Cuba jugó su único Mundial

Nadie lo recuerda, ni quizá en la propia Cuba, pero la selección de la isla de los Castro participó en un Mundial, el tercero, y hasta se permitió el lujo de pasar de ronda, eliminando a Rumanía, toda una veterana que había participado en los dos anteriores. Hoy, el fútbol en Cuba vuelve a tomar cierto auge, porque hace cinco años se comenzó a televisar allí la Liga española, y muchachos y mayores discuten sobre Messi y Cristiano, como en todas partes del mundo. Y se juega mucho al fútbol en solares y descampados. Pero los grandes deportes de la isla eran, y son, el béisbol y el baloncesto, influencia norteamericana. Luego, con Fidel Castro, la mirada del régimen contra el deporte profesional (que en los sesenta se identificaba sobre todo con el fútbol) terminó de liquidarlo. Castro fomentó los deportes olímpicos, singularmente el atletismo y el boxeo amateur, en los que obtuvo grandes resultados. El fútbol quedó muy arrinconado.

Pero en los treinta no era así. La influencia española aún no se había perdido, había curiosidad por el fútbol y en 1926 el paso del Español, con el mítico Ricardo Zamora como portero, había levantado olas de curiosidad y entusiasmo. Algunos jugadores españoles ficharon en ese tiempo por equipos cubanos, con nombres como Juventud Asturiana, Centro Gallego, Iberia… Por allí llegó a pasar Gaspar Rubio, «el Rey del Astrágalo», un genio disperso que tuvo mucho que ver en el estruendoso 4-3 con que España ganó a Inglaterra en 1929, pero que después se fugó del Madrid y se fue a Cuba. (Más tarde regresaría, pero nunca fue el mismo). Allí jugó en el Juventud Asturiana. Los nombres de los clubs hablan claramente de la influencia española sobre aquel fútbol.

En 1937 el Centro Gallego gana el torneo internacional IV Centenario de Cali, con la participación de clubes de México, Argentina y Colombia, lo que levanta el entusiasmo en la isla. Luego, el ambiente se caldea más con el doble paso de la selección de Euskadi por la isla, como parte de la célebre excursión de jugadores vascos, primero por Europa y luego, tras la caída de Bilbao, por América, para hacer propaganda de la causa nacionalista y recaudar fondos. El equipo de Euskadi pasó por Cuba en enero, camino de Buenos Aires, y volvió a pasar en mayo, de regreso de Buenos Aires hacia México. Aquel equipo, con figuras de talla Mundial (Iraragorri, Regueiro y Lángara, singularmente) aumentó la efervescencia en la isla, porque además en su primer viaje, entre cansancio y descuido, perdió ante el Centro Gallego y ante el Juventud Asturiana. Luego, en junio, ganaría cuatro partidos seguidos a la selección de La Habana. Pero eso no enfrió la euforia, más bien exaltó la presencia del fútbol como conversación en la calle.

Así que no fue extraño que Cuba se apuntara al Mundial, y lo tuvo fácil. Al confiar Jules Rimet a Francia la organización de esta tercera copa le hacía un desaire al entonces aún llamado Nuevo Continente. Cuando se dio a Italia la de 1934 se había hablado de alternancia a ambos lados del Atlántico, y de hecho Argentina contaba con que le correspondería el de 1938. Pero no fue así, y el acaparamiento europeo de esta edición (por más que fuera entendible y disculpable que Rimet se compensara de tantos desvelos llevando el torneo a su casa) creó una oleada de deserciones. Argentina agitó el agravio y a su llamada se sumaron todas menos Brasil y Cuba. Cuba no tuvo que pasar eliminatorias previas, por las renuncias de Estados Unidos, México, Colombia, El Salvador, Costa Rica y Surinam, así que concurrió sin lucha previa.

