Zidane, entre el arte y la rabia

Antes de la final de la Copa del Mundo de 2006, una cosa estaba clara: iba a ganar Europa, con lo que igualaría a nueve títulos a Sudamérica. A esta final llegaban Italia y Francia, con Italia levemente favorita. Ya eran tiempos de acumulación de apuestas, y mientras la victoria de Italia se pagaba a 1,72, la de Francia se pagaba a 2,1.

Italia llegaba ahí después de salir campeona de grupo, tras vencer a Ghana (2-0), empatar con EEUU (1-1) y batir a Chequia (2-0). En octavos dejó fuera a Austria (1-0), en cuartos a Ucrania (3-0) y en semifinales a Alemania (2-0). Como se ve, un solo gol encajado en los seis partidos de la fase final. En ese sentido impresionaba.

Francia había empezado la fase de grupos con sendos empates ante Suiza (0-0) y Corea del Sur (1-1), para clasificarse gracias a una victoria (2-0) sobre Togo. Pasó segunda de grupo, tras Suiza. Nada brillante. En octavos eliminó a España (3-1), en cuartos a Brasil (1-0) y en semifinales a Portugal (1-0). Zidane estaba jugando sus últimos partidos. Había anunciado ya que se retiraba, a pesar de quedarle un año más de contrato en el Madrid. La condición de último partido de un jugador tan singular le daba un valor extra al partido. Zidane había jugado bien todo el campeonato. Se esperaba que fuera proclamado el mejor jugador del mismo, y que eso arrastrara a que a fin de año se le diera el Balón de Oro, como reconocimiento póstumo a una carrera gloriosa.

«Ganará quien tenga más hambre», proclama Lippi, el seleccionador italiano, la víspera. Y recuerda que esa generación francesa había ganado el Mundial 98 y la Eurocopa 2000, mientras su grupo de italianos no había podido acercarse a eso. Confía, por tanto, en que el hambre esté de su lado. Y excita con sus palabras el apetito de los suyos: «¿Cuántas veces en la vida puedes ganar una Copa del Mundo? Tenemos que estar hundidos y furiosos si no ganamos». Doménech, el seleccionador francés, parece menos ardoroso. «El objetivo al venir aquí era jugar siete partidos. Ahora hay que ganar para irnos de vacaciones tranquilos». No permite una conferencia de prensa aparte de Zidane, aunque sea su último partido: «La final no la juega Zidane, la juegan todos».

A las 20.00 horas salen los dos equipos al Estadio Olímpico de Berlín, con el árbitro argentino Horacio Elizondo al frente. Forman así:

Italia: Buffon; Zambrotta, Materazzi, Cannavaro, Grosso; Camoranesi, Gattuso, Pirlo, Perrotta; Totti; y Toni.

Francia: Barthez; Sagnol, Thuram, Gallas, Abidal; Makelele, Vieira; Ribéry, Zidane, Malouda; y Henry.

El partido empezó frenético, prometiendo mucho, y con Italia pegando en exceso. Pronto tuvieron que ser atendidos Henry y Vieira. Y todavía en el 6’, Elizondo pita un penalti excesivo por entrada de Materazzi a Malouda que Zidane transforma a lo Panenka. 1-0. Italia resultó espoleada y se apoderó del campo. Y en los balones aéreos en el área francesa dio una sensación extraordinaria de dominio, como si los franceses se encogieran. Por esa vía llegaron un cabezazo de Toni al larguero y el gol de Materazzi, en el 19’, cabeceando poderosamente un córner. 1-1. Italia siguió bien hasta el descanso, aunque echando en falta algo más de acierto de Totti. Pero en la segunda mitad, Francia fue mejor. Zidane se hizo con el control, el balón fue de Francia, Ribéry creó mucho peligro… En el 56’ Vieira, con un tirón, deja su sitio a Diarra. En el 60’, Lippi hace dos cambios: entra De Rossi (hubiera sido titular de no ser porque procedía de una lesión) por Perrotta y Iaquinta por Totti, que estuvo mal. Francia sigue mejor, con más solvencia. Buffon se acredita como el mejor portero del momento. Elizondo se traga el pito en un penalti que, este sí, le hacen a Malouda. Poco a poco, el cansancio hace que los defensas se impongan en los dos bandos.

Se va a la prórroga. En el 86’ entra Del Piero, por Camoranesi, en busca de inspiración y piernas ciertas para el alargue. Francia refrescará el ataque en la primera mitad de la prórroga: Trezeguet por Ribéry, que se va exhausto (99’), y Wiltord por Henry en el 107’.

Pero la jugada del partido llega en el 110’. No mucho antes, Zidane ha estado a punto de marcar de cabeza, se lo ha impedido Buffon con una parada marca de la casa. Pero en ese fatídico minuto 110 llega lo que nunca hubiésemos querido ver: Materazzi y Zidane se quedan discutiendo en el centro del campo. De repente, Zidane se arranca bruscamente y topa con la cabeza en el pecho a Materazzi. El gigantón defensa italiano cae de espaldas, cuan largo es; no parece que haya fingido, el cabezazo ha sido tremendo y le ha cogido por sorpresa. Elizondo, atento al balón, que estaba en otra zona, no ha visto la acción, pero sí el cuarto árbitro, el español Medina Cantalejo, que le avisa. Zidane resulta expulsado. Un final horrible para un jugador tan grande.

Y el partido se desliza hacia los penaltis, en los que gana Italia, gracias a un error del juventino Trezeguet. Todos los que habíamos soñado con ver a Zidane, como capitán de Francia, levantar la Copa del Mundo en su último acto como jugador en activo, vemos que quien la levanta es el simpático Cannavaro, imponente central que a su vez se quedará con el Balón de Oro de ese año. Hizo un gran Mundial, desde luego, pero aquella elección resultó desconcertante para muchos. Luego jugó en el Madrid, y sus problemas iniciales de adaptación hicieron aún más increíble que estuviera en posesión de un Balón de Oro. Cannavaro había llorado, como recogepelotas del estadio del Nápoles en el 90, cuando Argentina había eliminado a Italia por penaltis en la semifinal.

Para Italia era la cuarta Copa del Mundo: 1934, 1938, 1982 y 2006. Y dos finales perdidas: 1970 y 1994. Todo un palmarés.

A Zidane, en todo caso, le proclamaron el mejor jugador de la Copa del Mundo, un acuerdo que estaba tomado desde antes del partido y no se quiso desmontar. Pero en la afición de todo el mundo quedó la estupefacción por lo que había hecho. Aun habiendo sido relativamente frecuentes episodios coléricos de Zidane (al Madrid llegó arrastrando una expulsión desde la Juve para cuatro partidos de Champions y en el Mundial de Francia ya se perdió dos por pisar a un jugador rival) aquello pareció excesivo, por la brusca violencia de la acción.

Poco a poco fue saliendo la explicación. Zidane se estaba quejando de los agarrones de Materazzi. En una de esas le dijo:

—¿Qué pasa? ¿Quieres que te dé mi camiseta?

Y la respuesta le sonó a Zidane como una grave ofensa:

—No. Prefiero que me la dé tu hermana.