EL JARDÍN DE LAS DELICIAS

EL BOSCO

Sala 56a. Cat. P2823. 1500-1505. Óleo sobre tabla. 220 cm × 389 cm.

Esconde muchos misterios, su interpretación es muy discutida y ni siquiera podemos dar su nombre por seguro. Se la ha llamado El reino milenario, La pintura del madroño y, más recientemente, El jardín de las delicias. Pese a las controversias que ha generado siempre, su influjo es tan poderoso que fue una de las obras elegidas por Felipe II para llevarse a El Escorial y contemplarla durante su agonía.

¿Por dónde empezar a mirar? Como se trata de un tríptico, la forma natural de acercarse sería con los paneles cerrados: en una escena desprovista de color, Dios contempla su creación. Estamos ante el reino del Padre del que hablaba Joaquín de Fiore. Este monje italiano del siglo XIII fue un vidente e intelectual que creía en la llegada del «reino milenario», un período de mil años en los que Jesús reinaría por fin en la Tierra. Clasificó la Historia de la Humanidad en tres etapas; la primera, el reino del Padre, es el período en el que Dios dio forma al mundo, y es la que se representa en el tríptico cerrado.

De Fiore creía que la historia debía estudiarse o bien desde la creación hasta el nacimiento de Jesús o bien desde el nacimiento de Jesús hasta su segunda venida, que él creía inminente. El monje llegó a esa conclusión después de razonar que ambos períodos históricos eran paralelos, duraban lo mismo y el uno se reflejaba en el otro. Como consecuencia, estudiando el primero se podría llegar a adivinar lo que sucedería en el segundo.

El jardín de las delicias. Cerrado: «La creación».

Teniendo en cuenta esto, hay dos formas de leer esta tabla. Según el panel que se abra primero (o el lugar desde el cual se elija empezar a observar), la obra tiene diferentes significados:

• Si se empieza por la izquierda, se escoge el primer período, que el maestro Fovel llama «de la advertencia»: se asiste así al paraíso y a la creación de los «primeros padres», a la multiplicación de los hijos de Eva y a su corrupción; y, finalmente, se les advierte de su castigo, el infierno, en una tabla que es muy diferente a las otras dos.

• Si se empieza por la derecha, se escogerá el camino «de la profecía»: el primer panel (ese que antes creíamos que era el infierno) debe ser interpretado como el reino del Hijo. Es el mundo en el que vivimos hoy: un lugar sin naturaleza; sólo se representan cosas hechas por el hombre. El panel central, con su exuberancia vegetal y animal, indica lo que está por venir: una humanidad que se librará poco a poco de las cargas materiales. Ya no sería la representación de los pecados del hombre, sino un estadio evolutivo superior. Y de este modo, la tabla de la izquierda representaría el final de los días, cuando volveremos al paraíso de la mano de Jesucristo.

Según esta visión, al final de los tiempos dialogaremos directamente con Dios. La Iglesia y los Evangelios no serán necesarios. Las ideas controvertidas de De Fiore se difundieron secretamente por Europa hasta cristalizar, tres siglos después, en esta pintura, encargada al Bosco por alguien que desconocemos interesado en reflexionar sobre estas interpretaciones de la Historia.

Según la teoría de Wilhelm Fraenger (1890-1964), el tríptico no es sino una herramienta para que los Hermanos del Espíritu Libre puedan meditar sobre sus orígenes y su destino. También se los conoció como adamitas, un movimiento herético cuyos miembros practicaban sus ritos desnudos y en cavernas. Se consideraban hijos de Adán y sublimaban el cuerpo desnudo, despojándolo de toda intencionalidad erótica, y defendiendo el amor platónico. Para Fraenger, si el Bosco no fue adamita, sí tuvo un conocimiento directo de la secta, y probablemente la obra le fue encargada por un miembro poderoso y rico de ella. No sabemos quién fue, pero sí conocemos su rostro: en el extremo inferior derecho del panel central, aparecen un hombre y una mujer que salen de una especie de gruta: el hombre es el único que va vestido en todo ese panel y el único que mira al espectador. Se cree que podría ser el donante que encargó y pagó el cuadro. Además, sobre su hombro aparece un rostro desdibujado que se identificaría con el del Bosco. ¿Y a quién señala ese donante? A la «nueva Eva», que sostiene una manzana en la mano y se asoma al umbral de una puerta. Dama y puerta explican el significado del cuadro, que, según Fraenger, era utilizado por los devotos del Espíritu Libre como herramienta para acceder a un universo espiritual mediante la meditación, a través de la cual se sumergían en la obra. Se ha dicho que este viaje se realizaba cuando el adepto detenía la mirada en la lechuza del panel izquierdo que asoma en la «fuente de la vida». Las distintas lechuzas que figuran en el cuadro serían la llave para acceder a ese universo. ¿Y cuál es el medio? ¿La meditación? ¿Ciertas drogas? Lo desconocemos.

Estamos, pues, ante una obra-llave: un instrumento para aguijonear nuestra conciencia, una herramienta para acceder a otro estado espiritual. Felipe II lo sabía y se convirtió, pese a sus firmes convicciones católicas, en el mayor coleccionista de obras del Bosco.