El capricho del sorteo hizo que las dos Alemanias quedaran emparejadas en el Grupo I de la primera fase, que compartían con Chile y Australia. Alemania, como es sabido, quedó dividida tras la guerra Mundial en dos mitades. La occidental o República Federal de Alemania, fue dividida en tres zonas de ocupación, confiadas a Inglaterra, Estados Unidos y Francia. La Oriental quedó bajo la órbita soviética. La primera tuvo un rápido desarrollo en el seno del mundo capitalista. La segunda siguió la marcha lenta de los países de lo que se conoció como «Bloque del Este». En la zona correspondiente a la zona comunista estaba la antigua capital, Berlín, que a su vez se dividió en las mismas zonas. En 1961, en plena guerra fría, un muro impermeabilizó las dos partes de Berlín, para impedir el paso libre de un lado a otro. Aquello contribuyó más a crear distancia sicológica entre los dos mundos. Para cuando llegó este Mundial, la RFA ya no tenía fuerzas de ocupación de los países aliados en su suelo, se había convertido en pieza clave de la alianza militar occidental (la OTAN) y tenía la economía más próspera de Europa. Alemania Oriental se estaba retrasando. Tras una generación ya separados, con el conflicto permanente del muro, se miraban con recelo.
El partido fue el último del grupo. La RFA llegaba con cuatro puntos: había batido a Chile (1-0) y a Australia (3-0). La RDA, con tres: había ganado a Australia (2-0) y empatado con Chile (1-1). Chile tenía un punto, Australia, ninguno. Australia no contaba, pero si Chile la ganaba tendría tres y amenazaría la posición de la RDA. La RFA, con cuatro puntos, era inalcanzable. La RDA aseguraría la clasificación con un empate en «el duelo fratricida» o «el partido de la Guerra Fría». El choque despertó enorme curiosidad en todo el mundo, parecía dirimirse algo más que un partido, parecía dirimirse quién tenía la razón, si el mundo capitalista o el comunista.
La RFA tenía por aquel entonces un equipo formidable, ganador de la Eurocopa del 72. Estaba en plenitud la gran generación del Bayern, los Maier, Breitner, Beckenbauer, Höness y Müller, a los que se juntaban las estrellas del Borussia Mönchengladbach y algunas piezas más. Los jugadores de la RDA eran poco conocidos. Ese año, sí, el Magdeburgo había ganado la Recopa a un Milan de entreguerras. Cuatro de sus jugadores, Pommerenke, Seguin, Hoffmann y Sparwasser, están en la lista de la RDA, pero solo los dos últimos juegan el partido que va a enfrentar a las dos Alemanias. Sus nombres significan poco para la afición del mundo, que sí conoce, sin embargo, a los del otro lado.
El choque es en Hamburgo, el sábado 22 de junio. Lo arbitra el uruguayo Barreto, hombre de máxima confianza de la FIFA, y las medidas de seguridad son imponentes. Tiradores de élite ocupan las terrazas de los edificios próximos y las zonas altas del estadio. Dos helicópteros lo sobrevuelan durante el encuentro.
El partido defrauda. La RFA juega como nerviosa, sin inspiración. Overath, el cerebro del equipo, no se hace con los hilos del juego, y tampoco el ya entonces madridista Netzer, que entra a reemplazarle en el 69’. La RDA, con un juego mecánico y vigoroso, anula a las estrellas occidentales. El partido parece encaminarse hacia el 0-0 final cuando en el 78’ llega el gol. El lateral Kurbjuweit se adelanta hacia la media y prolonga hacia Kische, que envía el balón, alto, hacia la frontal del área; allí aparece Sparwasser, que se adelanta a Höness, pica el balón de cabeza para llevárselo y cuando sale Maier llega un instante antes y marca. Ya no habrá más goles. La RDA gana el partido y el grupo, con cinco puntos, por cuatro de la RFA.
Jürgen Sparwasser, nacido en Halberstadt el 4 de junio de 1948, se convierte en una celebridad Mundial. Aún hoy resuena su nombre como autor de uno de los goles más comentados de la historia. Su vida no cambió mucho. Regresó al Magdeburgo, donde rechazó una oferta del Bayern de Múnich que tampoco está claro que le hubieran permitido aceptar. (Los jugadores de la Europa del Este solo obtenían permiso para salir, y con muchas dificultades, a partir de una edad alta, cuando ya apenas se les consideraba útiles para la selección). Él tenía entonces veintiséis años. Jugó hasta los treinta y uno, cuando le retiró una lesión. Entonces llevaba cincuenta y tres partidos en la selección. Después trabajó en las secciones inferiores del Magdeburgo. En 1988 aprovechó un partido de veteranos para fugarse y quedarse en Alemania Occidental, donde encontraría trabajo en el Eintracht de Fránkfurt y más adelante en el SV Darmstadt. Ya era inminente la reunificación. Cuando esta se produjo y le empezaron a solicitar reportajes de todas partes, descubrió con sorpresa cuán célebre era en el resto del mundo, más de lo que había sido en su propia tierra.
«Cuando muera, bastará que en mi lápida ponga “Hamburgo, 1974”, para que todo el mundo sepa quién está enterrado ahí», declaró un día con humor, en uno de los tantísimos reportajes que concedió a medios occidentales.