El Mundial de Suiza tuvo un prólogo sensacional: el que lanzó al mundo la marca de «Partido del Siglo». Se jugó el 25 de noviembre de 1953, entre Inglaterra y Hungría, en Wembley y terminó con el resultado de 3-6 a favor de los magiares. Era la primera vez que una selección no británica ganaba en Wembley. El partido resonó en todos los rincones del mundo, como una especie de toma de la Bastilla. Fue el día en que los ingleses entregaron de verdad la corona y el orgullo. The Times tituló el día siguiente: «The match of the century». Así que aquel fue el único y legítimo partido del siglo en el siglo XX. Rechace imitaciones.
Hungría tenía un equipo sensacional, servido por jugadores técnicamente imponentes, tres de los cuales pudimos disfrutar en España unos años más tarde: para la 58-59 se incorporarían Puskas al Real Madrid y Kocsis y Czibor al Barça.
Aquella selección venía arrasando desde 1950. Había jugado veintitrés partidos, de los que había ganado veinte y empatado tres. Y con numerosas goleadas, y en partidos jugados en su mayoría contra las selecciones más prestigiosas de Europa. Había ganado la final olímpica de 1952, en Helsinki. El arquitecto del equipo era Gustav Sebes, viceministro de Deportes del país. Contaba con grandes jugadores, en su mayoría del Honved, pero además le había dado un poco la vuelta a la WM. Mantenía tres defensas y dos medios, uno de los cuales, Zakarias, apoyaba más a la defensa y el otro, Bozsik, era un gran constructor. Pero modificó la parte del ataque con respecto a los usos de la época: el delantero centro, Hidegkuti, se retrasaba para enlazar con Bozsik, los extremos, Budai (o Toth) y Czibor se echaban un poco para atrás, a fin de que la pareja de sabios armadores no tuviera tanto campo que cubrir. Y arriba, como dos puntas de lanza, quedaban los dos interiores, Kocsis y Puskas, magníficos los dos. El primero, con el mejor juego de cabeza de la época, entre otras virtudes. Puskas, con una precisión en la pierna izquierda que aún no ha sido igualada, además de un demoledor sprint corto. Todos, además, inteligentes, con gran sentido del juego de apoyo. Y diligentes. El portero, Grosics, era de gran categoría. Y los tres defensas, Buzanszky, Lorant y Lantos, que parecían poco por comparación, estaban también entre los mejores en sus puestos de la época.
Los ingleses habían tratado de autoconvencerse de que todavía poseían la patente, de que lo de 1950 se debió a fallos de concentración y adaptación. Pensaron que una buena victoria sobre la grandiosa selección magiar volvería a poner las cosas en su sitio. Y se concertó el partido. Antes, en octubre, se había jugado un Inglaterra-Resto de Europa, dentro de los fastos de celebración del noventa aniversario de la creación del fútbol. A aquel partido, España aportó al barcelonista Kubala y al defensa madridista Navarro, al que desde aquello se le conocería simpáticamente como «el Fifo», porque aunque todos los jugadores eran europeos, el equipo jugó bajo la bandera de la FIFA. La UEFA no existía aún. El partido había acabado en empate a cuatro, aunque gracias en parte al arbitraje, que barrió para casa. Pero, al fin y al cabo, empatar con una selección de lo mejor de toda Europa se podía considerar una prueba de que la hegemonía se mantenía allí. Ahora tocaba ratificarla ante la mejor selección continental del momento, la de Hungría.
Y fue una masacre. Existe película, no completa, pero sí extensa, de aquel partido. La imagen está velada por la niebla, pero de la pantalla en blanco y negro emerge un fútbol brillante. Hay un gol de Puskas, tras pisar el balón en el pico del área chica y hacer pasar a Billy Wright (un grande) como un autobús, que es de las grandes escenas de la historia del fútbol.
Quede para la historia la alineación de aquella Hungría, que en su tierra fue conocida como el «Aranycsapat», el equipo de oro, traducido literalmente del magiar: Grosics; Buzanszky, Lorant, Lantos; Bozsik, Zakarias; Budai, Kocsis, Hidegkuti, Puskas y Czibor. El partido llevaba aparejada una revancha, que se disputó en Budapest en mayo, poco antes del Mundial. Ese día ganó Hungría 7-1. En el conjunto de los dos partidos, pues, 13-4. Esa era la diferencia que a esas alturas separaba ya a los inventores del mejor equipo del momento.
Inglaterra, como se verá luego, pasó en Suiza la fase previa sin mayor gloria y cayó en cuartos ante Uruguay, pese a que la Celeste tuvo dos jugadores inútiles durante toda la segunda parte. Hungría llegó a la final, que perdería. Entre 1950 y 1956, aquel gran equipo (en cuya delantera tuvieron apariciones frecuentes Toth I, Toth II y Palotas), jugó 51 encuentros con una sola derrota, justo la de la final de la Copa del Mundo de 1954, ante Alemania Federal. A finales de 1956, cuando los tanques rusos de Khruschov invadieron Hungría porque pretendía separarse de la ortodoxia comunista, el Honved estaba fuera, en una gira por Europa que incluía la visita a Bilbao para jugar en Copa de Europa con el Athletic. Algunos de sus jugadores, singularmente Puskas, Kocsis y Czibor, decidieron no regresar a su país, invadido. Aquello fue el fin del Aranycsapat. Los tres jugadores fueron suspendidos por año y medio. Luego vinieron a jugar a España.