Historia romántica de Lario, un estudio
LADY MORGAN, SUCESOS Y CORRESPONDENCIA
Confalonieri conocía de primera mano la tendencia hereditaria de los Fontana al patriotismo y entendía los motivos que habían llevado al joven Domenico a tomar la decisión de alistarse en la armada italiana. Por eso le resultó tan fácil reclutarlo para su Liga Patriótica Lombarda, una sociedad secreta fundada por Porro, Visconti y él mismo poco después de que Napoleón Bonaparte se autoproclamara rey de Italia.
Apareció sin anunciarse en Villa Fontana, con el pretexto de hablar con Giorgio y Alberta Fontana sobre la posibilidad de arrendar la mitad de la finca a una pareja de recién casados procedentes de Irlanda, los Morgan, que deseaban pasar los primeros meses de su luna de miel en Italia. Pero era la hora de la siesta y todavía la casa dormitaba al amparo del fresco de sus paredes. Preguntó por Domenico, lo levantó del butacón y lo invitó a acompañarle arriba y abajo del jardín, de sombra en sombra, para entretener la espera.
—Abbondia, tráenos una jarra de limonada al mirador —ordenó el chico al ama de cría.
Si la vieja hubiera sido un perro, habría gruñido al marqués porque adivinaba sus intenciones, pero, humana como era, se limitó a lanzarle una mirada amenazante y luego desapareció por la puerta de la cocina.
Una vez a solas, Gonfalonieri habló.
—Me han dicho que se ha graduado con honores en la academia militar —dijo—, que lo han nombrado ayudante de campo del general Pino —añadió—. Sea enhorabuena, Fontana.
—Gracias, señor —respondió Domenico, halagado.
—Le honra haberse enrolado en el ejército italiano. Demuestra usted un arrojo y un coraje admirables. Pero se ha equivocado de armada, joven —agregó en tono confidencial, bajando la voz—. Sin darse cuenta se ha puesto a las órdenes de un tirano que tiene el ego del tamaño de Rusia.
Domenico lo contempló, extrañado. Había oído hablar de la animadversión de Confalonieri y sus amigos por todo lo que viniera de Francia. Se declaraban patriotas nacionalistas y se rebelaban en contra de los tejemanejes de Napoleón Bonaparte por considerarle un déspota infame, enemigo de la nobleza, un esnob desleal y un loco.
—Hemos sido traicionados por el general Bonaparte —continuó Confalonieri—. Nos prometió protección contra el austriaco, capacidad de decisión e independencia, pero, ávido de poder, ambicioso y astuto como es, ahora pretende quedarse con todo lo que nos pertenece. Por eso hemos fundado la Liga Patriótica Lombarda: para poder desenmascarar las maniobras de Bonaparte y hacerle la puñeta.
En ese momento llegó Abbondia con la bandeja de la limonada. En el fondo del vaso destinado a Confalonieri había un escupitajo de babas y hierbas. El marqués rechazó con un movimiento de cabeza semejante brebaje venenoso y, una vez que la bruja regresó a casa, reanudó su discurso.
—Necesitamos jóvenes valientes como usted, Fontana, dispuestos a arriesgar la vida por su patria.
—No le entiendo —protestó Domenico—. Me pide que arriesgue mi vida por la patria y eso es exactamente lo que estoy a punto de hacer. En unos días partiré con la división del general Pino hacia Siberia.
—Donde cavarán su propia tumba.
—¡No! —protestó, enérgico—. Los italianos venceremos.
—Se equivoca, amigo —continuó Confalonieri—. El único que vencerá será Bonaparte. La sangre de nuestros jóvenes servirá para abrirle el camino hacia Inglaterra, ¿no lo entiende? Si cae Rusia, cae Gran Bretaña. No me gustaría estar en la piel de ningún inglés cuando llegue ese día. —Dejó pasar un minuto de silencio, el chismorreo de las chicharras y el arrullo de las tórtolas—. Por cierto —dijo cambiando de tercio, astuto—. Me han contado que en el baile de graduación conoció a Elisabeth King.
Domenico cayó en la trampa.
