Con Kubala y Di Stéfano nos quedamos fuera

Para el Mundial de 1958 nos las prometíamos muy felices. Ya está contado que al del 30 no fuimos; en el del 34 chocamos, tras ganar a Brasil, con Italia, la selección local que luego sería campeona pero que para ganarnos necesitó de malas artes; en el del 50 fuimos cuartos; al del 54 no fuimos por una malhadada eliminatoria con Turquía resuelta de forma chusca y dolorosa.

Ahora, decía, nos las prometíamos felices. El fútbol español estaba en su plenitud. El Madrid había ganado las dos primeras Copas de Europa, el Barça mandaba en la Copa de Ferias, y mientras, el Athletic, el Atlético, el Valencia y el Sevilla se les subían a las barbas en los campeonatos españoles. Además de muy buenos jugadores nacionales, entre los que despuntaban Suárez y Gento, teníamos dos superclases nacionalizados: Kubala y Di Stéfano. Kubala venía jugando en la Selección desde el verano de 1953, cuando debutó en Buenos Aires, en gira por América. Di Stéfano llevaba menos tiempo: se había nacionalizado español tras tres años de estancia en el Madrid, al comienzo de la temporada 56-57, facilitando así la entrada de Kopa, como nuevo extranjero, en el equipo.

Di Stéfano debutó en un partido contra Holanda, en Chamartín, el 30 de enero de 1957. El mismo día debutó Luis Suárez, genial interior del Barça, la última maravilla de nuestro fútbol. El seleccionador era Manolo Meana, que había sido gran medio centro del Sporting de Gijón y de la selección antes de la guerra. El partido se concertó en «homenaje a los exiliados húngaros», de los que había bastantes en nuestro fútbol, entre otros, Kubala, aunque aún no los Puskas, Kocsis y Czibor, que llegaron después. España ganó 5-1 a Holanda, con tres de Di Stéfano, en jornada feliz.

El sorteo nos había colocado en un grupo con Suiza y Escocia. Teníamos que empezar con Suiza, en Chamartín, mes y medio después de ese partido con Holanda, que había servido de preparación. Todo se veía fácil. Contra Suiza habíamos jugado a esas alturas siete veces, con seis victorias y un solo empate (3-3) en Zúrich, en 1948. En realidad, Suiza nunca fue gran cosa en el fútbol Mundial. Con Escocia no habíamos jugado nunca, no había precedentes, pero se la consideraba una especie de segunda Inglaterra, e Inglaterra ya no asustaba. A decir verdad, España se veía no solo en Suecia, donde se disputaría la fase final, sino campeona o poco menos.

Pero el hombre propone y Dios dispone…

El 10 de marzo, festivo (aún no se había extendido la luz artificial), encapotado, con llenazo en Chamartín (110 000 espectadores) y el Invicto Caudillo en el palco, salen los dos equipos al campo. España ha cedido el rojo al visitante y viste de azul. Meana ha preparado este equipo:

Ramallets; Orúe, Heriberto Herrera, Canito; Maguregui, Garay (capitán); Miguel, Kubala, Di Stéfano, Luis Suárez y Gento. La delantera es magnífica, sobre el papel. Sus cinco elementos son jugadores de calidad superior. Los que les respaldan son jugadores firmes y eficaces, muy buenos todos. El equipo mezcla Athletic (Orúe, Canito, Maguregui y Garay), Barça (Ramallets, Kubala y Suárez), Real Madrid (Di Stéfano y Gento) y Atlético de Madrid (Heriberto Herrera y Miguel).

Suiza sale con cinco defensas, tres medios y dos delanteros. Suiza fue el primer país que practicó el cerrojo, invención de Karl Rappan, austriaco, pero muchos años seleccionador suizo. Ya lo utilizó en fechas tan lejanas como el Mundial de 1934. País inferior en la fabricación de grandes futbolistas, recurrió antes que nadie a esta artimaña. A esa defensa tan poblada se enfrenta España con un ataque mal diseñado, porque los tres miembros de la tripleta central son jugadores para aparecer desde atrás. Ninguno es delantero centro. Meana decide que Luis Suárez haga esa función, que no es la suya.

La cosa empieza mal. En el primer contraataque, en el 6’, el delantero centro, Hügi, marca en semifallo de Ramallets. 0-1. Suiza pone ya el autobús en el área chica y lo que sigue es un acoso plomizo, constante, sin brillo, con un delantero centro que no lo es y un público incómodo y nervioso. Pero, como se decía entonces, tanto va el cántaro a la fuente… En el 29’, Luis Suárez empata. Al regreso del descanso, en el 48’, Miguel marca el 2-1. Todo está, al menos, en su sitio. España persiste en el ataque, sin gracia ni mayor peligro. En eso, otra escapada de Suiza, un fallo de Canito y Hügi medio cayéndose, marca con la rodilla. Es el 67’, es el 2-2. Vuelta a empezar. El público se impacienta, la selección también. Por pura insistencia se consigue sacarle tres grandes paradas al meta Parlier, que ha estado bien toda la tarde. El asunto acaba 2-2.

Un tropiezo, pero solo es eso. Decepción también, pero ¿no hemos visto tantas veces a un equipo superior fallar en casa ante una defensa cerrada, en día de poco acierto y menos suerte?

Ahora toca ir a Escocia a «mojar». Al menos un empate. Entre uno y otro partido se juega un amistoso en Bélgica, con gran victoria por 0-5 y un gol de tacón de Di Stéfano, a pase de Miguel, que queda para la historia. No ha jugado Kubala, sino en su lugar Mateos, interior en punta, y la cosa resulta mejor.

Pero en Escocia es un desastre. Es el 8 de mayo, en el gigantesco Hampden Park y España se ve abrasada por el ritmo que los escoceses le meten al partido. La cosa acaba 4-2. Mudie, el delantero centro escocés, marca tres goles. Se ha comido a Campanal II. Meana será acusado de haberle alineado por razones de paisanaje. Marcelino Campanal jugaba en Sevilla, como había hecho su tío, pero era asturiano, también como él.

Ahora sí que las cuentas no salen solas. Hay que confiar en que Escocia tenga un tropiezo ante Suiza, pero eso no lo puede garantizar nadie. España cumple en lo que queda, ganando 4-1 a Escocia en Madrid y 1-4 a Suiza en Lausana. Pero Escocia, a su vez, ganó sus dos partidos contra Suiza, y se clasificó, con tres victorias y una derrota. Nosotros, con dos victorias, un empate y una derrota, nos quedamos fuera. Con Miguel, Kubala, Di Stéfano, Suárez y Gento, con Ramallets, con toda la corte de grandes medios y defensas que tenían el Barça y el Athletic, nos quedamos fuera.

En eso surgió una remota esperanza: todos los países asiáticos renunciaron a enfrentarse con Israel, hicieron forfait. Por no darle la plaza sin más, se decidió hacer un sorteo entre los nueve equipos ya eliminados para darle a uno de ellos la oportunidad de una repesca contra Israel. El sorteo tuvo lugar el 15 de diciembre y la mano inocente sacó el nombre de País de Gales.

Adiós a la última, remota esperanza. Adiós a Suecia.