Alcalá Zamora condecora a los vencidos

Fue el 31 de mayo, en el Giovanni Berta, de Florencia. Y fue terrorífico. Se hablará de él durante años en España y también fuera de ella. Todavía no hace mucho, en una bella antología que hizo L’Équipe sobre la Copa del Mundo, dedica a este choque tanto espacio como a la final de ese año, y lo titula, en español, «¡Viva la muerte!»

Arbitró el belga Baert, al que se le vio el plumero. Asistieron 46 000 espectadores.

España sale con: Zamora (capitán); Ciriaco, Quincoces; Cilaurren, Muguerza, Fede; Lafuente, Iraragorri, Lángara, Regueiro y Gorostiza. Amadeo García Salazar insiste con Muguerza, en la media cambia a Marculeta por Fede (previendo una dureza que habrá) y mete a Regueiro como interior izquierda, por Lecue.

Italia sale con: Combi (capitán); Monzeglio, Allemandi; Pizziolo, Monti, Castellazzi; Guaita, Meazza, Schiavio, Ferrari y Orsi.

El partido empieza con juego brioso y moderadamente duro por parte de ambos equipos. Hay llegadas en ambos lados. Aprieta más Italia, pero Quincoces, que ya ha estado soberbio ante Brasil, da una exhibición. Jugador llamativo por su elegancia y por el pañuelo en la cabeza (para evitar que el cordaje del balón le dañara la frente) será proclamado como el mejor defensa del campeonato. El público italiano, que esperaba el partido más fácil, se impacienta cuando en el 30’ Regueiro recoge un saque corto de Lángara, en una falta, y cruza un chupinazo que vale el 1-0. Italia se lanza en tromba a jugar con gran dureza, que Baert consiente. España replica, pero Baert es más severo con los nuestros, a los que les pita todo, al revés que a los italianos. A un minuto del descanso, Orsi cuelga una falta sobre el área de España, Zamora salta por el balón y Meazza le mete el cuerpo y le empuja en el área chica; Zamora palmotea como puede y cae hacia atrás. El balón le queda muerto a Ferrari, que marca a puerta vacía. Es falta clara (la jugada puede verse en Internet), pero Baert, tras consultar al linier para repartir la responsabilidad, lo concede. El linier estaba más lejos y además, destinado a correr todo el partido bajo el público, poco podía hacer.

La segunda mitad ya es una lluvia de palos, sobre todo para España, cuyos jugadores son derribados impunemente cada vez que pasan del medio campo. Una vez que Lafuente consigue escaparse marca, pero se lo anulan por fuera de juego que según Fielpeña (testigo directo) en su libro Los 60 partidos de la selección española, publicado en 1941, no lo es.

Pero la escapada de Lafuente es una excepción. El segundo tiempo lo describirá Lucien Gamblin, enviado especial de L’Auto (antecesor de L’Équipe) como la lucha de toda Italia contra tres españoles, Zamora, Ciriaco y Quincoces, la línea defensiva. El público apoya ferozmente, Italia arrasa, manda balones al área, salta, empuja, da codazos. Aquello es un manicomio, con el campo volcado sobre la portería de España. Al fondo de la cuesta, Zamora, Ciriaco y Quincoces se baten como leones heridos en su guarida ante unos italianos a los que Baert les consiente todo. Sobre Zamora llueven golpes, codazos, agarrones, entradas duras, pero él se resiste como un jabato, con un ojo semicerrado y sangrando.

Se llega a la prórroga, que viene a ser del mismo tenor, aunque Italia está ya agotada. España se despliega. Aquello es una lucha horrible contra la fatiga, el dolor, el adversario. Meazza, agotado, echa alto un balón a puerta vacía, a cuatro metros del marco. En la segunda mitad de la prórroga, Lafuente estrella un tiro en el poste. De vuelta de la jugada, Guaita pega en el larguero. La prórroga acaba 1-1.

La España futbolística, que empieza a ser mucha, ha seguido alucinada el relato de Fuertes Peralba.

