El Mundial de 2010 estaba transcurriendo con algunos errores arbitrales, como es normal. También es normal que de ellos salgan en general beneficiados los que «conviene», dicho así en un término vago. Los que conviene a la organización que duren lo más posible, los que pertenecen a federaciones poderosas, con alta mano en la FIFA o con apoyo de los principales patrocinadores. Pero en esta línea, el domingo 27 de junio se produjo una coincidencia excesiva en sendos partidos de octavos de final. Y se desató el escándalo.
El más llamativo, al menos entre nosotros, quizá fuera el del Alemania-Inglaterra, cuando con el 2-1 en el marcador a favor de Alemania, Lampard soltó un trallazo que pegó en la cara inferior del larguero y botó visiblemente dentro de la portería, un metro más allá de la raya, y luego volvió al campo, fruto del efecto de rueda invertida que tomó al pegar a tal velocidad con el larguero. O de alguna irregularidad en el terreno. El caso es que dejaba pocas dudas, pero así como en el 66 le habían dado a Inglaterra, en la final, en su casa, y ante Alemania (aunque entonces solo media Alemania, la Occidental) un gol parecido que no entró, este no se lo dieron. En el televisadísimo y repetidísimo fútbol de estos días, la omisión del árbitro uruguayo Jorge Larrionda resultó escandalosa. Tampoco su linier de ese lado, Mauricio Espinosa, hizo el menor ademán de banderazo. Ambos actuaron según más convenía a Alemania, dejando seguir el juego. Al descanso se llegó con el 2-1, y en la segunda mitad Alemania aprovechó dos contraataques, con Inglaterra volcada, para completar el 4-1.
Al día siguiente, la foto testimonio del meta Neuer en el aire, contemplando antes de iniciar la caída cómo el balón bota claramente dentro de la portería, completó el panorama. Fue publicada en la prensa de todo el mundo. Aún hoy, el testimonio de una foto resulta más concluyente para casos así que la propia imagen móvil. Capello, a la sazón seleccionador inglés, puso el grito en el cielo. Se recordó mucho, claro, aquel gol de Hurst en la final de 1966, en Londres, pero se recordó también que Alemania es Adidas, que Adidas es «socio FIFA» (rango superior a patrocinador) y que pone 270 millones de euros en el asunto. Y de paso, una alfombra en el camino de Alemania en cada campeonato.
Pero lo del Inglaterra-Alemania no fue lo único de ese día. En el Argentina-México, aún con el 0-0 y en el minuto 26, Tévez marcó en clamoroso fuera de juego. Cuando le envía el balón Messi, no tiene entre él y la raya ni un solo contrario, ni siquiera el meta mexicano, el «Conejo» Pérez. El italiano Roberto Rosetti lo concedió, no obstante, para sorpresa de todos. El videomarcador repitió la jugada y se vio claramente que era fuera de juego y los mexicanos consiguieron que al menos Rosetti consultara con su asistente de ese lado, Stefano Ayoldi, que después confesaría a los mexicanos que sí había fuera de juego. Pero para Rosetti, rectificar hubiera sido acogerse al rearbitraje electrónico, que la FIFA tiene en cuestión. Ese fue el argumento oficial. Hay otro: rectificar hubiera sido desairar a Argentina, que aparte de ser también Adidas tiene en la cabeza de la pirámide a Julio Grondona, presidente vitalicio, se puede decir, de la federación de allá, y poderoso vicepresidente de la FIFA, hombre que le recauda los votos a Blatter de la región. Y lo dejó ir. Siete minutos después, el mexicano Osorio tuvo un error de concentración y facilitó al certero Higuaín el 2-0. El gol bailó visiblemente en las cabezas de los mexicanos hasta el descanso. Antes habían sido mejores, al final del partido volverían a serlo, pero perdieron 3-1. Aguirre, seleccionador mexicano (de tanta trayectoria en España) también puso el grito en el cielo. Pero tampoco le sirvió de nada.
Aquello sirvió para que se relanzase el debate sobre el apoyo tecnológico a las decisiones arbitrales y dio lugar a la puesta en marcha de experimentos con el caso del gol fantasma, colocando chips en el balón y detectores en el marco interior del cuadro. Un «ojo de halcón» para esos casos. Nunca creí que fuera gran solución, goles fantasma hay cada mucho y hasta en ocasiones las repeticiones dejan dudas. Eso resolvería algún caso, de ciento en viento, pero el problema de fondo seguiría ahí.
Los árbitros no reciben consignas, posiblemente ni siquiera insinuaciones, pero están en el mundo. Y no tienen que ser muy agudos para saber que los que llegan muy arriba no son los que no se equivocan nunca, que no los hay porque es imposible, sino los que cuando se equivocan lo hacen como conviene. A favor de los poderosos, que deciden, de los que mandan en la organización. Es tan viejo como el fútbol. En la historia de los mundiales no se registran errores contra el de casa, y sí muchos a favor. Y no se registran errores contra Brasil, Alemania o Italia, que siempre tuvieron mano poderosa, si no era porque estuvieran en conflicto con el equipo de casa.
Solo que lo de ese día fue más allá de la duda razonable. Tiene que parecer un accidente, no puede ser tan visible.