—¿Es real, entonces? ¿Usted también puede verla? —balbuceó.
—Claro. Es una belleza, sin duda. Inglesa. —Y añadió con intención—: Si Bonaparte se sale con la suya, los ingleses lo pasarán muy mal. Desde la proclamación del Reino de Italia, muchos británicos como los King han tenido que refugiarse en Suiza, e incluso allí, sus vidas corren un grave peligro.
Estas palabras del conde surtieron el efecto deseado en décimas de segundo. Fue como si Domenico Fontana se despertase de pronto de un letargo con una sacudida eléctrica.
—¡No lo consentiré! —gritó, golpeando la mesa y la limonada se derramó por el borde de la jarra.
—No se sulfure, joven —trató de tranquilizarlo Confalonieri, tomándolo del brazo—. Tengo un plan.
Un par de días más tarde, ya plenamente convencido Fontana de su necesaria intervención en el curso de la historia y habiendo amalgamado patriotismo y enamoramiento, aleación irrompible, se reunieron él y Confalonieri con Porro y Visconti a puerta cerrada y entre los tres le explicaron el proyecto.
En realidad, no se les había ocurrido ninguna idea revolucionaria. El plan consistía en el viejo truco de espiar al bando contrario desde el interior de las filas enemigas. Domenico habría de hacerse con los documentos secretos en los que se recogían los planes militares de las tropas italianas en Rusia y entregárselos a un emisario que se los haría llegar al Alto Mando inglés. Una vez decapitado el traidor, los italianos se declararían independientes tanto de Francia como de Austria y harían por fin realidad el sueño de una Italia unida y libre.
Cuando aquella tarde Domenico les comunicó a sus padres que pronto, muy pronto, partiría hacia el frente ruso, Abbondia, que siempre escuchaba detrás de las puertas, lo agarró por las solapas de la camisa y lo sacó en volandas a la calle. Tenía una conexión mágica la bruja con las criaturas del piccolo popolo; un sexto sentido que la avisaba cuando peligraba el equilibrio establecido por la naturaleza entre los dos mundos.
Hacía días que conocía el enamoramiento de Domenico. Lo veía subirse a la barquita de remos en medio del silencio de la noche y lo esperaba despierta hasta que regresaba sano y salvo a casa. En cuanto ató los cabos de la visita del marqués, el nombre de Elisabeth King y la inminente marcha del muchacho, el orgullo con el que levantaba la cabeza al contarlo, que más parecía un acto de heroicidad que una maldita escaramuza bélica, lo entendió todo. Entendió cuál era el origen del desasosiego que mortificaba sus viejos huesos.
Abbondia sabía que el amor de una náyade tiene los días contados y quiso prevenir a Domenico sobre la futilidad de la vida en el inframundo. Le contó que las aguane son incapaces de sobrevivir más de un par de días separadas de su laguna.
—En cuanto se aleje de su claro del bosque, tu ninfa morirá sin remedio. La devorarán los hongos, la asfixiarán los pólenes o la envenenarán las aguas. Así de cruel es el mundo que habita.
—Pues construiremos una cabaña en el bosque, que su razón de ser es la de proteger a la naturaleza de las intromisiones y las perversiones de los hombres.
—¿Por qué crees, Domenico, que Scarpia y Volta sufren de piedras en el riñón? ¿Quién crees que las sembró en sus entrañas? Que tienen los pies del revés, con los dedos hacia atrás para confundir a quienes las buscan, para que crean que caminan de frente cuando lo hacen de espaldas. Y que roban a los recién nacidos de sus cunas por venganza hacia sus padres. Y que a veces malogran los embarazos de las mujeres que no merecen llevar una nueva vida en su vientre.
—¿No la habrás besado, niño mío?
—¿Y qué si la he besado?
—Si la has besado, estás perdido. Ambos lo estáis. Sufriréis las consecuencias. Enfermaréis y moriréis los dos.
CARTA DE ABBONDIA A SAN ABBONDIO
Santo Abbondio, protege a los hijos de Lario de sus propios errores. No tengas en cuenta su estupidez y líbralos del mal.
Amén.