leer en imágenes que en el siglo XVI estaba entrando en decadencia. El arte de la memoria se empleó en los largos siglos que precedieron a la aparición de la imprenta para transmitir conocimientos de cualquier clase que, por las complicaciones evidentes que entrañaba su difusión, no podían ponerse por escrito, de modo que se asociaban a una imagen inusual: un icono, una expresión geométrica, arquitectónica o artística. Así, al reconocer esa imagen, de inmediato el «lector» (normalmente un intelectual, un noble instruido o un artista) la asociaba con una fórmula química, una narración o una idea de algún tipo. Esto se aprecia con claridad en la obra alquímica Mutus Liber, un importante tratado sin una sola palabra escrita, compuesto tan sólo de imágenes y emblemas exóticos que transmitían fórmulas, datos y procedimientos a otros alquimistas (y no olvidemos que todos los pintores tenían algo de alquimistas en su tratamiento de las texturas y los materiales). Así se comunicaba la información de forma ilegible para todo el que no estuviese iniciado en el saber, método que, tras la aparición de la imprenta, se siguió empleando para sugerir y transmitir mensajes peligrosos, fuera de la ortodoxia. Justo como ocurre en esta obra.

Fovel explicó a Sierra que Brueghel fue miembro de un culto secreto que esperaba la llegada inminente del fin de los tiempos, la Familia Charitatis (también llamada Familia del Amor), fundado por el comerciante holandés Hendrik Niclaes hacia 1540. ¿En qué creían estos familistas, como los llamaban sus enemigos? Esperaban la llegada de un inminente fin del mundo ante el que sólo Cristo podría salvar a la humanidad porque la Iglesia estaba corrupta. También creían que al principio de los tiempos el ser humano había sido uno con Dios, pero esa conexión se embruteció tras el pecado de Adán. Sin embargo, los familistas «sabían» que todos los humanos conservamos aún —latente, oculta— la capacidad de comunicarnos directamente con el Padre (idea sospechosa en su época, porque dejaba fuera a la Iglesia). Defendían, además, que todas las religiones del mundo se fusionarían en esta nueva fe de Niclaes, ya que todos pertenecemos a la estirpe de Adán (un punto, por cierto, que los conecta con los adamitas de El jardín de las delicias). Para Fovel es un hecho que Brueghel perteneció a esta secta, pues llegó incluso a ilustrar uno de los libros de Niclaes, el Terra Pacis. Además, en su viaje de formación por Europa, conoció a varios destacados miembros de esta secta, como el impresor más importante de su tiempo, Palatino, o a Arias Montano, futuro bibliotecario de Felipe II, que intentaba imprimir la Biblia Regia, una Biblia políglota.

Como El triunfo de la muerte fue el cuadro favorito de Brueghel, sería lógico pensar que éste es el relato de un apocalipsis que precede a otra nueva era, tal como defendían los familistas y las obras de Niclaes, prohibidas y perseguidas por la Inquisición.

Así se concluye que este cuadro a primera vista sin esperanza, esta muestra de la destrucción de la muerte, tiene en realidad un significado muy distinto. ¿Cuál es la clave? Según le explicó el maestro Fovel a Javier Sierra, ésta se esconde en el Alfabeto de la Muerte de Hans Holbein el Joven, una serie de veinticuatro letras mayúsculas para imprenta rodeadas de esqueletos diseñada hacia 1523. Para Fovel, Brueghel copió directamente algunos de esos tipos en su obra; así, la forma de los esqueletos en el cuadro remite de modo inequívoco a algunas de las letras del alfabeto de Holbein y deja un mensaje cifrado a los ojos de todos, pero sólo comprensible para los iniciados. ¿Dónde mirar para descubrirlo?

• La letra A del alfabeto de Holbein presenta a una pareja de esqueletos que tocan la trompeta y los timbales. A la derecha del cuadro, sobre el gran cajón en el que los esqueletos introducen a los desdichados hombres, se distingue a un esqueleto tocando dos timbales.

• En el centro de la composición, un esqueleto jinete sostiene una guadaña gigantesca, muy similar al motivo de la letra V.

• Debajo del caballo se aprecia a un personaje postrado que mira hacia el cielo pidiendo clemencia, que el maestro Fovel identifica con la letra I.

• En la parte inferior, hacia la derecha, otro esqueleto vierte unas cantimploras metálicas, motivo que Fovel relaciona con la letra T.

Letras del Alfabeto de la muerte.

Hans Holbein (hacia 1538).

Estas cuatro letras forman la palabra vita, vida en latín, una promesa de que tras el horror y el dolor de la muerte nos aguarda más vida.