Salenko tenía veinticuatro años el 28 de junio de 1994. Ese día, Rusia cerraba el grupo de clasificación, con Camerún. Ambas selecciones habían perdido los dos partidos, de forma que Brasil y Suecia, que jugaban por su lado, ya estaban clasificadas. Pero había una posibilidad más o menos remota: ganar el partido por un buen número de goles y entrar como uno de los mejores terceros.
Oleg Salenko, nacido en San Petersburgo el 25 de octubre de 1969, tenía eso en la cabeza cuando saltó al campo: que no bastaba con ganar, sino que convenía marcar muchos goles. Para entonces no era un jugador muy conocido en el mundo, aunque sí en España. De hecho, estaba en el campeonato un poco por casualidad, por la renuncia de algunos jugadores rusos a consecuencia de una revuelta por las primas. Salenko, que había sido máximo goleador del Mundial juvenil de 1989, en Arabia, empezó su carrera en el Zenit y de ahí pasó al Dinamo de Kiev. Le intentó fichar el Tottenham, pero las estrictas normas inglesas entonces respecto a la incorporación de extranjeros (exigían un mínimo de internacionalidades en el último año) no eran cumplidas por él. Mediada la temporada 92-93 fichó por el Logroñés, entonces un agitador de la Primera División española. Aquí se destapó, con veintitrés goles en cuarenta y siete partidos. Eso le valió el traspaso al Valencia, por trescientos millones. El Logroñés lo había comprado por quince. Negocio redondo.
Así que para el Mundial, estaba en tránsito del Logroñés al Valencia.
Pero el 28 de junio de 1994 estábamos en el Stanford de San Francisco. Había que ganar, por muchos goles, y después enterarse de lo que había pasado en otros grupos. Y por Salenko no quedó: hizo el 1-0 en el 15’, en jugada en cooperación con Korneiev; el 2-0 en el 41’, alcanzando un buen pase de Tsymbalar; el 3-0 en el 44’, de penalti, por derribo a Korneiev; el 4-1 en el 72’, al cazar un rechace; el 5-1 en el 75’, en gran galopada. Su víctima esa tarde fue Songo’o, buen conocido del fútbol español.
Cinco goles en una hora. Cinco goles en un mismo partido. Nunca nadie lo había conseguido antes. El récord anterior estaba compartido por Schiaffino (uruguayo), Eusebio (portugués), Wilimovski (polaco), Ademir (brasileño), Kocsis (húngaro) y nuestro Emilio Butragueño, cuando aquella tarde célebre de Querétaro. Durante años se escribió que Schiaffino le había marcado seis a Bolivia en el 50, pero no fue así. El propio Schiaffino aclaró (justo cuando los cuatro de Butragueño en Querétaro) que no habían sido más que cuatro.
El partido acabó 6-1. El último gol ruso lo marcó Radchenko, en el 81’. El de Camerún, que hacía el 3-1 y llegó en el 46’, también trajo su récord: lo hizo Roger Milla, con cuarenta y dos años y 39 días de edad. El gran Roger Milla se despedía así de la Copa del Mundo, en la que tuvo actuaciones gloriosas.
No valió el 6-1, Rusia se quedó fuera, pero Salenko se convirtió en celebridad. La prensa le esperó mucho tiempo después del partido, porque tuvo que pasar control antidóping y le costó. Cinco cervezas y dos litros de agua fueron necesarios para que por fin abriera las compuertas. Luego compareció ante la prensa y dijo eso: que no buscaba un récord, sino goles para seguir en la competición, cosa que al final no pudo ser. También dijo que le costó más orinar que marcar goles.
Luego la vida no le trató bien. No cuajó en el Valencia como se esperaba (siete goles en veinticinco partidos) ni en el Glasgow Rangers, a donde fue a continuación. De ahí pasó al Istanbulspor turco, donde arrancó bien, pero una lesión de rodilla le amargó. Al cabo de tres temporadas probó en el Córdoba, de la Segunda División española, y luego en el Ekstraklasa polaco. Con treinta y dos años se retiró. En sus últimas cuatro temporadas no consiguió ningún gol.
Con los cinco goles de Camerún más el que le había marcado a Suecia, fue Bota de Oro del campeonato, empatado con Stoitchkov, aunque conseguidos en menos partidos. Poco antes del Mundial de 2010 se supo que había vendido su Bota de Oro a un jeque caprichoso. Ahora, mata el gusanillo jugando en la selección de fútbol playa de Rusia.
Pero su récord permanece.