Branco bebió del bidón malo

Bilardo, seleccionador argentino en el Mundial del 86 (que ganó), era de armas tomar. No se paraba en barras. Se había criado en la escuela de Estudiantes de la Plata, donde todo valía para ganar. Desde las mejoras tácticas (córners a pie cambiado y al primer palo, jugadas de pizarra para tiros libres, trampa del fuera de juego) hasta pérdidas de tiempo y así siguiendo hasta las cosas más viles. Llevar un clavo disimulado en la media o en una venda, para pinchar a rivales, o untarse los dedos con una pomada urticante y pasarlos por la cara del rival. O hacerse con información sensible (la dirección de la novia) para irritar a un rival. Era el lugarteniente sobre el campo del entrenador, Osvaldo Zubeldía, y muchas tretas se le ocurrían a él mismo. Una vez, en un partido de Copa Libertadores, en Ecuador, que se debía jugar en simultáneo con otro, se hizo explotar él mismo una bomba casera en el ascensor, al salir para el campo. Con el revuelo, consiguió que se aplazara dos horas el partido. Cuando jugaron, ya sabía que les bastaba empatar. Y cuando les bastaba empatar, seguro que empataban, porque no había partido. Ese día empataron, claro. Bilardo se quemó las manos y la cara con el petardo, pero empataron.

En el Mundial de México planteó a sus jugadores un plan en el partido contra Italia: habría dos tipos de botellas para el agua, distinguibles por el color del tapón. Solo debían beber de las de un color, porque esa era el agua buena. Las botellas con el otro tapón se debían dejar distraídamente al alcance de los rivales, porque el agua llevaba Rohypnol, un somnífero. Valdano se negó en redondo y varios le secundaron.

Pero en el Mundial de Italia ya no estaba Valdano. Y el día de Brasil lo hizo. Branco se dio cuenta. Salió Galíndez, el masajista argentino, a atender a Troglio, y dejó distraídamente una cestilla metálica con tentadoras botellas de agua, unas de tapón amarillo y otras de azul. Branco tomó una de las de tapón amarillo y bebió de ella. Le extrañó que uno de sus rivales avisara urgentemente a otro, que también iba a beber de una botella también de tapón amarillo: «De esa, no, de la otra…». Al poco se encontró mal. Anduvo zombi el resto del partido. Atando cabos, llegó a la conclusión acertada: le habían drogado. Brasil pidió una investigación que nunca se llevó a cabo.

Como es imposible guardar un secreto, los propios jugadores argentinos lo acabaron contando, como una avivada divertida de Bilardo. El mismo Maradona llegó a confesarlo en un programa de televisión llamado Mar de fondo, cuando le preguntaron por ello y le apretaron: «Bueno, alguien picó un Rohypnol y se pudrió todo. Branco no volvió a hablarme».

Algún tiempo después pasó un apuro en su propio programa de televisión, conocido como La noche del diez. Invitó a Pelé, que le puso en un aprieto cuando le preguntó por eso: «Quiero hacerte una pregunta y espero que seas sincero: ¿pusieron un somnífero en el agua de Branco?» Maradona divagó. O quedaba como mentiroso o daba una baza a Pelé ante su propia audiencia. Después de balbucear, «Algo hubo de eso… yo no fui… se dice el pecado, pero no el pecador…», dio con la respuesta adecuada: «¡Yo nunca necesité dormir a un rival para ganar un partido!». Y se ganó el aplauso del público.