Antes de la Copa del Mundo de 1986 el Mundial sufrió una pérdida: la de la Copa Jules Rimet, que había sido solemnemente depositada en las instalaciones de la Confederación Brasileña de Fútbol (CBF). Se creó entonces otra, más grande, la que vemos ahora.
La CBF hizo una chapuza: la instaló en una urna de cristal antibalas que por el fondo estaba simplemente pegada a la pared con cinta aislante. La noche del 19 de diciembre de 1983 unos cacos se la llevaron. Habían entrado por la tarde, como visitantes. Se escondieron en un baño cuando acabó la jornada. Intimidaron al guarda de noche, al que maniataron y escondieron. Luego, despegaron la cinta aislante, levantaron la pesada urna y se llevaron la Jules Rimet. Y a la mañana siguiente, cuando se abrió de nuevo, salieron con su botín.
La policía organizó un gran despliegue. Se interrogó a varios sospechosos y la pista la dio un tal Antonio Setta, conocido especialista en forzar cajas fuertes. Él recordaba que a mediados de año un tal Sergio Pereyra Ayres le había querido contratar para robar la copa. Setta se había negado por razones sentimentales: su hermano había muerto el día de la final del 70, por un ataque al corazón justo cuando Gerson marcaba el segundo gol de Brasil. No quiso prestarse a eso.
La policía siguió sus indagaciones y concluyó, tras varias pesquisas en el bar Santo Cristo, el tugurio de los bajos fondos en el que Pereyra había abordado a Setta, que Sergio Pereyra Ayres era el autor intelectual del robo, y que los autores materiales habían sido Luiz Viera da Silva, alias Bigode, y Francisco José Rocha Rivera, alias Barbudo. Los tres fueron juzgados y condenados en ausencia, a penas de tres a nueve años.
Pero ¿qué había sido de la Copa?
Bigode apareció muerto en el 89, en un ajuste de cuentas de los bajos fondos. Pereyra y Barbudo fueron por fin detenidos y encarcelados en el 94 y el 95, respectivamente. Declararon que la Copa había sido vendida y entregada a un traficante en oro, un argentino llamado Juan Carlos Hernández afincado en Río, que la habría troceado y fundido para hacer lingotes. Se buscó a Juan Carlos Hernández, pero para entonces estaba preso en Francia, por tráfico de drogas. Cuando regresó fue capturado e interrogado. Siempre negó su participación. No obstante, se le culpó, a raíz de un truco del policía que le interrogaba, Murilo Miguel, que viendo que no le podía sacar nada comentó con un compañero:
—Nosotros, los brasileños, tuvimos que ganar la Copa tres veces para tenerla, y ahora viene un argentino y la derrite…
La sonrisa de sorna de Juan Carlos Hernández se tomó como prueba de que, en efecto, la había fundido.
Pero no todo el mundo quedó convencido. No es el destino habitual de las obras de arte, y la Copa podía ser considerada como tal. Muchos pensaban que alguien la había hecho robar para disfrutarla en solitario, y que la policía simplemente había forzado unas confesiones para dar el caso por concluido. Pero, en paralelo, y en seguimiento de la otra tesis, llegó a sospecharse seriamente de Giulite Coutinho, expresidente de la CBF, cuya casa fue registrada sin éxito.
El cineasta Jota Eme llegó a rodar un documental para O Globo titulado El argentino que derritió la Copa Rimet, en el que expresaba sus dudas sobre la tesis policial. Aún hoy son muchos los que piensan que la Copa existe y que cualquier día aparecerá. El único de los encausados que sigue vivo es Juan Carlos Hernández, que sigue insistiendo en que él no fundió la Copa.