España, con los cinco continentes

Después de Argentina, España. Se regresaba a Europa. La concesión a España se acordó en el congreso de Tokio, en 1964, con ratificación dos años después en Londres, durante el Mundial. España, con su amplia afición al fútbol y sus numerosos estadios, fue vista como un país muy válido para organizar la Copa del Mundo. Y llegada la hora, se aprovechó este campeonato para incrementar el número de equipos de los dieciséis que venían participando hasta ese momento, a veinticuatro. De esa forma tendrían acogida, por primera vez, los cinco continentes. El fútbol crecía y el presidente de la FIFA, Joao Havelange, era partidario de abrir el campeonato cada vez más al tercer mundo futbolístico. Se reservó una plaza para España como organizadora y otra para Argentina, como campeona. Las restantes veintidós se repartían así: trece para Europa, tres para Sudamérica, dos para la CONCACAF, dos para África y dos para Asia-Oceanía. Cambió también el modelo de competición, atendiendo al nuevo número de equipos. Para la primera fase hicieron seis grupos de cuatro, de los que primero y segundo pasaban a una segunda fase. Esta se disputaba en cuatro liguillas de tres, cuyos ganadores pasarían a semifinales. Eso elevaba el campeonato de 38 a 52 partidos.

España hizo un esfuerzo. El campeonato se jugó en catorce ciudades y diecisiete estadios. Las ciudades fueron Madrid (dos campos), Barcelona (dos campos), Sevilla (dos también), Valencia, Bilbao, Zaragoza, Málaga, Gijón, Oviedo, La Coruña, Vigo, Elche, Alicante y Málaga. El entusiasmo del Mundial gigante y para todos llevó a la ampliación o remodelación de todos los estadios, y hasta a la construcción de uno nuevo, en Elche. Se hicieron tiradas de sellos, monedas y sorteos especiales para financiar el campeonato, pero a la larga aquello dejó una pella colectiva, que los clubes propietarios de los estadios arrastraron durante mucho tiempo, e incluso utilizaron como pretexto para desvaríos posteriores, cuyas pérdidas siempre se emborronaban en la deuda del Mundial. El campeonato dejó para España, según las estimaciones de la época, una pérdida de 638 millones de pesetas.

Y dejó una víctima seria, Raimundo Saporta, cerebro en la sombra del Madrid de Bernabéu durante la gran época del club. Había dejado el club cuando murió Bernabéu, cuatro años antes. Fue designado presidente del comité organizador, pero posteriormente se le fueron recortando y fiscalizando las funciones por parte de la Administración, lo que coincidió con, o provocó, según las fuentes consultadas, una degeneración visible de sus facultades mentales. Se sintió ninguneado, perseguido e injuriado, y posiblemente tuvo razón al percibirse así. Salió del proceso convertido en otro hombre, un resto de lo que había sido.

Hubo un árbitro por cada país participante, excepto Honduras, El Salvador, Nueva Zelanda, Kuwait y Camerún, donde se entendió que no había ninguno suficientemente capacitado y fueron sustituidos por otros de sus zonas. En total hubo catorce europeos (Lamo Castillo por parte de España), cuatro sudamericanos, dos de la CONCACAF, dos de África, dos de Asia y un australiano.

El campeonato empezó el 13 de junio y terminó el 11 de julio. Resultó bien organizado, y si en España dejó un mal sabor de boca fue por el mal papel de la selección anfitriona, pero puede decirse que, con sus incidencias, el campeonato discurrió con éxito. En el curso del mismo se produjo la que todavía es la mayor goleada en la historia de la Copa del Mundo, un 10-1 de Hungría a El Salvador, el 15 de junio, en Elche. En aquel equipo de El Salvador jugaba Mágico González, un genio indolente que fichó por el Cádiz y se hizo leyenda en la ciudad.

Paolo Rossi fue el máximo goleador, con seis tantos, marcados en los tres últimos de los siete partidos que jugó. Los cincuenta y dos partidos disputados dejaron 146 goles, 2,81 por partido. Asistieron en total 2 407 431 espectadores, lógico récord, pues aumentó el número de partidos. La asistencia media fue de 46 297 espectadores por partido.