Garrincha y Pelé abruman a Yashin

De nuevo Brasil lo tomó en serio cuando fue a Suecia. La afrenta del Maracanazo seguía ahí, lo de Suiza reforzó el escozor. Brasil regresó convencida de que el arbitraje ante los húngaros había sido decisivo. De nuevo se echó el resto, con un fuerte equipo técnico, dirigido por el gordo Vicente Feola, hombre sabio, bonachón y al mismo tiempo innovador. En su staff incluyó un psicólogo, de nombre João Carvalhaes. Fue la primera aparición en el gran fútbol de esa figura y su presencia causó extrañeza y cierto revuelo. Feola lo consideró preciso para templar el ánimo de los jugadores, a los que en Suiza se habían visto contagiados por una ansiedad que en realidad alcanzaba a toda la población. También llevaba un dentista, de nombre Mario Trigo de Loureiro, para cuidar las bocas de los jugadores.

Brasil se clasificó eliminando a Perú, 1-1 fuera y 1-0 en casa. Tenía grandes jugadores, entre los que destacaba sobre todo el interior Didí, del Botafogo. Un portento de inteligencia y de toque de balón. Su lanzamiento largo, cuarenta, cincuenta o más metros, tenía una precisión nunca vista antes. Además, estrenó en esa eliminatoria con Perú una nueva forma de lanzar los tiros libres, que se bautizó como «folha seca», hoja seca. Apoyándose en un defecto que le quedó tras una lesión mal curada, desarrolló una forma peculiar de darle a la pelota, con la parte exterior del pie, de modo que entraba en contacto con el balón la zona de bota que cubría los tres últimos dedos, por lo que algunos también la llamaron «trivela». El balón subía por encima de la barrera y cuando parecía que se iba a marchar muy alto bajaba bruscamente y sorprendía al portero al caer desde arriba, en una trayectoria imprevisible. Didí vendría en 1959 al Madrid, pero solo duró unos meses. Su juego lento no encajó en el vertiginoso y trabajador fútbol del gran grupo que encabezaba Di Stéfano.

Había muchos otros grandes jugadores, algunos veteranos ya de Suiza, como los dos laterales, Djalma y Nilton Santos. Y delanteros formidables, entre ellos un tal Mazzola, apodado así por su origen italiano y porque era rubio, como el gran interior italiano fallecido en Superga. Se llamaba Altafini, y con ese apellido haría carrera en Italia después de este Mundial. En las alineaciones de Brasil de esos años suele aparecer frecuentemente como Mazzola, aunque a veces también como Altafini.

Entre el elenco de estrellas había dos fenómenos emergentes. Uno era joven y el otro jovencísimo. El joven era Garrincha, extremo derecha, un tipo singular. Tenía entonces 24 años y estaba cargado de defectos. En palabras de Galeano, era «un pobre resto del hambre y la poliomielitis…». Tenía la pierna izquierda seis centímetros más corta que la derecha y con la rodilla doblada hacia dentro. Y una mentalidad infantil, como de niño de diez años, que llevó al psicólogo a desaconsejar su inclusión en el grupo. Pero hacía ala con Didí en el Botafogo desde 1956, era muy bueno, y pese a que no se le consideraba del todo fiable por su mentalidad, se le incluyó. Garrincha era tan simple que cuando compró una flamante radio, por cien dólares, Américo le dijo que no le serviría en Brasil:

—Esa radio solo puede hablar en sueco. Pruébalo. ¿Lo ves? En Brasil no te sirve.

Comprobó que, en efecto, la radio solo hablaba en sueco. Y aceptó la oferta de Américo, que le pareció generosa, de recomprársela por cuarenta dólares.