El caso es que Cuba cogió el barco y se fue a Francia. Desembarcó en Burdeos y luego viajó en tren a Toulouse. Formaban un grupo animoso, de dieciséis jugadores con apellidos españoles todos, el técnico, José Tapia, y cuatro personas más en la expedición oficial. Su primer partido se disputó el 5 de junio, en el Stade Chapou, de Toulouse, frente a Rumanía, que jugaba su tercer Mundial y traía incluso algunos supervivientes del primero, entre ellos el capitán Covaci. Hay que decir que a Rumanía tampoco le había costado mucho clasificarse: su rival en la eliminatoria previa, Egipto, también se había retirado, en solidaridad antieuropea.

Pero se daba favorita a Rumanía, en todo caso, por su experiencia y por su pertenencia a una zona de Europa en la que se jugaba bastante bien. El partido, con poco público, resultó trepidante y atractivo. Abrió el marcador Covaci (cuyo hermano sería luego celebérrimo entrenador, ya como Kovacs, traslación húngara del apellido rumano Covaci), pero Cuba no se desplomó. El partido acabó 2-2 y tras la prórroga, 3-3. Por los cubanos marcaron Magriñá (dos) y Socorro. Había que desempatar.

A los cuatro días, otra vez ambas selecciones frente a frente. Cuba repite equipo salvo el portero, Benito Carvajales, un ídolo en la isla, que fue sorprendentemente sustituido en el arco para que comentara el partido por la radio. Su sustituto, Juan Ayra, hizo maravillas y Cuba ganó 2-1, con tantos de Socorro y Fernández, marcados en dos minutos fulgurantes de la segunda parte. ¡Rumanía fuera y los caribeños a cuartos!

Fue una pequeña sacudida, pero duraría poco la alegría. Con dos partidos a la espalda más la juerga de celebración, Cuba afronta a Suecia. Era su tercer partido en siete días, mientras que Suecia llegaba descansada, porque su partido de octavos, que le hubiese correspondido ante Austria, no llegó a celebrarse, por el Anschluss. Así que los suecos, descansados, bien entrenados y tras haber podido observar su entrenador por dos veces a la selección de Cuba, contaban con todas las ventajas. Carvajales dejó el micrófono y volvió a la portería, pero se llevó ocho. 8-0 fue el marcador final. La única vez que Cuba se acercó a puerta fue para fallar un penalti.

Con todo, fueron bien recibidos a su regreso, sobre todo los autores de los goles. Como la Selección de Euskadi seguía por allí (pronto se disgregaría y sus jugadores se repartirían por Argentina y México, en distintos clubes) se concertó un partido entre la selección mundialista y el equipo vasco. Una gran fiesta. Los vascos ganaron por 4-0. Ya queda dicho que formaban un formidable equipo.

Luego el fútbol cubano fue languideciendo. Intentó clasificarse para el Mundial de 1950, pero en el grupo de la CONCACAF, Estados Unidos y México la barrieron. En los cincuenta jugaron en la isla el Atlético y el Madrid, intentos de algunos empresarios para revitalizar el fútbol, que perdía terreno con los deportes del gigante norteamericano, cuya influencia Mundial creció mucho tras la guerra. Luego, la Revolución, con la prohibición del deporte profesional, terminó de hundirlo. A nivel amateur tuvo algún pequeño logro, la clasificación para cuartos en los JJ.OO. de 1980 y algunos títulos en los Juegos Centroamericanos y del Caribe, una especie de Panamericanos en pequeño.

Así que aquella presencia en cuartos de final en Francia, ya tan lejana en el tiempo, queda como el gran hito, casi olvidado, de su fútbol. Ninguno de los que lo lograron vive, ni casi se les recuerda, pero en las calles de La Habana, Cienfuegos, Villa Clara y en todas partes se discute sobre Cristiano y Messi, y en los solares se juega al fútbol con pelotas remendadas. En 2012, Cuba ganó la Copa del Caribe. Así que, ¿quién sabe qué le deparará el futuro?