Cuatro años antes de este Mundial, justo mientras se desarrollaba el de España, hubo guerra entre Argentina e Inglaterra. La guerra de las Malvinas. Las Falkland, para los ingleses. Tal guerra se desarrolló entre el 2 de abril de 1982, fecha en la que tropas argentinas ocuparon las islas, situadas frente al sur de la costa del país sudamericano, y el 14 de junio de ese mismo año, cuando la reacción británica, instigada por la inexorable Margaret Thatcher, «la Dama de Hierro», restituyó ese territorio al Reino Unido. Aquella guerra se saldó con la muerte de 649 militares argentinos, 255 británicos y tres civiles.
No fue una broma. Provocó la caída de la dictadura argentina y se sintió en el país sudamericano como una humillación. Felizmente, durante el Mundial de España, que pilló de pleno el conflicto y en el que intervinieron las dos selecciones, no tuvieron que enfrentarse. Pero el caso sí se dio cuatro años después, en México. Vencedores respectivos en octavos de Uruguay (1-0) y Paraguay (3-0), Argentina e Inglaterra se cruzaron en cuartos de final en esta Copa del Mundo de 1986. Fue el 22 de junio, en el Estadio Azteca de México, Distrito Federal. Fue un partido para la historia. Ese partido elevó a Maradona a la leyenda.
Antes del choque Valdano había advertido, ante el morbo general: «Lo que está en juego en este encuentro es exclusivamente el prestigio futbolístico de los dos países, ninguna otra cosa». Y era así, pero del mismo modo resultaba inevitable que bullera en todos los espectadores del partido (¿cuántos serían, por televisión, en todo el planeta?) el recuerdo de la Guerra de las Malvinas. Un conflicto Norte-Sur. Un conflicto Imperio-Nación. También un conflicto Democracia-Dictadura. Una cuestión enrevesada.
Resultó ser uno de los partidos grandes de toda la historia de la Copa del Mundo. La solemnidad de las vísperas fue correspondida luego en el encuentro, jugado con intensidad y arrojo por los dos equipos. Al descanso se llegó con 0-0. Era partido de mata-mata, el que ganara, seguiría. En el descanso se dividían las apuestas. Había mucha cautela por ambas partes. Inglaterra controlaba bien a Maradona.
Vuelven del vestuario. En el 51’, hay un ataque argentino, cortando una salida de Inglaterra. Un toque de Valdano es interrumpido por Hodge, cuyo rebote sale alto hacia su propia portería. Shilton va al balón, pero Maradona, rápido como la luz, se cuela y remata a gol. Shilton y un par de ingleses más, protestan. Los que estamos en el estadio no sabemos por qué. Luego lo veremos, pero al final, y en la televisión. En el campo no advertimos nada raro.
Solo tres minutos más tarde, en el 54’, Maradona recibe un balón en el medio campo, pase de Enrique, y va limpiando ingleses, uno tras otro. Catorce toques con la izquierda, seis rivales en el camino, hasta llegar frente a Shilton al que burla para colocar el balón en la red. Ha sido una maniobra relampagueante, la mejor vista jamás en la Copa del Mundo. Víctor Hugo Morales, relator de la radio argentina (uruguayo, no obstante), dejó para la historia la narración del gol. Ahí va:
«Balón para Diego, ahí la tiene Maradona. Le marcan dos. Pisa la pelota Maradona. Arranca por la derecha el genio del fútbol Mundial. Inicia el contraataque. Intenta contactar con Burruchaga. ¡Siempre Maradona! ¡Genio, genio, genio! Ta, ta, ta, ta… ¡Gol y goool! ¡Qué golazooooo! ¡Dios Santo! ¡Viva el fútbol! ¡Golazo! ¡Diegol Maradona! Estoy llorando, perdónenme. Maradona, en un recorrido memorable, en la jugada de todos los tiempos… Barrilete cósmico, ¿de qué planeta viniste para dejar en el camino a tanto inglés, para que el país sea un puño apretado gritando por Argentina? Argentina dos, Inglaterra cero. Diegoool, Diegoool, Diego Armando Maradona. Gracias, Dios, por el fútbol, por estas lágrimas y por este Argentina dos, Inglaterra cero…».
Ese fue el relato de Víctor Hugo Morales, que quedó para la historia. Hay algo que exige explicación: barrilete, en Argentina, equivale a cometa en España. Menotti había tildado a Maradona de barrilete en el sentido de cometa, o más bien veleta en el uso español, achacándole gran facilidad para cambiar de opinión según sople el viento o lo que es lo mismo, según las últimas influencias que recibiera. De ahí lo de «barrilete cósmico». En España se ha tendido con frecuencia a pensar que lo de barrilete aplicado a Maradona era por su tendencia a engordar.
Dos a cero, en fin, en el 54’. En adelante Inglaterra va a desplegar una ofensiva feroz, sobre todo a partir de que en el 76’ entrara Barnes, jamaicano nacionalizado inglés, del que no me expliqué, viendo lo que hizo, cómo no entró antes. En todas sus jugadas por la izquierda desbordó, amargó a Giusti y creó el pánico en la defensa argentina. Con ese arreón llegó un gol de Lineker y media docena de ocasiones más. La forma en que Olarticoechea sacó un balón con la chepa en el segundo palo en una de las jugadas de Barnes aún la tengo como una de las escenas imposibles del fútbol.
Pese al glorioso cuarto de hora de Barnes, ganó Argentina, aunque lo pasó mal. Cuando bajamos todos a la conferencia de prensa descubrimos en la repetición que el primer gol de Maradona había sido inequívocamente con la mano. El segundo había sido una maravilla, valdría por cuatro, si eso fuera posible, pero el primero había sido con la mano. Era preciso preguntárselo, en la conferencia de prensa. Alguien lo hizo:
—El primer gol, ¿lo marcó con la cabeza o con la mano?
—Lo marqué con la cabeza de Maradona y la mano de Dios.