El 21 de junio de 1970 saltan al Estadio Azteca las selecciones de Brasil e Italia. Está en juego la Copa Jules Rimet, pero esta vez va muy de verdad. En las bases de la competición se estableció en su día que quien la ganara tres veces se la quedaría en propiedad, y hasta ahora Italia la ha ganado dos veces (en 1934 y 1938) y Brasil otras dos (en 1958 y 1962). Uno de los dos finalistas se va a quedar la Copa en propiedad. Al frente de las dos filas sale el árbitro Rudolf Glöckner, de la Alemania Oriental.
El ambiente es magnífico, inigualable. El Azteca lo llenan 110 000 personas, con un colorido sin igual. Ha llovido fuerte hasta media hora antes del partido, pero este se juega con un ambiente luminoso, en un estadio fulgente, con enorme mayoría de los colores de Brasil frente a los de Italia. También el público local tuerce por Brasil. Su juego ha enamorado y además es americano. Siempre en la Copa del Mundo late la rivalidad Europa-América.
Brasil llega por un camino magnífico. Ganó sus seis partidos en el grupo de clasificación americano, ha ganado ahora los tres de la fase de grupo (a Checoslovaquia, 4-1, Inglaterra, campeona vigente 1-0, y a Rumanía, 3-2) para luego en cuartos batir a Perú (4-2) en un partido bellísimo, y en semifinales a Uruguay (3-1) en una lucha espesa e intensa.
Italia ha hecho un grupo más rácano: 1-0 a Suecia y sendos 0-0 con Uruguay e Israel. Pero luego ha ido a más: 4-1 a México en cuartos y 4-3 a Alemania Occidental en semifinales. Italia tiene un gran goleador, el extremo Riva, pero al tiempo vive torturada por las dudas entre Mazzola o Rivera, dos grandes a los que es difícil sacar partido si juegan juntos. Uno del Inter, el otro del Milan, siempre hay polémica, juegue el que juegue.
Brasil juega con estos: Félix; Carlos Alberto, Brito, Piazza, Everaldo; Clodoaldo, Gerson, Rivelino; Jairzinho, Tostão y Pelé.
Italia va con: Albertosi; Burgnich, Cera, Rosato, Facchetti; Bertini, Mazzola, De Sisti; Domenghini, Boninsegna y Riva. Rivera se queda fuera, a pesar de que ha sido el autor del gol vincente en la gran semifinal.
Glöckner da el pitido, y a jugar. Italia sale animosa, no se cierra. El partido tiene un aire bello, hay mucho jugador de gran técnica ahí abajo. Todavía no ha roto cuando en el 18’ hay una falta en el medio campo que defiende Italia, cerca de la banda izquierda. Clodoaldo la saca para Rivelino, adelantado, que envía un centro estupendo por alto hacia el segundo palo. Allí aparece Pelé, en enorme salto, ganando a Burgnich para pegar un frentazo imparable. 1-0.
Italia no se amilana y le mete ritmo al partido. Brasil juega con más pausa, confiando en su técnica. Italia juega con verdadera pasión. En el 37’ llega el empate: una llegada rápida al área, una salida imprudente de Félix y el balón queda para Boninsegna, que desde el borde del área dispara a la portería vacía. 1-1. Así se llegará el descanso.
Italia ha hecho más esfuerzo, es visible. Ha tenido que suplir con entrega la desventaja técnica y en el segundo tiempo se nota. Cuando baja su ritmo, emerge en plenitud el juego de Brasil, que se adueña de la situación. Gerson es ya el amo del medio campo, distribuye, dispara… La defensa italiana sufre ante las genialidades de los fabulosos delanteros brasileños. Se masca el gol. Y llega en el 66’, con un trallazo tremendo de Gerson desde más de veinte metros, cruzado, raso, al hierro. 2-1. En el 71’, es Jairzinho el que llegando de atrás fusila con facilidad a Albertosi. 3-1. Es su séptimo gol en seis partidos, ha marcado en todos ellos. Se hará célebre su imagen de rodillas, santiguándose y rezando después de cada gol. Valcareggi trata de frenar la hemorragia con cambios. Entra primero Juliano por Bertini, luego Rivera por Boninsegna. Pero no hay nada que hacer. En el 87’, Pelé concentra la atención de la defensa italiana y abre el balón a la derecha, por donde ha subido con velocidad el excelente lateral Carlos Alberto, que cruza un disparo homicida. Es el 4-1, que eleva el resultado a goleada.
Termina la final más hermosa vista nunca, termina el Mundial más hermoso visto nunca. Carlos Alberto recoge la Copa de manos de sir Stanley Rous. Brasil y Pelé han salvado el fútbol, tras un Mundial, el de Inglaterra, feo, en el que se impusieron la dureza y las tácticas. Este ha sido un Mundial luminoso, bello, colorido (las publicaciones en color se multiplicaban por aquellos años y la televisión empezaba a verse así), ganado por el que mejor fútbol hizo. Pelé besa la Copa, doce años después de aquella primer conquista suya, es la imagen del renacimiento del fútbol. Cerca tiene a Zagalo, el entrenador, con el que hizo ala en el 58 y en el 62. Ellos dos han ganado con Brasil los tres títulos. La Copa les pertenece más a ellos que a nadie.
Pelé es elevado a hombros, como los grandes toreros. Alguien coloca sobre su cabeza un enorme sombrero mexicano. El país le ha adoptado, el mundo entero le ha adoptado. Pelé, el fútbol y la Copa del Mundo eran desde esos momentos una misma cosa.