Meses antes de la Copa del Mundo de 1990, concretamente el 25 de octubre de 1989, la FIFA tomó una cadena de decisiones durísimas contra Chile: suspendía a perpetuidad a su portero y capitán Roberto Rojas; al seleccionador, Aravena, le suspendió por cinco años; al segundo capitán, Astengo, por cinco partidos. Además descalificaba a Chile para participar en las series eliminatorias del Mundial siguiente, el del 94, y prohibía al médico de la selección chilena intervenir de por vida en el fútbol internacional.
¿Qué había pasado?
Había pasado que el 3 de septiembre de ese mismo año habían jugado en Maracaná Brasil y Chile en partido clasificatorio. Para Chile era vida o muerte. A Brasil le bastaba empatar. Careca adelantó a los locales en el 49’. Veinte minutos más tarde, la transmisión abandona el juego y se fija en Roberto Rojas, que está caído en el área; a su lado hay una bengala humeante. La impresión es que la bengala le ha impactado. Saltan el masajista y el médico, le retiran, al rato se ve que tiene la cara sangrando. Hay discusiones, Chile se retira. El árbitro da el partido por concluido, en vista de la firmeza de los chilenos, a la espera de resolución.
Pero al día siguiente aparece la toma de una cámara que no estaba siguiendo el juego y que muestra con claridad que la bengala no alcanza al meta chileno, sino que cayó a tres metros del jugador, sin rozarle. ¿Y la sangre? La sangre, descubrió la correspondiente investigación, se la había provocado él mismo con una cuchilla que llevaba escondida entre las vendas de la muñeca. En la investigación hasta intervino un perito para demostrar que el impacto de una bengala como la que le fue lanzada (cuyo nombre era curiosamente Cóndor, el apodo con el que era conocido el portero) nunca podría producir un corte así.
La sanción cayó como una bomba en Chile. El Cóndor Rojas, meta que alcanzó fama y gloria en el Colo-Colo (en alguna ocasión se habló del interés del Madrid por contratarle) era un héroe nacional. Las reacciones se dividieron entre el bochorno y la indignación. El asunto se complicó más porque en esas fechas era portero del São Paulo, de Brasil. El partido, claro, se dio por perdido por abandono del campo y además en el siguiente Mundial no habría derecho ni a participar en la fase de clasificación.
Rojas tuvo primero una mala reacción, arropándose en la bandera: «Me sancionan porque soy chileno, si fuera brasileño no me sancionarían». Pero más adelante confesó, en busca de una posible disminución de la pena. Explicó que ante lo difícil que estaba la situación, Astengo y él habían pensado montar algún serio alboroto si la ocasión se presentaba, y se presentó con la bengala.
Pero la FIFA fue inflexible. Lo más que consiguió el Cóndor fue un indulto, ya en el año 2000, demasiado tarde para él. Después de aquellos hechos solo jugaría veinte minutos más, cuando, ya cuarentón, Zamorano le invitó a jugar en su homenaje, en un equipo de estrellas mundiales. El estadio en pie le ovacionó.
Rojas fue la cruz de aquel suceso. La cara fue Rosenery Mello do Nascimento, una chica que entonces tenía veinticuatro años y que fue identificada después como la lanzadora de la bengala. Paradójicamente, se convirtió en una heroína local. La apodaron «la Fogueteira do Maracaná» y llegó hasta a posar para Playboy, por lo que obtuvo 40 000 dólares. Cosas veredes, Nicomedes.