El león británico vuelve humillado de Brasil

Ya queda dicho, en una de las historias de 1930, que Inglaterra tuvo reticencias para entrar en la FIFA. No atendió a la primera invitación, entró después, en 1906, para favorecer que el fútbol estuviera presente en los Juegos Olímpicos de Londres de 1908, salió tras la Primera Guerra Mundial, porque no se atendió su exigencia de expulsar a los países perdedores de la misma. Regresaron en 1924 y se volvieron a marchar en 1926 porque no se tuvo en cuenta su definición exacta de profesionalismo. Así que ni Inglaterra ni las otras federaciones británicas, que iban de la mano, acudieron a los Mundiales anteriores.

Pero tras la Segunda Guerra Mundial ya entraron. Veían el fútbol de fuera lo bastante crecido como para medirse con ellos, aunque se seguían sintiendo favoritos. La FIFA les admitió encantada y reservó dos plazas para los británicos en el Mundial, dos plazas que debían salir del Campeonato Británico, que tradicionalmente jugaron aquellas cuatro selecciones (Inglaterra, Escocia, Gales e Irlanda —luego Irlanda del Norte a partir de la escisión—) desde 1884.

Inglaterra ganó el torneo, con suficiencia: tres partidos, tres victorias, catorce goles marcados y tres encajados. Escocia, que fue segunda, renunció a acudir, no se sintió digna de ello y produjo así una de las vacantes que afearon el torneo.

La aparición de los ingleses (a los que aún se les llamaba los «pross», y eso que ya había profesionales en muchos otros países) fue acogida con entusiasmo y expectación. Se les consideraba claros favoritos. Habían ganado los tres últimos campeonatos británicos y antes de ir al Mundial batieron con gran autoridad a Italia, en Turín (0-4), a Francia en Londres y París (3-0 y 1-3) y a Portugal (0-10) y Bélgica (3-5) en gira por el Continente. Los nombres de sus jugadores resonaban como algo especial entre los aficionados de todo el mundo: Williams, Ramsey, Wright, Matthews, Mortensen, Finney… Sí, llegaron a Brasil rodeados de un aura. Y eso que de camino jugaron un amistoso en Nueva York, precisamente con Estados Unidos (y luego verán por qué digo precisamente) y ganaron solo por 0-1. Pero fue fácil achacarlo a la fatiga del viaje y a cierta cortesía para con los anfitriones. En la cena posterior, el presidente de la FA, Stanley Rous, que más adelante lo sería de la FIFA, vino a insinuar esos argumentos y acabó exhortando paternalmente a los jugadores de Estados Unidos a seguir por ese camino, a no tomar la derrota como una humillación y a superarse.

A los inventores se les dio el honor de debutar en Maracaná. Era el segundo partido que se jugaba en el estadio, tras el Brasil-México inaugural. O el tercero, si se cuenta un amistoso que se jugó previamente al Mundial entre una selección carioca y otra paulista para estrenar el campo. El 24 de junio, con arbitraje del holandés Van der Meer, se enfrentan Inglaterra y Chile. Amanece un día encapotado y pronto llueve copiosamente, lo que se entiende como un homenaje de los dioses del fútbol a los inventores. Acuden 80 000 espectadores al glorioso estreno, pero salen decepcionados. El partido acaba 2-0, un gol en cada tiempo, y no se ha visto nada extraordinario. Inglaterra solo llama la atención por sus calzones largos y por la versión tan ortodoxa de su WM, en la que ningún jugador abandona jamás su zona.

Al menos ha ganado, aunque ha enfriado el ambiente mágico con que se la esperaba. Cuatro días más tarde, juega en Belo Horizonte contra Estados Unidos, ese equipo al que Stanley Rous habló con conmiseración en Nueva York. Estados Unidos no trae ningún aura: se ha clasificado porque en su zona de la CONCACAF solo se inscribieron tres y daba dos plazas. Había perdido con estrépito sus dos partidos con México, 6-2 y 6-0, y se clasificó gracias a una victoria y un empate con Cuba. Era un agregado de jugadores desconocidos, rarezas en un país al que al fútbol ya se le llamaba «soccer» (evolución de association) y que prefería su fútbol, ese rugby de cascos y hombreras, el béisbol, el baloncesto y cualquier otro deporte. Estados Unidos ya había jugado su primer partido, con España. Había conseguido un gol, que mantuvo hasta el 80’, pero al final se vino abajo y encajó tres goles en cinco minutos.

Sólo 12 000 espectadores en el estadio Independencia, de Belo Horizonte. Prueba de que se había enfriado el ambiente. Pero hubiera merecido la pena acudir, porque ese día, 29 de junio, se produciría la primera de las grandes sorpresas de la historia de los Mundiales: ganó Estados Unidos 1-0, con gol de su delantero centro, un mestizo de alemán y haitiana llamado Gaetjens y estudiante de la Universidad de Columbia, en Nueva York. (Algunos se lo adjudican al interior John Souza, el mejor del partido, pero encontré declaraciones de un defensa del equipo, llamado Maca, que se lo atribuía de forma inequívoca a Gaetjens).

¿Cómo pudo ocurrir? Cuentan que el fútbol inglés era repetitivo, sin fantasía. Sobre la WM, las mismas acciones, una y otra vez, el mismo juego de apertura a la banda y centro. Crecidos, picados por el discurso de Rous, los estadounidenses se aplicaron a frenarlo. Un juego así se puede frenar solo con que no haya ningún despiste, y no lo hubo. El gol de Gaetjens llegó en el 38’, en una rara fase de control del equipo inferior, de esas que cualquier partido permite. Inglaterra rozó el gol a veinte minutos del final, cuando Mortensen fue derribado en el área. Pero el meta Borghi rechazó el penalti, entre el entusiasmo del público, que había tomado partido por el débil.

Más adelante se supo que dos de las fichas de Estados Unidos no estaban en orden, porque ni Gaetjens ni el defensa Maca, belga, ni el central Colombo, tenían aún la nacionalidad americana. ¡Pero con esos mismos jugadores Estados Unidos perdería 5-2 con Chile, en el último partido del grupo!

Aquello fue un trueno, que se atenuó después de que el 2 de julio, de nuevo en Maracaná, Inglaterra volviese a perder, esta vez con España, con el célebre gol de Zarra que se narra en otra historia. De tres partidos, los viejos maestros habían perdido dos. Y eso que ante España sacaron al extremo Matthews, «el Mago del Regate», que no había comparecido en los anteriores. Pero ni por esas.

«Los viejos maestros tienen que regresar a la escuela», comentó el seleccionador, Walter Winterbottom, con acento lúgubre. Los viejos maestros no ganarían el Mundial hasta dieciséis años después, en su casa y con todo a favor. Y poco más han hecho en él…

A Gaetjens, aquel gol le dio fama y la oportunidad de fichar como profesional en el fútbol francés, donde jugó algunos años, sin mayor éxito. Retirado, fue representante de Colgate y Palmolive allí, fundó una lavandería y en 1964 decidió trasladarse a Haití, su país de nacimiento. Nunca debería haberlo hecho. Papá Doc, que como todo dictador recelaba de cualquier influencia del exterior, le hizo detener y desapareció misteriosamente en manos de la temible policía, los Tonton Macutte.