A falta de Pelé, Amarildo

Brasil, campeona del mundo, tenía todas las bazas para ganar el Mundial. En su continente, mantenía casi íntegro el grupo de Suecia (nueve hombres de la final del 58 repetirán en el primer equipo titular) y se ha echado el resto en la preparación. En los cuatro años entre una y otra copa, el equipo ha jugado veintidós partidos, ganando dieciocho, empatando dos y perdiendo solo dos. Se trabaja a fondo. Los veintidós jugadores seleccionados van a ser concentrados durante un mes en las modélicas instalaciones del hospital Santa Casa de la Misericordia, examinados hasta la última célula de su cuerpo por veintiséis médicos.

Pero, sobre todo, está Pelé. Un Pelé con veintiún años, en la cima de su gloria. Hasta España han llegado incluso noticias de que el fútbol en Brasil está perdiendo interés, porque siempre gana el Santos, gracias a él. El Santos no tiene rival en ese tiempo, gracias sobre todo a él. Le apodan «la Perla Negra», ha sido portada en el Time de Estados Unidos, es un jugador fabuloso. Nadie puede pararle.

Brasil cae en el grupo de Viña del Mar, con México, Checoslovaquia y España. Se estrena el 30 de junio, frente a México, con gran asistencia de público. Hay ambiente en Viña del Mar, ciudad turística, porque el grupo es muy atractivo. México se presenta muy mejorado. Buenos marcajes a Garrincha y Pelé, aunque sin excesos antideportivos, y despliegue de fútbol por todo el campo. Pero se impone la lógica, se impone Pelé: en el 56’, filtra un perfecto pase para Zagalo, que aparece de atrás y marca. 1-0. En el 77’, él mismo se abre camino en una arrancada irrefrenable, deja atrás a tres rivales y marca el 2-0. Pelé ha resuelto el partido, como no podía ser menos.

El segundo partido es contra Checoslovaquia, que a priori no dice gran cosa. Nadie puede pensar a esas alturas que el partido que se está viendo se repetirá en la final. Checoslovaquia viene de dar la campanada al ganar a España 1-0, pero en España faltó Di Stéfano, Checoslovaquia fue dominada, se salvó por su portero Schroif, y alcanzó un gol afortunado a última hora. No, la gente no va a ver a Checoslovaquia, sino a Brasil. A Pelé. Pero Pelé va a durar solo media hora. En el 26’, hace una de sus grandes maniobras y suelta un chutazo que se estrella en la madera; en la misma acción, sufre un desgarro. Intenta mantenerse en el campo, primero como extremo derecha, luego como extremo izquierda. Pero no está para nada. No se puede mover. Ya no habrá más Pelé en todo el Mundial. El partido acabará 0-0.

El grupo se cierra con el partido contra España, que llega con la derrota contra Checoslovaquia y una apurada victoria sobre Carbajal. Brasil tiene una victoria y un empate. Pelé no va a estar y esa noticia llega, se festeja en España como una lotería que le hubiera tocado a todo el país. ¿Quién jugará en su lugar? ¡Da lo mismo! El que sea, valdrá como mucho la décima parte que Pelé.

«El que sea» es Amarildo, interior-extremo del Botafogo, donde comparte vestuario con Didí y Garrincha. El mulato Amarildo es un jugador artístico, díscolo, poco consistente. Uno de tantos que cuando los dioses le inspiran te la lía, pero que en muchas ocasiones no hace nada. Esa forma de ser había hecho que los juveniles del Flamengo decidieran prescindir de él. Estaba en el Ejército cuando un jugador de la época, Paulistinha, le convenció para que hiciera una prueba con el Botafogo, que se lo quedó y acertó.

Vicente Feola se decidió por él para el comprometido partido contra España. Sacó la delantera de siempre con Amarildo de remiendo: Garrincha, Didí, Vavá, Amarildo y Zagalo. En realidad, era la delantera completa del Botafogo a excepción de Vavá, que tras su paso por el Atlético de Madrid había regresado a Brasil y jugaba en el Palmeiras. Amarildo se enteró de que iba a jugar por el propio Pelé: «Rildo, mañana juegas tú…»

Dichoso Amarildo. Ese día íbamos a saber bien quién era. Con España ganando 1-0, lo que nos hubiera dado la clasificación, nos marcó dos goles, en el 72’ y el 86’. El primero, en colada de Zagalo, rematando con un extraño escorzo; el segundo, en gran jugada de Garrincha por su banda, resuelta por él con un cabezazo claro apareciendo por el segundo palo. Amarildo nos había dejado fuera del Mundial. Acabado el partido, cuando está en la ducha, Pelé entra, vestido y todo, y le abraza. Todo Brasil había pasado miedo ante la ausencia de Pelé, y más cuando se había visto por detrás en el marcador, con el partido ya muy avanzado. Amarildo fue el hombre providencial.

Luego, si bien Garrincha fue decisivo en los cuartos ante Inglaterra y la semifinal ante Chile, Amarildo volvió a ser el hombre de la final, marcando un gol inverosímil y dando otro.

Aquel Mundial le hizo rico. Un año más tarde le fichó el Milan, flamante campeón de Europa. Italia era el gran fútbol comprador de la época, y no solo de oriundi argentinos o brasileños, lo que venía de antiguo. Durante los cincuenta había extenuado el fútbol sueco. En los primeros 60 se llevó, entre otros, a los tres mejores españoles del momento, Luis Suárez, Luis del Sol y Joaquín Peiró. Así que estaba cantado que Amarildo saltaría al calcio. Allí lució su regate eléctrico, pero también sufrió a causa de su temperamento nervioso y su incapacidad para adaptarse a las formalidades tácticas que el fútbol italiano ya exigía. Tenía choques con los árbitros, los entrenadores, los compañeros, la prensa… Tras sus cinco años en el Milan, donde solo ganó una Copa de Italia, jugó tres en la Fiorentina y uno finalmente en la Roma, con Helenio Herrera. Cuando regresó a Brasil, donde se retiró en el Vasco da Gama, se pudo hacer balance de su paso por el calcio: 202 partidos, con 48 goles… ¡y 41 partidos suspendido! Amarildo tenía un temperamento parecido a nuestro entrañable y desaparecido Juanito.