A primeros de los treinta, con toda Europa alborotada, Mussolini proyectaba al mundo una imagen de unidad y prosperidad. Había estabilidad, seguridad y todo el dinero que el Estado pudiera poner sobre la mesa a mayor gloria de su régimen fascista y de su conductor, el Duce. Así lo comprendieron los congresistas en el XXI Congreso de la FIFA en Estocolmo. Y concedieron la organización de la Copa del Mundo de 1934 a Italia.
Mussolini, que no quería dejar nada al azar, puso al frente de la federación italiana a un general de su confianza, Giorgio Vaccaro, fundador del Lazio en 1902 y luego gran personaje del mismo club. De aquel hombre arranca la acendrada vocación fascista del club romano, que aún se hace desagradablemente visible.
Resuelto eso, el Duce decidió que Italia había inventado el fútbol. Se animó a incorporar este deporte que empezaba a hacer furor a la larga lista de gloriosas realizaciones del régimen. Alguien le hizo partícipe del descubrimiento de una carta escrita en el siglo XVII por el conde de Abermale, aristócrata inglés, al rey Carlos II. En ella le describía un juego que había visto en un viaje por Italia, al que encontraba un cierto parentesco con aquellas batallas campales entre pueblos, que se disputaban por entonces en Inglaterra, en las que hoy se fija el origen del fútbol y el rugby. Consistía en llevar una pelota grande, por la fuerza y como fuera, de un pueblo a otro, hasta tocar un gran pedrusco, puesto de punta, al que se llamaba «goal». Aún se celebra en Ashbourne, en Carnaval, sin interrupción conocida desde 1683, fecha de la que queda el registro más antiguo en el municipio. Pero venía de mucho antes, solo que un incendio en ese año destruyó los registros anteriores.
Abermale escribió a Carlos II que había visto un juego parecido, en Florencia, aunque de ámbito urbano, jugado en una de sus plazas. Incluso propuso un partido así entre criados de uno y otro, que llegó a disputarse y ganaron los suyos, a pesar de lo cual Carlos Estuardo no le degolló. Tanto fair play explica lo que luego le pasó.
Mussolini aprovechó ese conocimiento para lanzar lo que hoy conocemos como «calcio in costume», que desde ese momento volvió a jugarse en Florencia, entre equipos de barrio. Más rugby que fútbol, aunque vale patear. Vale todo. Hoy es un atractivo turístico del verano italiano, como el Palio de Siena. Y para los italianos la palabra británica «football» fue sustituida por la italiana «calcio», patada. O «gioco de calcio», juego de patada.
(La explicación de la coincidencia puede estar en que las legiones romanas ya utilizaban para mantenerse en forma un juego llamado «haspartum» que los tratadistas definen de una forma parecida. Un reflejo de ese juego pudieron ser los partidos-batalla de la Inglaterra rural, que tantos reyes quisieron proscribir, sin conseguirlo, y de los que abomina incluso un personaje de Shakespeare en Hamlet. En ese caso, podría decirse que Mussolini no iba tan desencaminado. ¿O encontraron el juego los romanos en Gran Bretaña y luego lo adoptaron? Podría ser. También hay referencias anteriores a un juego llamado «soule», practicado por normandos y bretones, de pelota grande, como una especie de culto al sol. Cualquiera sabe).
Y de paso, Mussolini inventó los oriundi para fortalecer su selección. Consciente de la gran cantidad de apellidos italianos que había en el fútbol del Río de la Plata, y conocedor de la excelencia de los jugadores de allá, decidió impulsar la iniciativa de ficharlos para clubs italianos y nacionalizarlos. Así fueron llegando en los años previos al Mundial en condición de oriundi Monti y Orsi a la Juventus, Demaria a la Ambrosiana (club que se llamó así durante el periodo fascista, antes y después fue y sería el Inter) y Guarisi al Lazio, entre otros. Cito estos cuatro porque luego jugaron el Mundial con Italia, pero hubo más. Monti había sido finalista con Argentina en el 30, lo sería ahora con Italia en el 34, y además campeón. Caso único en la historia de un jugador presente en dos finales con dos selecciones distintas. De los cuatro, tres eran argentinos y el otro, Guarisi, brasileño. En Brasil se llamaba Amphiloquio Marques y en el fútbol se le conocía con el apodo de «Filó». Pero en Italia fue rebautizado como Anfilogino Guarisi. Para el fútbol, simplemente Guarisi.
En dos de los casos se produjo una infracción que se pasó por alto. El artículo 21, párrafo 3.º del Reglamento de la FIFA establecía que «El jugador que haya representado a una Asociación Nacional en partido internacional no será calificado para representar a otra asociación sino después de un plazo de tres años de residencia en el territorio de su nueva Asociación». Monti y Demaria habían sido internacionales con Argentina en julio de 1931 y para el Mundial aún no llevaban tres años en Italia.