Las semifinales están previstas para el día 3, así que no hay tiempo que perder para el desempate. Se programa para el día siguiente, el 1, en el mismo estadio. Hay recuento de bajas. En España, siete han quedado inútiles, entre ellos Zamora, con un ojo cerrado y dos costillas rotas. Se fue a la cama pretendiendo jugar el día siguiente, pero será imposible. Sólo repiten, y maltrechos, Quincoces, Cilaurren, Muguerza y Regueiro. Son baja, con Zamora, Ciriaco, Fede, Lafuente, Iraragorri, Lángara y Gorostiza. Siete en total. A Italia le va mejor, pero tampoco ha salido indemne. Fede le ha roto la pierna a Pizziolo. Tampoco pueden repetir Castellazzi, Schiavio y Ferrari. Salen siete de la víspera, varios de ellos también maltrechos. Todos agotados.

Arbitra el suizo Mercet, de «máxima confianza» de la organización. Como Baert.

España: Nogués; Zabalo, Quincoces (capitán); Cilaurren, Muguerza, Lecue; Vantolrá, Regueiro, Campanal, Chacho y Bosch.

Italia: Combi (capitán); Monzeglio, Allemandi; Ferraris IV, Monti, Bertolini; Guaita, Meazza, Borel, Demaria y Orsi.

España sale aplaudida, señal de que se había ganado un respeto la víspera, e Italia, bajo una ovación que dura minutos. El partido arranca con brío y pronto el brutal Monti saca a Bosch del campo de una patada. España se queda con diez. En el 11’, córner desde la izquierda del ataque italiano: lo lanza Orsi al segundo palo y allí aparece Meazza, que arrolla a Nogués y marca espectacularmente. Nogués, ágil y seguro, gran portero, tenía poca envergadura y aquí se vio arrasado. Luego el partido va degenerando. Todos pegan, los italianos más. Hay una patada de Campanal a Monzeglio que levanta las iras. El árbitro le amonesta. Quincoces sufre un planchazo al despejar un balón y sale fuera, con lo que Bosch reingresa, aunque cojo. Luego es Regueiro el que tiene que salir para ser atendido. Al rato, Chacho, con cuya salida reingresan Quincoces y Regueiro, muy renqueantes, porque el equipo se quedaba con ocho, uno de ellos Bosch, inválido.

Así se llega al descanso. Bosch no puede seguir ya de ninguna manera. Quincoces, aún lesionado, se multiplica, como la víspera y acaba por ser considerado por muchos no ya el mejor defensa, sino el mejor jugador del torneo. España consigue lanzar algunos ataques porque, a pesar de todo, tiene siete hombres nuevos, mientras que Italia solo tiene cuatro. El segundo tiempo pesa horriblemente a los que jugaron la víspera. Hay un gol de Campanal, a pase de Chacho, que el árbitro anula por fuera de juego. Italia trata de sostenerse, España de atacar, pero el agotamiento y los golpes frenan a todos. Termina el partido, termina la carnicería. España está fuera, pero se va aplaudida.

La prensa española, y la neutral, clama indignada contra los partidistas arbitrajes que ha sufrido España. El hecho tuvo que ser bastante escandaloso si se juzga, por ejemplo, desde la óptica del francés Lucien Gamblin, de L’Auto. Vean este extracto: «El árbitro condujo las operaciones con tal descaro que pareció frecuentemente el jugador número doce de Italia». O este otro, referido al feroz medio centro oriundo: «Monti interpretó a la perfección el papel de carnicero. Mereció montones de veces ser expulsado. Sin embargo, se mantuvo hasta el final del partido».

En España se recibió a los jugadores a su regreso como los «héroes de Florencia». El equipo recibiría un gran reconocimiento popular y oficial. Por decreto del 29 de junio se entregó la Orden Civil de la República al presidente de la Federación, Leopoldo García Durán, e insignias de oficiales a seleccionador y jugadores. En diciembre se organizó un partido contra Hungría en Chamartín, con carácter de homenaje nacional a Ricardo Zamora, para quien fue la recaudación. A esas alturas llevaba catorce años defendiendo la portería de la selección y era una gloria nacional. Ganó España 6-1, con tres de Lángara y tres de Luis Regueiro. Alcalá Zamora, que llegó tarde, bajó en el descanso e impuso a los jugadores las condecoraciones oficiales concedidas en junio.

En fin, lástima que nos cruzáramos con Italia tan pronto, porque aquel era un equipo soberbio: con juego y aguerrido. Pero las semifinales se disputaron sin España.