Italia llegó al Mundial de Estados Unidos con Franco Baresi de capitán. Tenía ya treinta y cuatro años, y dos antes había anunciado que dejaba la azzurra, pero no se le encontró sustituto y decidió volver. Italia, como siempre, llevaba cartel. Se la tenía entre los equipos fuertes. Como casi siempre, empezó mal: perdió 1-0 con Eire. El segundo partido, 23 de junio, era contra Noruega. Este se ganó, 1-0, pero con una baja muy sensible: en el minuto 49’ Baresi tuvo que dejar su puesto a Apolloni, por un dolor en la rodilla. Al término del partido fue examinado: tenía rotura de menisco.
Adiós Mundial, pensamos todos. Adiós, posiblemente, a su carrera. A esa edad… El médico del Giants Stadium que le examinó habló por teléfono con el del Milan. Le propuso una artroscopia con las últimas técnicas, intervención que él dominaba. El Milan aceptó. La intervención, nada invasiva, tuvo lugar el día 25 y solo duró veinte minutos. El médico dijo que si Italia duraba en el Mundial, Baresi podría incluso estar en condiciones de reaparecer en él.
Baresi no lo creía. Acompañado de su mujer, Maura, y de sus hijos, Eduardo y Valerio, se sentía peor que un convaleciente: se sentía un exfutbolista. Sus declaraciones a la prensa así lo atestiguaban: «Se acabó el Mundial para mí. Y no puedo descartar que este haya sido mi último año como futbolista». Baresi, que se había iniciado en el fútbol de otra época, aún tenía en su mente la grave resonancia de la palabra menisco. Meniscos rotos retiraron durante el siglo pasado a muchísimos futbolistas. Las técnicas habían cambiado, una artroscopia como la suya había permitido no mucho antes a Dino Baggio regresar al campo en diecinueve días. El médico le dijo que en una semana podría regresar a los ejercicios. Y que si todo iba bien…
El Mundial siguió. Italia empató el tercer partido, contra México, y pasó como tercera de grupo. Muy a la italiana: en ese grupo, los cuatro ganaron un partido, empataron otro y perdieron otro más. Italia pasó tercera, raspando, por diferencia de goles.
El caso es que seguía en carrera. En octavos, ante Nigeria, Italia perdía 1-0 en el 89’. En ese momento marcó Roberto Baggio, dando paso a una prórroga en la que el propio Baggio repetiría, de penalti. A cuartos. Era el 5 de julio y Baresi ya comenzaba a hacer ejercicios, como vaticinó el médico. En cuartos, el día 9, Italia pasa otra vez raspando, 2-1 ante España, goles de Dino y Roberto Baggio, este segundo en el 88’. Fue ese día en que Tassotti le rompió la nariz a Luis Enrique. Baresi seguía mejorando. Semifinal, día 13, 2-1 a Bulgaria, dos goles más de Roberto Baggio. Baresi ya le pega al balón, comparte la euforia del grupo, se le han ido los fantasmas de la cabeza.
Y llega la final, el día 17. Hace veintidós días de la operación, Baresi está bien. El central Costacurta tiene tarjetas, no podrá jugar. Sacchi duda entre el reserva Apolloni o Baresi, y se decide por este. La enjundia del partido requiere grandeza y eso le sobra a Baresi. Enfrente van a estar Romário y Bebeto, la tarea es difícil, pero Sacchi arma el centro de la defensa con él y con Maldini.
Y resulta. Baresi juega un partido imponente, Italia no encaja ningún gol, se llega a la prórroga, también sin goles. El partido desemboca en los penaltis.
Y, fatalidad, Baresi, que lanza el primero, falla. Roberto Baggio, el hombre que había llevado a Italia a la final con sus goles, falla el quinto. Italia perdió la final.
Baresi se quedó sin levantar la Copa.
Pero dio testimonio al mundo de que ya había nacido la medicina del siglo XXI.