En el Azteca de México el sol cae a plomo cuando los equipos salen al campo. Es el 29 de junio y un tinglado de megafonía suspendido con largos cables proyecta su sombra sobre el círculo central. Argentina y la RFA salen al campo. No hay objeciones a los finalistas. Han sido los mejores. Argentina exhibe a un Maradona deslumbrante. La RFA, su poder de siempre. Argentina, campeona ocho años antes en su propio país, había pinchado cuatro antes en España. Ahora Bilardo había sustituido a Menotti, el entrenador de los dos últimos Mundiales. Nunca pudo haber dos hombres más distintos. Uno predicaba lo bello, el otro lo útil.
Argentina ha llegado aquí ganando en su zona clasificatoria frente a Perú, Colombia y Venezuela. Luego ganó su grupo ante Corea del Sur (3-1), Italia (1-1) y Bulgaria (2-0). En octavos, 1-0 ante Uruguay. En cuartos, 2-1 ante Inglaterra, el día de los dos goles mágicos de Maradona, uno con la mano, el otro volcando un autobús de ingleses. En semifinales, 2-0 ante Bélgica. Argentina era favorita por el estado mágico de Maradona.
La RFA, finalista de la anterior Copa, ganó su zona ante Portugal, Suecia, Checoslovaquia y Malta. En México, en la fase de grupo, no estuvo a la altura esperada: empató con Uruguay (1-1), ganó a Escocia (2-1) y perdió con Dinamarca (2-0). Pasó como segunda, y con un gol encajado más que los marcados. En octavos se enfrentó a Marruecos y ganó 1-0, en el 87’, con gol de Matthäus. En cuartos, más apuros. Empate a cero ante México, no resuelto ni en prórroga, y victoria en la tanda de penaltis. En semifinal, algo mejor: ganaron a Francia, 2-0. (También cuatro años antes había ganado la RFA la semifinal a Francia, en el Mundial de España).
Los equipos forman así:
Argentina: Pumpido; Cuciuffo, Brown, Ruggeri, Olarticoechea; Giusti, Batista, Enrique; Burruchaga, Maradona y Valdano.
RFA: Schumacher; Berthold, Karl Heinz Förster, Jakobs, Briegel; Brehme, Matthäus, Magath, Eder; Rummenigge y Klaus Allofs.
Arbitra Arppi Filho, brasileño.
El partido es tenso, como corresponde. Los dos equipos meten la pierna fuerte. Bilardo ha hecho una Argentina combativa, destinada a poner pegas al rival y exhibir el talento de Maradona. Son jugadores fuertes. No son alemanes, pero son fuertes. Una muestra de lo que pretendía del equipo me la dio Valdano, hablando de esta final, años más tarde:
«La noche anterior al partido, me cogió aparte Bilardo. Me dijo: “Mire Jorge. Mañana se jugarán dos partidos, Argentina contra Alemania y Valdano contra Briegel. Y el resultado va a depender del segundo. Yo solo quiero que usted se ocupe de Briegel, que lo corra por todas partes, que no le deje jugar. Si usted le gana a Briegel, ganaremos la final. Porque lo demás será empate”. ¡Yo no podía imaginar eso! ¡Desde niño soñé con jugar una final de la Copa del Mundo, y la noche anterior me decían que me olvidara de jugar, que me dedicara a perseguir a un tipo que era como un Volvo!».
Pero Valdano cumplió la instrucción. Persiguió a Briegel por todo el campo, lo anuló. «En un momento tuve una curiosidad científica. No fue debilidad, fue curiosidad científica. Le desatendí en una jugada y casi nos meten gol. ¡Ahí vi que Bilardo tenía razón!».
El caso es que el partido fue apretado, pero dejó resquicios. En el 21’, una falta desde la derecha sacada por Burruchaga sobrevuela al antipático Schumacher, que sale mal, y Brown cabecea a la red. 1-0. Así vamos al descanso. Alemania regresa con Völler, delantero más rompedor, en lugar de Klaus Allofs. En el 56’, cuando los alemanes aprietan, Argentina intercepta un balón en la zona del lateral derecho, por donde anda Valdano, que sale en diagonal, combinando con un par de compañeros, hasta alcanzar la zona del extremo izquierda, donde recibe un último pase y cuando encara a Schumacher golpea, suave y colocado, con el interior del pie derecho, al segundo palo. 2-0.
Entonces los alemanes desatan su tormenta. Es el clásico suban-pisen-estrujen-bajen del fútbol alemán. Los argentinos aguantan en su área como pueden, rechazando balones. En el 63’ entra Dieter Höness, un tanque, por el zurdo Magath, armador del medio campo. Alemania ha decidido mandar balones a la olla. En el 74’, Rummenigge hace el 1-2, en un córner mal defendido por los argentinos. Los alemanes se crecen aún más, la pesadilla sigue. En el 82’, otro córner sobre el área argentina y cabezazo de Völler que vale el 2-2.
Quedan ocho minutos y los alemanes ven sangre. Siguen volcados, son un trueno. Se descuidan quizá en exceso. O, mejor, solo cuidan a Maradona. Pero este alcanza un rebote en medio campo y, sin más, mete un pase profundo para Burruchaga, que se va solo. A su izquierda corre Valdano, desmarcado. Era gol de uno o de otro. Burruchaga decide hacerlo él y, con la izquierda, lo coloca a la salida de Schumacher. Es el 88’, Argentina gana 3-2. Bilardo hace salir a Trobbiani por Burruchaga, para que tenga la satisfacción de formar parte de la fiesta. Aún hay dos cargas de los alemanes, mientras los argentinos piden impacientemente al trío arbitral, latino, que dé el final, que se les hace eterno. Hasta que por fin llega. Argentina gana su título.
Esta vez no ha marcado Maradona, aunque ha dado un gol, el decisivo. Esta vez se ha demostrado que Argentina no era solo Maradona, que detrás de Maradona había un equipo.