Maradona: «Majo, pero un poco pesado»

Argentina llegó al Mundial 2010 con Maradona de seleccionador y Messi convertido ya en una figura universal. Más otros buenos jugadores por arriba. Con todo ello, y a pesar de que en la clasificación de la zona sudamericana Argentina solo había podido ser cuarta, llegó con cierta vitola de favorita. Y la personalidad de Maradona, que seguía siendo arrolladora, fue uno de los motivos de interés del campeonato. Con la clasificación para Sudáfrica había resuelto bien las primeras dudas sobre su mito. Argentina, que siempre le adoró, empezó a tener dudas cuando la marcha en el grupo clasificatorio no fue tan arrolladora como se esperaba, ni mucho menos. Había entrado con el proceso ya en marcha, por el paso vacilante que llevaba Argentina, lo que le costó el puesto al Coco Basile. Empezó con una goleada sobre Venezuela, pero el segundo partido fue un estrepitoso fracaso: derrota por 6-1 en Bolivia. Aquello dejó aturdido a todo el mundo, incluido a Maradona. Luego llegaron otros tropiezos, pero al final se clasificó con una victoria in extremis sobre Uruguay, en un último partido en el que a ninguno de los dos le valía empatar. No fue una clasificación brillante, pero la fase final era cuenta nueva. Argentina estaba con él. La gente quería creer.

Visto desde fuera, existía un morbo, algo así como un imaginario combate interior entre Maradona y Messi. Maradona le dio a Argentina el Mundial de México’86. ¿Le daría también este? ¿O sería Messi el que se lo diera? Habían empezado las comparaciones entre uno y otro. La prodigiosa ejecutoria de Maradona estaba ahí, pero a la edad que tenía en ese momento Messi, Maradona no había hecho aún ni la mitad que el barcelonista. Había hasta quien sugería que Maradona, por celos, organizaba el equipo de forma que Messi no pudiera lucir en todo su esplendor, cosa que no tenía nada de cierto.

En los partidos era llamativa la actitud de Maradona: vestido de negro, con barba ya entrecana, su fuerte pelo y muchos anillos, miraba desde la banda con una seriedad desconcertante, con la desconfianza de los que entienden de verdad de qué va la cosa. Absorbía la atención. Parecía que el fútbol había nacido para él, que primero le habían puesto a él y luego toda la Copa del Mundo alrededor. Tenía todo el aire de un patriarca gitano, rodeado del respeto de todas sus gentes. Luego, en las conferencias de prensa, solía ser otra vez el tipo expansivo y extravagante. Y provocador. Listo como el aire, fijó su objetivo en España, que venía de ganar la Eurocopa y se presentaba como favorita, con la patente del tiqui-taca, una variante más refinada del fútbol. Aprovechó la derrota de España el primer día para tirar por tierra el modelo:

—España es la campeona del mundo de fútbol sin porterías.

Y siguió a lo suyo. Se rodeó de supersticiones. Al bajar del hotel al autocar iba cantando una canción de cancha, acompañada de insultos. Insultos a nadie, al aire. Tenía que encabezar el cortejo, encabezando la final de los futbolistas y ayudantes. Nadie podía alterar ese orden, a nadie se le hubiera ocurrido. Salía al campo una hora y media antes del partido, a recoger aplausos y bocinazos de vuvuzelas. En ese rato, alguno de sus colaboradores tenía que hacerle siempre una foto. Luego daba un paseo ritual, dos vueltas al centro del campo y un paseo hasta la línea de fondo, para pasar por detrás de una de las porterías. A continuación, una charla también ritual con dos colaboradores, Fernando Niembro y Sebastián Vignolo. Luego, un beso a sus familiares, que siempre tenían que estar en la primera fila. Finalmente, un paseo hasta que se encuentra con dos aficionados que siempre le hacían un regalo alusivo al Mundial’86, una foto o un periódico de aquellos días. Cosas que fue incorporando una a una, tras partidos ganados, y que llegaron a ser obsesivas para él y para su entorno.

Argentina fue pasando partidos y él resultaba más estrella que Messi. Este no jugó mal, jugó bien, pero tuvo la desgracia de estrellar tres balones en los palos. Los goles de Argentina los metían otros, y se insistía en que Maradona interiormente se alegraba. Pero lo importante es que de su mano Argentina iba pasando partidos y creciendo en prestigio. Ganó los tres partidos del grupo B, ante Nigeria, Corea del Sur y Grecia y fue el equipo con mejores números de la fase de grupo. Se alababa hasta la suerte de Maradona, que escogió para concentrar al equipo la sede de Pretoria, y el grupo del sorteo le había colocado los partidos cerca.

En octavos se cruzó con México, al que ganó 3-1. Pero ese día ya no jugó bien y se favoreció visiblemente de un grosero error arbitral. Volvieron las dudas, y en vísperas del partido de cuartos, contra Alemania, él aprovechó otra vez para desviar los tiros hacia España. Dijo que la Roja había salido favorecida del arbitraje en el partido contra Portugal. El árbitro había sido precisamente un argentino, Baldassi. «Lo pitó todo a favor de los españoles, no dejó que los portugueses llegaran a la portería española, todos los balones divididos los pitó a favor de España. Baldassi es amigo mío, pero estuvo horrible. La expulsión de Ricardo Costa fue inmerecida. El gol de Villa fue un orsay más grande que este Mundial. El juez de línea ha debido ser Andrea Bocelli». Aclaremos que Andrea Bocelli es un tenor ciego.

Cuando le preguntaron después a Del Bosque por Maradona tuvo una buena salida:

—Es un chico majo, pero es un poco pesado.

Pero en cuartos le esperaba la gran prueba a Maradona: Alemania. Los alemanes venían jugando bien, con un fútbol más imaginativo que el que solían (Özil al frente), y la fuerza y la disciplina de siempre. Y arrasaron. Fue 4-0, cuatro goles repartidos entre el minuto tres y el 88, fruto de una superioridad aplastante, minuto a minuto. Messi se marchó del campo llorando, se iba del campeonato sin haber marcado un solo gol, y la locuacidad de Maradona se esfumó. Intentó no ir a la sala de prensa, donde le esperaba una multitud, pero Julio Grondona, presidente de la AFA y vicepresidente de la FIFA, le obligó. Compareció con los ojos llorosos:

—Me siento como si me hubiera noqueado Alí.

Luego, excusas de mal perdedor, enfados ante las preguntas. Tenía contrato hasta la Copa América’2011, pero empezó el baile de si sí o si no. Aplazó una reunión en la AFA por un viaje para visitar al presidente Chávez en Venezuela y se especuló con que podría ser seleccionador venezolano. Finalmente fue despedido y se marchó acusando de traición a Bilardo, secretario técnico, con el que se suponía que había compartido el mando.

Y España ganó la Copa.