¿E Inglaterra? ¿Por qué no fueron los inventores a la primera Copa? Inglaterra pasaba de todo, no estaba ni en la FIFA. En realidad, se creó en París. Inglaterra recibió comunicaciones para adherirse, pero no las atendió. Su fútbol estaba muy por delante y no se les había perdido nada en el Continente, ni en este asunto ni en ningún otro. Si sus marinos estaban extendiendo el fútbol a otros países, eso era cuestión de esos otros países. A ellos no les incumbía.
Sin embargo, egoístas al fin y al cabo, en 1906 decidieron participar, con el fin de que el fútbol entrara en los JJ.OO. de Londres, de 1908. Una maniobra interesada. Así que nos hicieron el honor de tenernos en cuenta, y los continentales correspondimos a tal honor dándoles la presidencia, en la persona de Daniel Woolfall. Luego, poco entusiasmados en su permanencia, se salieron en 1920, porque exigieron que se expulsara de la organización a los países del bando derrotado en la Primera Guerra Mundial, idea que no prosperó. Aún regresarían en 1924, pero volverían a salirse en 1926 porque no se aceptó su definición exacta de profesionalismo, que fue el gran debate de aquellos años. No regresarían definitivamente, para quedarse ya, hasta 1946, después de la Segunda Guerra Mundial.
Y lo que vale para Inglaterra vale para las otras tres federaciones británicas, Escocia, País de Gales e Irlanda del Norte, para entonces ya apartada de Irlanda. Tenían suficiente con su Campeonato Británico, que jugaban las cuatro selecciones anualmente desde 1884. Para ellos, esa era la única y real Copa del Mundo, por entonces. Duró, por cierto, hasta 1984. Cien años justos.
Aunque hay que admitir, sí, que en ese tiempo jugaban en otra liga. Si Uruguay iba a estrenar, para tan solemne ocasión, su Estadio Centenario con capacidad para cien mil espectadores (que finalmente se quedarían en 70 000 el día de la inauguración, por retraso en las obras), ellos ya habían construido su colosal Empire Stadium de Wembley, capaz para 125 000 espectadores, en 1923. Y la multitud que acudió desbordó la capacidad hasta tal punto que dos horas antes de empezar el partido no se veía un centímetro cuadrado del campo, ocupado todo por el público que no encontraba acomodo. La organización estaba desesperada, temiendo que llegara el Rey y no hubiera partido. Un heroico bobby, George Scorey, a bordo de su caballo blanco, consiguió poco a poco, abriendo pacientemente círculos desde el centro del campo hasta los límites del mismo, despejarlo. Y se pudo jugar, aunque en el descanso resultó imposible que los jugadores ganaran el vestuario, y tuvieron que esperar sobre el propio campo.
Eso da idea de la dimensión que tenía ya entonces el fútbol inglés, donde existían campeonato de Copa, de Liga y profesionalismo antes de que se empezara a jugar en serio en ninguna otra parte. Y aunque es cierto que perdieron con España 4-3 aquel ya lejano 15 de mayo de 1929, en el ya desaparecido Metropolitano, es igual de cierto que un año después se repusieron con un espectacular 7-1, encajado por el mismísimo Ricardo Zamora. Eso avaló sus explicaciones tras la derrota, que achacaron a descuido (lo tuvieron), calor (lo hacía), campo seco (se lo dejamos así) y a los consejos del inglés Míster Pentland, entonces entrenador del Athletic, a nuestros jugadores (los hubo). Pero fuera de la isla, cada vez que salían, perezosamente, a atender alguna invitación, goleaban.
En realidad, de la larga lista de ausencias europeas, que tanto dolió en Uruguay y en toda América, las de Inglaterra y restantes selecciones británicas eran las que menos podían sorprender. Ellos iban a su bola, jugaban en su mundo.
No comparecerían hasta 1950, y para entonces ya se jugaba al fútbol en muchas otras partes. De hecho, de tres partidos perderían dos (uno con nosotros, el otro con EEUU) y sólo faltaban tres años para que Hungría les marcara un colosal 3-6 en Wembley.
Pero a la altura de 1930 los inventores no se rebajaban aún a mezclarse con el resto.