Quizá las tres imágenes más impactantes del Mundial’70 las produjera Pelé. Una de ellas, con aquel lanzamiento desde el círculo central, cuando vio adelantado a Viktor, el meta checoslovaco, y conectó un tiro por sorpresa que salió rozando la escuadra. No entró, pero aquella jugada, intentada desde entonces, a veces con éxito, a veces no, por muchos otros jugadores, sigue llamándose «el gol de Pelé», a desprecio de que no entrara. Otra fue, ya en semifinales, su regate al meta uruguayo Mazurkiewicz. Le enviaron un pase diagonal desde la izquierda, corrió hacia el balón, perpendicularmente al marco; en la dirección contraria, arrancó Mazurkiewicz, esperando llegar antes al balón; atacante, portero y balón coincidieron prácticamente en la media luna y entonces Pelé, en lugar de tocar el balón, saltó sobre él y se desplazó a la izquierda, pasando por la derecha de Mazurkiewicz que, sorprendido por la maniobra, se giró hacia él y dejó que el balón le cruzara por delante. Pelé, a su vez, giró a la derecha, rodeó al portero por detrás y disparó a puerta vacía, pero el remate se le fue demasiado cruzado y salió fuera por centímetros. Otro gran gol que se le escapó.
Pero tan comentada o más que estos dos goles al limbo fue la parada que Banks le hizo a Pelé el día que se enfrentaron Brasil e Inglaterra, 7 de junio, en el Estadio Jalisco, en Guadalajara, segunda jornada del grupo 3. Los dos habían ganado el primer partido. Se entendía que el que ganara este sería campeón. Ganaría Brasil, con gol de Jairzinho, pero la jugada más recordada no fue aquel gol, con ser bueno, sino la parada de Gordon Banks. Fue en una escapada por la derecha precisamente de Jairzinho, que se fue de Cooper, llegó hasta el fondo, hasta los fotógrafos, como mandan los cánones, y lanzó un centro preciso hacia la llegada de Pelé, que apareció volando, con todas las ventajas, y cabeceó con plenitud, picando el balón, para que botara antes de la raya, lo que hace más difícil detenerlo. Banks, que regresaba del primer palo, adivinó el remate, se lanzó y alcanzó apenas a desviar un poco el balón, modificando su trayectoria lo justo para hacerla más vertical y conseguir que saliese por encima del larguero, a córner. Pelé se quedó estupefacto: «Yo marqué un gol ese día —contaría después Pelé—, pero Gordon Banks lo paró».
Gordon Banks, apodado «el Chino» por sus ojos algo oblicuos, fue un grande. Repartió su carrera entre el Leicester y el Stoke City, pero sobre todo fue el portero de Inglaterra en los mejores años de esta, en la que estuvo desde 1963 a 1972. Fue portero de su selección cuando esta se proclamó campeona del mundo, en el 66. En este Mundial, tardó 442 minutos en encajar el primer gol, que no llegaría hasta la semifinal, marcado por el portugués Eusebio de penalti. Alto, ágil, extremadamente sobrio, fue considerado el mejor del mundo con posterioridad a Yashin.
Inglaterra se clasificó segunda de grupo y en cuartos se cruzará con la República Federal Alemana. Banks tuvo una indisposición por una cerveza en mal estado y no pudo jugar ese partido: «De todos los jugadores que podríamos haber perdido, hemos tenido que quedarnos sin él», se lamentó Ramsey. Inglaterra perdió 3-2, en la prórroga, y Bonetti, su sustituto, tuvo algo que ver en ello.
Banks perdió su puesto en la selección en 1972, tras un accidente de automóvil que le afectó la vista del ojo derecho. Aun así, en 1977 fichó por el Fort Lauderdale, como un atractivo más en la NASL, que esos años buscaba impactos.
Fue un grande, que sabe que su nombre quedó ligado a esa parada, más que a toda su luminosa trayectoria: «La gente no se acordará de mí porque gané un Mundial, sino por aquella parada. Nadie me habla nunca de otra cosa que no sea eso». Y es que fue la mejor parada de la historia.