Las cuatro selecciones europeas viajaron a Uruguay en barco. La aviación transcontinental era todavía cosa de heroicos pioneros. Los yugoslavos embarcaron el 19 de junio de 1930 en Marsella en un paquebote de nombre Florida. El resto de la expedición europea lo hizo en el Conte Verde, en una travesía que se haría célebre. Aquel buque, por cierto, tendría una vida muy aventurera.
El Conte Verde debía su nombre a Amadeo de Saboya, al que se conoció con este apodo. Había sido fletado en 1923 por la Lloyd Sabaudo en Génova, concebido para travesías transatlánticas con atenciones de lujo para los viajeros que se lo pudieran pagar. Tenía capacidad para 336 pasajeros en primera clase, rodeados de todo tipo de comodidades, 198 en segunda y 1700 en tercera. Tenía 170 metros de largo, 22 de ancho y desplazaba 18 383 toneladas. Hizo la línea Génova-Nueva York y Génova-Buenos Aires, alternando con sus «pares» el Conte Rosso y el Conte Biancamano, fletados los tres a la vez. El Conte Verde fue siempre el medio escogido por Gardel para sus viajes de ida y vuelta a Europa.
Esta travesía le hizo más célebre todavía que Gardel. El 19 de junio partió de Génova, llevando ya a la selección rumana. Hizo escala en Villefranche-sur-Mer, donde embarcó a la selección francesa y a Jules Rimet, a quien acompañaban su esposa y su hija. El 22 recogió en Barcelona a la expedición belga, que incluía al árbitro John Langenus, que tuvo el honor de arbitrar la primera final. El barco aún haría escalas en Lisboa, Madeira y Canarias antes de emprender la travesía transoceánica.
Con Rimet, a buen recaudo, viajaba una joya: la copa. Se trataba de una figura de treinta centímetros, incluida la peana de lapislázuli, que representaba una victoria alada sosteniendo una vasija sobre la cabeza, íntegramente de oro. Pesaba cuatro kilos, de los que 1,8 correspondían al oro macizo de la propia figura. Obra de Abel Lafleur, conocido escultor francés. Fue un hombre notable en su época, con exposiciones frecuentes en los principales salones de París, y laureado con la Legión de Honor.
El trofeo se otorgaría al ganador, pero se pondría en juego de nuevo en cada edición, hasta que alguien lo ganara por tercera vez. En 1970 se quedó en Brasil, gracias a sus tres victorias en el 58, el 62 y el 70, pero desgraciadamente no supo guardarla bien. En 1983 desapareció.
Se le dio el nombre de «Victoria». En 1946, pasó a llamarse, en honor a su alma mater, Copa Jules Rimet, y aún se la suele recordar así. Tuvo una vida accidentada. En la Segunda Guerra Mundial, Ottorino Barassi, vicepresidente de la FIFA y presidente de la Federación Italiana, la retiró del Banco de Roma, donde estaba depositada (Italia había ganado el último Mundial antes de la guerra, el de 1938) y la escondió debajo de la cama, por miedo a que los nazis, tan inclinados a llevarse las obras de arte de todas partes, la robaran. Luego, en 1966, en vísperas del Mundial de Inglaterra, fue robada de un escaparate de Londres donde estaba expuesta, aunque apareció pocos días después, envuelta entre papeles, tras un revuelo tremendo. La encontró un perrillo, llamado Pickles, al que paseaba su amo, y que se convirtió de un día para otro en celebridad Mundial.
