Aquellos eran años oscuros para la selección, años en los que empezaba a incubarse un pesimismo que duró prácticamente hasta la Eurocopa de Viena, la de Luis, la Roja y el tiqui-taca. Tras ganar la Eurocopa de 1964, habíamos pinchado en el Mundial de 1966 (dos derrotas y una victoria en la fase de grupo) y habíamos caído eliminados por Inglaterra, en el camino hacia la fase final de la Eurocopa de 1968. Ahora se trataba de ir al Mundial de 1970, en México y, la verdad, no había un gran ánimo. La Federación había nombrado como seleccionador a un desconocido, Eduardo Toba, doctor en Medicina, gallego, sin currículum apenas en España. Había entrenado algo al Depor, sin mayor gloria. Su aval era que había obtenido buenos resultados como seleccionador de Costa Rica. Pero eso, ¿qué emoción podía provocar en España? Era además un hombre plano, cuya propuesta tampoco emocionaba. Planteaba un 4-4-2. Le gustaban mucho los defensas y los centrocampistas, y poco los delanteros, sobre todo si eran extremos.
Ni siquiera el estupendo resultado de su primer partido, 1-3 en Francia, levantó los ánimos. Francia estaba decadente en ese tiempo y además el juego no gustó. Y así afrontamos el grupo de clasificación para México’70, en el que teníamos como rivales a Bélgica, Yugoslavia y Finlandia.
En aquel tiempo, las jornadas no iban acompasadas, como ocurre hoy. Los equipos iban concertando sus partidos en fechas a conveniencia de las dos partes en juego. Y así ocurrió que Bélgica fue más madrugadora. Jugó tres partidos antes de que nosotros jugáramos el primero. Y los ganó los tres: el 19 de junio, 1-2 en Finlandia; el 9 de octubre, 6-1 a Finlandia en casa; y el 16 de ese mismo mes, 3-0 a Yugoslavia. Así que cuando vino a visitarnos, el 11 de diciembre, ya tenía seis puntos (se daban dos por victoria). Nosotros, mientras, solo habíamos jugado un partido, un 0-0 en Yugoslavia, buen resultado si se mira, pero con un juego desesperadamente aburrido. A nadie complacía aquella selección. Más que los hombres, que también, se discutía el cicatero estilo de juego. Se pensaba que había jugadores para más. Eduardo Toba empezaba a ser considerado algo así como el enemigo público número uno. Nadie le quería.
En esas estábamos cuando el 11 de diciembre nos visitó Bélgica. Su cuarto partido, el segundo para nosotros. Ellos, seis puntos, nosotros, uno. Se jugó en el Bernabéu, en una noche fría y en un ambiente desangelado, casi desolador. Once mil personas en el estadio, que entonces tenía capacidad para más de cien mil. España sale con Sadurní; Torres, Tonono (Gallego, 45’), Zabalza, Eladio; Claramunt, Pirri, Grosso, Germán (Marcial, 45’); Amancio y Gárate. El partido es malo, el delantero centro Devrindt (muy bueno) adelantó a los belgas en la primera parte, y gracias a que Gárate empató a trece minutos del final no nos quedamos fuera esa misma noche. Pero aumentó el pesimismo.
Nuestro tercer partido, de los seis del grupo, es la devolución de visita a los belgas y se juega el 23 de febrero de 1969 en el Estado Sclessin de Lieja. Se televisa en directo para España, a primera hora de la tarde. Echando cuentas en las vísperas, descubrimos con horror que perdiendo el partido estamos eliminados, y que aún empatándolo tendremos un techo de ocho puntos, los mismos con los que quedaría Bélgica con el empate. Así que había que ganar.
España sale con Iríbar; Martín II (Torres, 34’), Gallego, Zoco, Eladio; Claramunt (Asensi, 69’), Glaría, Velázquez, Grosso; Amancio y Vavá. En el equipo titular solo repiten cuatro de los once de la noche del Bernabéu, lo que da idea del desconcierto. Por el contrario, en Bélgica se aprecia una continuidad, desde el meta Trappeniers al extremo izquierda Puis, pasando por todos los artistas de la compañía, los Van Moer, Polleunis, Van Himst y Devrindt, sobre todo este. Un delantero matador, con un físico como el de nuestro Negredo de ahora, y movedizo y preciso como él. Se convertirá en nuestra pesadilla futbolística, con dos goles en este partido, que sumar al que ya nos metió en Madrid. Asensi marca el 2-1, pero no llega. El partido es feo y duro, el árbitro danés Tage Sörensen consiente mucho a los belgas, y en un momento determinado, cuando Velázquez ha sido pateado en el suelo, Eladio sale hecho una furia para defenderle. Se forma un alboroto, el árbitro le expulsa, él no quiere irse. Interviene la policía, que le saca con las peores maneras. En casa contemplamos indignados la escena. Gallego, Zoco y varios más se meten en el barullo.
Al acabar el partido, hay nuevos forcejeos en el túnel. La policía intenta llevarse detenidos a Gallego y Eladio, por «resistencia a la autoridad». Desde casa vemos ofendidos, humillados y dolidos el maltrato de la policía a nuestros jugadores. La delegación consigue por fin que no se les detenga, pero ambos serán declarados persona non grata en el país, al que tendrán vetada la entrada durante un año a partir de la fecha.
El caso es que tras haber jugado solo tres partidos y a falta de los otros tres, entre ellos los dos con la cenicienta del grupo, nos hemos quedado ya sin Mundial. Eduardo Toba salta y, con el ánimo de terminar el grupo decentemente, la Federación nombra un trío seleccionador formado por Muñoz, Artigas y Molowny, entrenadores de los tres grandes equipos del momento: Madrid, Barça y Las Palmas. Con ellos se recibe a Yugoslavia en el Camp Nou y se gana, 2-1, con Amancio y Rexach como extremos y Bustillo de delantero centro. El partido supone un cierto alivio. Pero luego, la visita a Finlandia nos llenará de oprobio. Fue el 25 de junio, ya terminada la temporada oficial, con los jugadores cuyos clubes no han prosperado en la Copa ya parados desde hacía muchos días. Se viaja allí sin ganas, sin objetivo, y se pierde 2-0 lo que produce el mayor de los escándalos. El trío seleccionador se disuelve discretamente durante las vacaciones.
Para el último partido, la devolución de visita de Finlandia, entra Kubala como seleccionador. El partido se disputa el 15 de octubre, tres días después de la fiesta nacional, el día 12, que entonces se conocía como «el día de la raza». Se aprovecha para hacer una exaltación patriótica frente a Gibraltar. Se juega en La Línea de la Concepción, donde se estrena el Estadio José Antonio Primo de Rivera. España gana por 6-0, Gento se despide de la selección ese día, el mismo del estreno de Kubala como seleccionador.