En el mismo congreso de Tokio de 1964 en el que se concedió a México el Mundial de 1970 se concedió a Alemania Occidental el de 1974. Se repetiría, pues, la experiencia de que el país que dos años antes había organizado los JJ.OO. (México tuvo los del 68 y la RFA, los del 72) alojara el Mundial inmediato. Se aprovechaba así el tirón de infraestructuras.
La mascota fueron dos niños futbolistas, Tip y Tap, uno pequeño y moreno, con un balón bajo el brazo, y el otro más alto y rubio, que le cogía por el hombro. Tip llevaba en el pecho «WM» y Tap, «74». El balón apenas tuvo modificación con respecto al anterior. De nuevo hecho de pentágonos y hexágonos, de nuevo Adidas Telstar. Aunque se hizo una segunda versión, impermeabilizado, llamado Apolo.
Y se estrenaba Copa. La que se llamó Victoria antes de la guerra y Jules Rimet, en homenaje al creador después de ella, quedó en propiedad de Brasil, por sus tres victorias, como establecían las bases del trofeo. La FIFA declaró un concurso de ideas para crear una nueva, y el 5 de abril de 1971 el comité creado ex profeso eligió el diseño del escultor italiano Silvio Gazzaniga, hincha milanista. Es la Copa que aún vemos hoy, en la que dos atletas de figura estilizada sostienen sobre sus cabezas un globo terráqueo. Es mayor que la anterior, mide 36 centímetros (la Jules Rimet medía doce) y pesa 4,97 kilos. Está hecha de oro de dieciocho kilates. Tiene dos anillos de piedras de malaquita como adorno en la base. Esta no se entrega a la selección ganadora sino simbólicamente, al final del partido. Luego se reemplaza por una copia, que la federación ganadora guarda en propiedad, y la original vuelve a quedar depositada en la FIFA.
Este fue el Mundial de la mayoría de edad del fútbol. Superadas todas las vacilaciones de los inicios, aceptada la alternancia como algo ya definitivo, con la televisión extendida ya a toda la tierra como formidable elemento de difusión y el clamor que despertó el gran Mundial de México, con Pelé a la cabeza, el fútbol era ya el indiscutido rey Mundial del espectáculo. Y su práctica ya no tenía barreras.
Se inscribieron 92 equipos, que habría que reducir a dieciséis. Tres hicieron forfait: Madagascar, Venezuela y Jamaica, que a la hora de la verdad se echaron para atrás. Y también la URSS, que no quiso jugar su partido de vuelta de desempate en Chile, cuestión que tiene su propio capítulo. España también quedó fuera, y también se cuenta aparte. Inglaterra se quedará fuera, primera víctima de Polonia, que sería la gran revelación del torneo, con sus Lato, Gadocha, Szarmach, Tomaszewski, Deyna y demás, desconocidos hasta entonces. Argentina sí se clasificó, admitiendo por primera vez hacer uso para la clasificación de los jugadores salidos al exterior, entre los que estaban algunos tan notables como Carnevali, Perfumo, Heredia, Bargas, Ayala y Yazalde. Brasil y la RFA, campeón y organizador, se clasificaron de oficio.
Novedad absoluta en este Mundial fue la presencia de la otra Alemania, Alemania Oriental o RDA, que se clasificó ganando un grupo con Rumanía, Finlandia y Albania. El sorteo la emparejará con sus hermanos de Occidente, provocando un choque entre capitalistas y comunistas cargado de morbo, que se cuenta en su apartado. Hubo por primera vez presencia del África negra, a cargo de Zaire. Haití puso la otra nota exótica y dejó para el recuerdo el gol de su delantero Sanon (el mejor jugador de su historia) que acabó con 1143 minutos de imbatibilidad del meta italiano, Dino Zoff. Australia representó a Oceanía y Asia, dejando fuera a Corea del Sur en la finalísima de la zona mixta. Nueve plazas fueron para Europa, y las cuatro restantes, para Sudamérica.
El sistema se cambió, para dar lugar a más partidos. Tras los cuatro grupos de cuatro equipos de la primera fase (hasta aquí igual que en todos los Mundiales desde el de 1954), los dos primeros de cada grupo no pasaban a eliminatorias directas, sino que jugaban una segunda fase de liguilla, con dos grupos de cuatro. Los campeones de esta segunda fase jugarían la final. Los subcampeones, por el tercer y cuarto puesto. No hubo, pues, semifinales. Con este sistema se pasaba de los 32 partidos de la fórmula anterior a treinta y ocho. Se jugó en nueve ciudades. Múnich, Berlín, Stuttgart, Düsseldorf, Hamburgo, Fránkfurt, Dortmund, Hannover y Gelsenkirchen. Empezó el 13 de junio y acabó el 7 de julio.
Se jugó el 4-4-2 o el 4-3-3, y las alineaciones de la época ya aparecen con esa disposición. Se ha dejado de hablar ya de delanteras de cinco. Van desapareciendo los extremos. Algunos equipos juegan solo con uno, otros con los dos delanteros alternando posiciones, por fuera o por dentro, y con gente que llega desde atrás por las alas. Tras el fútbol más técnico de México, volvió al primer plano el fútbol-fuerza. El que no ponía velocidad, movilidad y disciplina a su juego, no pasaba adelante. Hubo grandes jugadores, pero siempre dentro de sistemas enérgicos. Mandó Europa, en suma.
Hubo ocho árbitros americanos, dos africanos, dos asiáticos y uno australiano. Solo uno de ellos, el uruguayo, repitió, así que entre los trece cubrieron catorce partidos. Los otros veinticuatro encuentros fueron arbitrados por los catorce europeos. Por España estuvo Sánchez Ibáñez. En el partido inaugural (RFA-Chile) se vio la primera tarjeta roja (en México no llegó a enseñarse ninguna, aunque ya existían). La vio Caszely, de forma rigurosa, mostrada por Babacan, turco, tristemente célebre en nuestro país por haber expulsado poco antes a tres jugadores del Atlético en Glasgow, en un partido de Copa de Europa. No fue la primera expulsión en un Mundial, pero sí la primera vez que se vio una tarjeta roja. El primer expulsado en un Mundial había sido Galindo, capitán de Perú en 1930, en el Rumanía-Perú (3-1).
El máximo goleador fue el polaco Lato, con siete goles en otros tantos partidos. Se jugaron treinta y ocho partidos, con 98 goles, a 2,55 por partido. La asistencia fue de 1 774 022 espectadores, una media de 46 685.
Pero quedó para el recuerdo como el Mundial de la seguridad. Dos años antes, en los JJ.OO., un grupo terrorista palestino había asaltado la Villa Olímpica, matado a algunos miembros de la delegación israelí y secuestrado al resto. El episodio finalizó en matanza en el aeropuerto. Ese día el deporte comprendió que ya no podría seguir viviendo en su Arcadia feliz. Dos años después, para el Mundial, jugadores, aficionados y periodistas tuvieron que moverse incómodos entre una red de medidas de seguridad. Ya para siempre sería así. La selección de Escocia, único equipo británico clasificado, se movió entre protección extrema a consecuencia de una amenaza de acción terrorista del IRA, posiblemente falsa.