Su primera aventura fue esta travesía, casi recién nacida, en el camarote de la familia Rimet. Para todos, en realidad, fue una gran aventura ese viaje: dos semanas de compañerismo y amistad. La celebérrima cantante Josephine Baker compartió la travesía con ellos. Muchos ejercicios físicos en la cubierta, para lo que se turnaban, y algunos también con balones en una sala cerrada que se habilitó al efecto. Existe una bonita foto de las tres delegaciones juntas (rumanos, franceses y belgas), en la cubierta del barco, con el capitán en el centro y, a su derecha, Jules Rimet, con boina. Pierre Billotey, enviado especial de Le Journal, transmitía en morse sus crónicas, que fueron seguidas con curiosidad en Francia y rebotadas a Bélgica y Rumanía. Los alardes gimnásticos del delantero francés Edmond Delfour asombraron a todos. El paso del Ecuador fue celebrado según la tradición marinera, con fiestas, novatadas inocentes, fogatas y baile de disfraces, del que resultó ganadora madame Rimet. ¿Habría peloteo? Por fin, después de once días de puro océano desde que se perdieron de vista las Canarias, el barco llegó a Río de Janeiro, donde en la escala muchos se sorprendieron al saber que el campo del Flamengo disponía ya de luz artificial, innovación que se desconocía en Europa. Los calores del día incitaban al fútbol nocturno. Para muchos, fue el primer contacto con Sudamérica y les pareció muy similar a la Europa que conocían. En Río subió Brasil al Conte Verde. Luego, tras otra escala en Santos, llegaron a Montevideo, el 5 de julio.
Allí fueron recibidos de forma entusiasta y con un tiempo agradable, como de primavera europea. El propio presidente Juan Campisteguy recibió a Jules Rimet y le invitó a un asado. Los expedicionarios descubrieron que, contra lo que habían temido, aquello no era un mundo de salvajes y aventureros, sino un lugar estupendo para jugar el primer Mundial de fútbol. Uruguay, con 1 703 000 habitantes, 480 000 de los cuales vivían en Montevideo, era el país más pequeño de Sudamérica y se sentía feliz con el fútbol, que con los dos títulos olímpicos y la concesión de este primer Mundial les había puesto en el mapamundi y les había permitido «ingresar en la Historia de dos patadas», como dijo alguien entonces. Aquel bonito viaje, que todos guardaron en su recuerdo, tuvo la mejor de las coronaciones cuando desembarcaron entre cuatro mil entusiastas dándoles la bienvenida.
En cuanto al Conte Verde, en 1932 fue destinado a una nueva y más exótica ruta: Trieste-Suez-Bombay-Singapur-Hong Kong, recorrido en el que empleaba veinticuatro días. En septiembre de 1937, un tifón en Cape Collinson estuvo a punto de acabar con él; colisionó con otro barco, el Asama Maru, pero pudo ser reflotado al cabo de un mes y puesto en servicio de nuevo. De 1938 a 1940 se utilizó para evacuar a Singapur a judíos que huían de la represión nazi. Cuando Japón entró en guerra, hizo uso del barco y lo empleó para un intercambio de diplomáticos y de ciudadanos distinguidos con Estados Unidos. El punto de intercambio era Madagascar. A la caída de Mussolini, los marineros italianos que servían en el barco se amotinaron y lo hundieron en el puerto de Shangái, donde se encontraba en ese momento. Pero los japoneses consiguieron reflotarlo por segunda vez y les siguió dando servicio como transporte de tropas. Alcanzado por las bombas de un B-24 americano, fue reflotado de nuevo, rebautizado como Kotobuki Maru y reutilizado. Finalmente, el 25 de julio fue alcanzado de nuevo en un ataque de los B-24 sobre el puerto de Maizuru, en la prefectura de Kyoto. No volvió a navegar. En 1949 fue desmantelado para aprovechamiento de su chatarra.
Vivió veintiséis azarosos años, de los alegres veinte a la Segunda Guerra Mundial. En él navegaron artistas, millonarios, emprendedores, emigrantes, aventureros, judíos que huían de Hitler, diplomáticos, tropas destinadas a servir como carne de cañón…
Y también la Copa del Mundo, recién nacida. Aquella fue su primera y única travesía, rodeada de una feliz e ilusionada muchachada futbolera.