O Brasil a de ganhar

Dos de los tres primeros Mundiales los había ganado el país organizador: Uruguay e Italia. Sólo había fallado Francia. Así que es normal que Brasil se marcara el propósito de ganarlo, dado que tenía jugadores formidables y era consciente de ello. Ya en Francia 1938 había mostrado un tipo de jugador privilegiado, por una productiva mezcla de razas. Jugadores técnicos, físicamente espléndidos, ingeniosos, a los que Flavio Costa, un técnico con buen recorrido, encajaba sin problemas en la táctica de moda, la WM. Brasil había ganado la Copa América de 1949. El país hizo además una enorme inversión en estadios entre los que destacó el fabuloso Maracaná, orgullo no solo del fútbol brasileño, sino Mundial. Para construirlo hicieron falta 464 650 toneladas de cemento, 1275 metros cúbicos de arena, 3993 metros cúbicos de piedra, 10 597 661 kilos de hierro, 55 250 metros cúbicos de madera y el movimiento de 50 000 metros cúbicos de tierra, para la nivelación del suelo y preparar su cimentación.

Así que no es extraño que en todo Brasil se lanzara una frase, no solo en el ambiente futbolístico, sino con carácter de consigna nacional:

«O BRASIL A DE GANHAR».

La organización, con buen criterio, le reservó el partido inaugural, que al propio tiempo era el estreno oficial de Maracaná, si bien la víspera se había jugado ya un partido, a puertas abiertas, entre jugadores paulistas y cariocas. Pero el estreno oficial fue el Brasil-México, el 24 de junio, con presencia del Presidente de la República, Eurico Gaspar Dutra. El público acudió jubiloso, cargado de cohetería, lo que molestará mucho a Jules Rimet, que lo hará constar en sus memorias: «(…) Algunos exaltados continuaron aquella algarabía de mal gusto durante el partido, con riesgo evidente de cegar a algunos jugadores (…).»

México se embotelló, protegiendo a su meta, Carbajal, que estaba destinado a jugar cinco Copas del Mundo, récord no superado por nadie y solo igualado por el alemán Matthäus. En Brasil falta Zizinho, uno de los genios de la orquesta, pero aún así el partido acaba con un contundente 4-0. La torcida está feliz y Flavio Costa confiado.

Tan confiado, que para el segundo partido, que se jugó cuatro días después en el Pacaembú de São Paulo, hizo muchas concesiones al público local. La rivalidad futbolística allá entre cariocas (los de Río) y paulistas (los de São Paulo), era ya entonces legendaria. En el grupo titular había mayoría de cariocas, pero en São Paulo el seleccionador quiso meterse al público en el bolsillo, metiendo un poco de clavo a los paulistas Ruy, Noronha, Alfredo y Baltazar. El rival era Suiza. El equipo no funcionó, llegó con un corto 2-1 al tramo final del partido y entonces se acobardó. Suiza no solo hizo el 2-2 en el 88’, sino que en una última jugada su delantero centro, Friedländer, estrelló un balón en la madera. Por cierto, dirigió el español Ramón Azón, primer arbitraje de un colegiado español en la Copa del Mundo. Pedro Escartín había estado en el Mundial de Italia, pero solo había actuado como linier.

Pinchazo. ¡Y además la torcida paulista apedreó el coche de Flavio Costa, porque en el equipo jugaron seis cariocas y cinco paulistas, uno menos!

Cundió el pánico. El grupo lo completaba Yugoslavia, que había ganado a esos dos mismos rivales con gran autoridad: 3-0 a Suiza y 4-1 a México. Yugoslavia, que había dejado fuera a Francia en la fase de clasificación, tenía un gran prestigio y grandes jugadores. Brasil tenía que ganar o ganar. Con un empate, Yugoslavia sería campeona de grupo y pasaría a la liguilla final, junto a los otros tres campeones. Y ahí hubiera terminado el Mundial para Brasil. Habría sido una catástrofe para la organización y para el país entero.

Es 1 de julio, en Maracaná de nuevo. Los jugadores saltan al campo, pero no salen veintidós, sino veintiuno. La entrada del túnel de Maracaná tiene un cierre metálico corredizo, que se levanta para que salgan los jugadores y se cierra al final del partido. Por dejadez, los mozos que se ocupan de ello no lo han levantado del todo. Cuando los equipos salen al campo, el gigantón Mitic, interior, una de las estrellas de Yugoslavia y su capitán, se pega un tremendo golpe que le abre la cabeza y le conmociona. El árbitro galés, Griffiths, se niega a la petición yugoslava de retrasar el comienzo del partido. Con los equipos ya formados, los altavoces del campo envían una alocución al público y a los jugadores, en la voz de un alto personaje del gobierno, Mendes Moraes, para enardecer los ánimos:

«Atendedme bien, jugadores brasileños: deteneos un momento, bravos craques de la Patria, para oír algo que nos importa mucho a todos. Vais a jugar un partido decisivo. Brasil y el mundo están pendientes de vuestro esfuerzo. El título Mundial es un honor que debéis alcanzar. Dos cosas eran indispensables para conseguirlo: una, ya está hecha, porque ya está en el soberbio estadio que nos habíamos comprometido a levantar. Nosotros ya hemos cumplido con nuestro deber. Ahora, a vosotros os toca cumplir el vuestro».

Y empieza el partido, once contra diez. La torcida grita a todo pulmón. Brasil ya no hace concesiones paulistas, alinea su «delantera de las maravillas»: Maneca, Zizinho, Ademir, Jair y Chico. En el 4’, 1-0, gol de Ademir. Para cuando entre Mitic, en el 20’, con la cabeza vendada, ya están en desventaja los suyos. Pero el partido es equilibrado. Brasil juega con nerviosa rapidez, no precisa; Yugoslavia juega con demasiada lentitud. El partido no da mucho de sí. En el 69’, por fin una buena jugada de Brasil, más pausada, en la que el balón va de pie a pie hasta Zizinho, que cruza el 2-0 sobre la salida de Mrkusic. Resuelto. Estalla la cohetería, Brasil se ha metido en la liguilla final.

En ella se va a encontrar sucesivamente con Suecia, España y Uruguay.

Encontrado el equipo, resueltas las dudas y las pleitesías hacia los paulistas (ya no saldrá de Maracaná), Brasil parece embalada hacia el título. Cada partido es una fiesta, en la marcha triunfal hacia el título: 7-1 a Suecia, 6-1 a España… El último partido será contra Uruguay, cuyo balance es muy otro. En su grupo solo jugó con la débil Bolivia, poca piedra de toque, a la que arrasó 8-0. En la liguilla final ha empatado (2-2) con España y ha ganado con apuros (3-2) a Suecia, después de ir perdiendo 0-1 y 1-2. Los dos partidos, en el Pacaembú de São Paulo.

No, nadie podía esperar que el día de la final ocurriera lo que ocurrió.