El heroico perrito Pickles

Casi puede decirse que la mayor noticia de la Copa del Mundo de Inglaterra se produjo antes de que empezara. Fue la sensacional desaparición de la Copa, el 20 de marzo, cuando aún quedaban tres meses largos para que comenzara el campeonato.

La Copa, que ya había sido utilizada con un propósito comercial en Suiza, donde una sastrería de caballeros la alquiló para colocarla en el escaparate y llamar así la atención de los viandantes, fue esta vez requerida por una firma inglesa especializada en filatelia. La firma, de nombre Stanley Gibbons, organizó una exposición de sellos raros en Westminster’s Central Hall, en el corazón de Londres. Sellos raros, piezas únicas diríamos. ¿Y qué pieza más única, como reclamo, que la estatuilla dorada que diseñó Abel Lafleur tantos años atrás y que premiaba al campeón del mundo de fútbol. Esa estatuilla era el gran objetivo de Inglaterra, que había obtenido (se había reservado, podríamos decir) la organización del primer campeonato tras el centenario del fútbol, que se cumplió en 1963. Aquella Copa era el objeto más deseado por todos los ingleses. La Stanley Gibbons tuvo, pues, una buena idea. Esa pieza única sería lo que más podría atraer público a su exposición de piezas únicas de la filatelia.

La exposición se inauguró el domingo 19 de marzo, con gran éxito de asistencia. Sí, había sido una buena idea. ¡Pero un día después desapareció! Los encargados de abrir la sala por la mañana del 21 la echaron a faltar. ¡Había sido robada! Después de todo, quizá no hubiera sido tan buena idea, sino una tremenda imprudencia.

La noticia trasciende enseguida y provoca polvareda en todo el mundo. Scotland Yard se despliega y no encuentra ninguna pista. Ha sido una sustracción limpia, obra de algún ladrón de guante blanco que desdeñó una colección de sellos que valía tres millones de libras y se había apoderado de la Copa. Se investiga toda una larga lista de sospechosos, pero sin fruto. En la segunda mañana llega una carta a Scotland Yard, solicitando un rescate de 15 000 libras, en billetes usados de una y cinco libras, de numeración no correlativa. Mientras se está dando vueltas al asunto, llega una segunda carta, firmada por un tal Jackson, que rectifica la carta anterior e indica que el rescate no debe ser en billetes de una y cinco libras, sino de cinco y diez. Habría pensado que con los billetes de libra el rescate hubiera ocupado mucho sitio. La segunda carta permite a Scotland Yard seguir la pista hasta el tal Jackson, un trabajador de los muelles, de cuarenta y siete años y con malos antecedentes. Se le detiene y la noticia produce júbilo general.

Pero hay decepción. Tras los interrogatorios, se llega a la conclusión de que Jackson ni tiene la Copa ni la ha tenido nunca. Lo único que tiene son deudas. Simplemente, es un caradura que ha querido aprovecharse y sacar 15 000 libras por la cara. Hay dolor y desconcierto. Scotland Yard ofrece ahora 6000 libras a quien dé una pista fiable que conduzca a la recuperación de la Copa.

Llegan pistas y avisos en tal cantidad que abruman a la policía. Entre tanto, se recuerda que la primera FA Cup, la Copa de Inglaterra original, había desaparecido de las oficinas de su ganador, el Aston Villa, en fecha tan lejana como 1895, y que nunca volvió a aparecer. Mucho tiempo más tarde de la desaparición de aquella otra Copa, apodada en su día «The Little Tin Idol», («el viejo ídolo de latón»), un vagabundo borrachín dijo haber sido quien la robó. Pero no apareció. O la había perdido luego a su vez, o no era verdad. Era un anciano enloquecido por el alcohol que pasaba el tiempo a la intemperie. Aquella Copa no apareció. Y sigue sin aparecer.

El precedente hizo temblar a todos.

A los nueve días, un vecino de Beuhall Hill, al sur de Londres, saca como cada mañana y cada tarde a pasear a su perrillo, de nombre Pickles. Es un simpático chucho, sin raza definida, terciadito de tamaño, más bien lanudo, de color blanco y manchas negras. David Corbett, que así se llamaba el propietario, nota que su perro se entretiene con algo que hay bajo el seto. Tira de él, pero el perro insiste en olisquear aquello. Después de dos o tres intentos de apartarle, decide mirar qué es lo que llama tanto la atención de su fiel Pickles. Ve algo envuelto en papel de periódico, lo coge y nota que asoma por un lado algo así como un frío trozo de mármol. Tira de ello con una mano, desliza con la otra mano el papel hacia el lado contrario y aparece la Jules Rimet. Se quedó desconcertado por un momento. Pronto reaccionó y fue al puesto más próximo de Scotland Yard, donde entregó la Copa. Era el 29 de marzo. El trofeo había estado desaparecido diez días.

Corbett tuvo sus 6000 libras, pero no fue solo eso. Pickles fue condecorado por la Liga de Defensa de los Animales y una marca de comidas para perros le proveyó de comida gratis para el resto de sus días. Se hizo extremadamente popular. Su foto apareció en todos los diarios del mundo, se le vio en todas las televisiones, borró de un plumazo a sus dos congéneres mediáticos, la perrita rusa Laika (que viajó al espacio) y el espectacular Rin-Tin-Tín, héroe del celuloide. El propio Pickles rodó una película, titulada El espía de la nariz fría.

Tres meses más tarde, Bobby Moore levantaba la Copa en Wembley. Pickles fue invitado, con su amo, a la cena de celebración final, en la que al perro le dejaron lamer los platos. Scotland Yard, que había quedado en mal lugar, investigó durante algún tiempo y discretamente a Corbett, pensando que él mismo podría haber sido el autor, pero acabó por descartarlo.

Pickles murió un año después, en 1967, estrangulado con su propia correa mientras perseguía a un gato, y las agencias rebotaron la noticia al mundo. Apareció como un pequeño suelto en muchos periódicos del día siguiente. David Corbett lo enterró en su propio jardín.

El ladrón no apareció nunca.