En el cambio de siglo, Francia era un poder. Había ganado la Copa del Mundo de 1998 y la Eurocopa de 2000. Había nucleado en torno a Zidane una gran generación de jugadores, que estaba consiguiendo éxitos más allá de los que logró el fabuloso grupo de Platini, Tigana, Giresse y demás. Francia llegó al Mundial de Corea-Japón con vitola de semifinalista, al menos. Mantenía el esqueleto del grupo que fue campeón del mundo y podía presumir de tener a los máximos goleadores de las ligas italiana (Trezeguet), francesa (Cissé) e inglesa (Henry). Henry era uno de los fenómenos de la época, un jugador superior. Pero ahí estaban también Thuram, Desailly, Vieira… y Zidane, estrella del Madrid galáctico, autor del gol mágico ese mismo año en la final de Glasgow con el Real Madrid.
Pero hubo un contratiempo: Zidane sufrió una lesión muscular poco antes del primer partido. Nada grave, pero un serio contratiempo. Desde luego, no podría jugar ninguno de los dos primeros partidos, y ya veríamos si el tercero. Con seguridad, estaría listo para los octavos de final, pero para eso había que clasificarse antes.
El sorteo había dispuesto un grupo bastante duro para Francia: Senegal, Dinamarca y Uruguay. Ninguna de las tres selecciones podría contar entre las aspirantes al título, pero tampoco ninguna era fácil de ganar. El primer partido fue contra Senegal, el 31 de mayo, para abrir la competición, en Seúl. Y se produjo una situación curiosa: los once jugadores de Senegal jugaban en el campeonato francés. Senegal, país francófono, era desde tiempo atrás vivero de la liga francesa. Sus jugadores, físicamente privilegiados, eran traídos en general muy jóvenes, a las escuelas de fútbol de los clubes franceses, donde desarrollaban técnicamente su poderío natural. Así que aquel era un gran equipo, que de hecho alcanzaría las semifinales. Aunque no todos habían asimilado bien las enseñanzas. Diouf incurrió diez veces en fuera de juego.
Y de hecho, empezó por ganar a Francia, a la Francia sin Zidane, que no se desenvolvió bien entre los fortísimos y capacitados jugadores senegaleses. Para el espectador francés fue una sensación extraña, porque no conseguía terminar de ver como enemigos a esos jugadores que pertenecían a sus propios clubes. Pero lo eran. Y ganaron 1-0, con gol de Bouba Diop, del Lens. El día siguiente, Dinamarca ganaba a Uruguay (2-1). El grupo empezaba mal para Francia: Senegal y Dinamarca, 3 puntos; Uruguay y Francia, 0.
El siguiente partido es contra Uruguay. Roger Lemerre, el seleccionador, insiste con los mismos, salvo Micoud por Djorkaeff, y tampoco resulta. El partido, espeso, termina con empate a cero. Por el otro lado, Dinamarca y Senegal también empatan, 1-1. La cosa sigue igual de fea o peor: Dinamarca y Senegal, 4 puntos. Francia y Uruguay, 1 punto. Francia echa cuentas y ve que tiene que ganar o ganar, y por goles. Cabe un múltiple empate a cuatro si además Uruguay gana a Senegal, y Francia ve que no ha marcado aún ningún gol. Lemerre retoca esta vez el equipo, mete a Makelele, Candela y Dugarry, y al tiempo se fuerza la reaparición de Zidane, a cambio de correr el riesgo de que se resienta para el resto del campeonato. Pero ¿habrá resto de campeonato? La discusión es estéril, hay que ganar o ganar y Zidane juega.
Pero tampoco sirve. Dinamarca, equipo sólido, con los fuertes Töfting y Gravesen en la media, una pareja de estibadores con muy malas pulgas, el encanto de Rommedahl y la estatura de Tomasson (fueron los autores de los goles) gana 2-0. Francia se va a casa con un empate en tres partidos y sin haber marcado un solo gol. La decepción en Francia es terrible, y puede decirse que en el resto del mundo también, porque el campeonato ha perdido uno de sus referentes.
El regreso a Francia es doloroso. El Frente Nacional de Le Pen insistirá en culpar a la condición multirracial del equipo, donde los franceses «de origen» escasean. ¡Pero lo mismo ocurría cuando cuatro años antes ganaron la Copa! Roger Lemerre, que completaba un ciclo de cuatro años en el curso del cual había ganado la Eurocopa’2000, fue cesado.
Se le dio vueltas entonces a una cuestión: como había empalmado Mundial y Eurocopa, Francia estuvo cuatro años sin jugar partidos de clasificación, solo amistosos. Los únicos partidos oficiales fueron los de la fase final de la Eurocopa, que, por cierto, ganó. Pero se pensó que aquella ausencia de partidos oficiales, aquel exceso de amistosos, había relajado el ánimo del equipo. Fue a partir de esa idea cuando se decidió que para el futuro los campeones de la Copa deberían pasar, como todos, la fase de clasificación. Desde que en 1938 Italia fue clasificada de oficio para el Mundial de Francia, como ganadora del de 1934, el campeón siempre había tenido el derecho adquirido de acudir a la edición siguiente. Ahora dejaba de ser así. Brasil ya tuvo que luchar por su clasificación para el Mundial de 2006.