El otro era Pelé, un prodigio precoz, hijo de un jugador de tono medio-bajo, al que las lesiones habían frenado pero del que su célebre hijo siempre resaltó con orgullo que una vez había conseguido cinco goles de cabeza en un solo partido. Pelé jugaba en el Santos. Había debutado en la selección un año antes, contra Argentina, en la Copa Roca, y le había hecho un gol al mítico Carrizo. Se esperaban de él maravillas, pero todavía tenía diecisiete años. Fue incluido, aunque en principio como suplente…

Feola llega a Suecia con la delantera decidida: Joel, Didí, Altafini, Dida y Zagalo. Joel y Dida, ambos del Flamengo, delanteros brillantes (Dida fue un soberbio goleador) pasaban por delante de Garrincha y Pelé. A Joel, gran extremo, le encontraríamos poco después en España, jugando para el Valencia. Para el primer partido, contra Austria, sale esa delantera y la cosa va bien porque Brasil gana 3-0. Dos goles de Altafini y uno en llegada desde atrás de Nilton Santos. Pero algo no ha convencido a Feola: no ha visto a Dida en la línea esperada, y para el segundo partido, contra Inglaterra, decide sustituirle por el impetuoso Vavá, del Vasco de Gama, un ariete de rompe y rasga al que también veremos después por aquí, en el Atlético. La delantera sale con Joel, Didí, Vavá, Altafini y Zagalo. Y no funciona. El partido sale espeso, acaba 0-0, no gusta. Brasil juega mal.

Queda el tercer partido del grupo, contra la URSS, que viene también de ganar a Austria y empatar con Inglaterra. Para Brasil, perderlo puede suponer quedarse fuera si a su vez Inglaterra gana a Austria. Feola escucha a unos y otros, sobre todo a Didí, y decide jugársela con el chueco medio retrasado mental y con el adolescente. El entrenamiento de la víspera del partido lo anuncia para la tarde. Pero cuando llegan informadores, espías y curiosos, no encuentran a nadie. Feola les ha hecho un regate. El entrenamiento ha sido por la mañana, no ha querido que nadie descubra su nuevo plan. El 15 de junio, sale Brasil al Nya Ullevi de Göteborg para jugar ante la URSS con esta delantera: Garrincha, Didí, Vavá, Pelé y Zagalo. Será el primer partido de Garrincha y Pelé en la Copa del Mundo.

Fue todo un hallazgo. El público sueco se entregó ante las maravillas que estaba viendo, y desde los cinco minutos de juego expresó su predilección por Garrincha y Pelé, con enormes ovaciones cada vez que cogían el balón. Garrincha, con su desconcertando regate, se iba una y otra vez y llegaba hasta la línea. Pelé hacía brujerías por todo el ataque. Brasil solo ganó por dos a cero, culpa de los palos y del gran meta ruso Yashin, que ese día consolidó un prestigio que ya tenía. Vavá hizo los dos goles. Al acabar el partido, el técnico ruso, Gavril Katchalin, declarará: «No puedo creer que lo que hemos visto esta tarde sea fútbol. Esto ha sido lo más hermoso que he visto en mi vida».

En cuartos, Brasil juega contra Gales. Garrincha y Pelé siguen en la delantera, en la que esta vez entra Altafini en lugar de Vavá, que no resulta igual de bien. Vavá, más primitivo e impetuoso, mezclaba mejor que Altafini con los nuevos. Brasil gana 1-0, que marca Pelé mediada la segunda parte. Un día me contó que se empezaba ya a poner nervioso, «pero Didí me decía: “Tranquilo garoto, que va a entrar…”.Y tenía razón: entró.» Fue el propio Pelé quien lo marcó, a pase de Garrincha, y con una maniobra rápida electrizante.

La confirmación llegó en la semifinal ante Francia, la Francia de Wisnieski, Fontaine, Kopa, Piantoni y Vincent, que venía arrollando. Fue un partido glorioso, resuelto 5-2 a favor de Brasil con exhibición de Garrincha y tres goles de Pelé. El camino de la final quedaba despejado.

A esas alturas ya nadie dudaba de que una nueva época se estaba abriendo en el fútbol: la época de Brasil, que se sacudía por fin el fantasma del Maracanazo. La final, ante Suecia, terminaría de confirmarlo.