España dijo no y fue una pena

España no fue. Lástima, porque por entonces tenía un equipo formidable. Aún estaban los Zamora y Samitier, aparecían Regueiro y Gorostiza, dos fenómenos, y todo el equipo era soberbio. Para hacernos una idea, en 1929 jugamos tres partidos: 5-0 a Portugal, 8-1 a Francia (los jugadores negociaron una prima extra por cada gol de ventaja y se cebaron) y un colosal 4-3 sobre los pross ingleses, la primera derrota de estos en el continente. Venían de una gira en la que habían goleado en Bélgica y en Francia. Aquel resultado fue un suceso internacional. Los héroes de ese día fueron: Zamora; Quesada, Quincoces; Prats, Marculeta, Peña; Lazcano, Goiburu, Gaspar Rubio, Padrón y Yurrita. Ese equipo formidable hubiera sido la base de nuestra selección en Montevideo. Y, ya en 1930, y poco antes del Mundial, España ganó a Checoslovaquia por 1-0.

Pero pudieron los clubes. Aunque el tema se debatió mucho en asambleas y en la prensa, ganó el no. Lo mismo pasó en Italia. Aquellas dos ausencias sentaron terriblemente mal en Uruguay, por los lazos culturales e históricos entre los dos países, sobre todo con el nuestro. Zamora era entonces un mito. Su ausencia dejaba al Mundial huérfano de uno de los grandes. Pero, en general, se sintió la amplia ausencia europea como un profundo desprecio por el Nuevo Mundo.

Eso sí, al menos España tuvo una cierta y discreta presencia, a través de tres personajes hoy ya olvidados: Pedro Arico Suárez, canario de nacimiento, que nunca perdió la nacionalidad española, que jugaría la final con Argentina y que militaba en Boca Juniors; el andaluz Juan Luqué de Serrallonga, seleccionador de México en el certamen, y el tercero, Paco Bru, que había sido el primer seleccionador de España en los JJ.OO. de Amberes en 1920, estreno de nuestro equipo nacional, y que para entonces entrenaba a Perú.

En todo caso, Europa fue demasiado displicente con la convocatoria de Rimet. Y aquella herida no cicatrizó nunca. En realidad, la historia de la Copa del Mundo se aproxima a una especie de Guerra de los Cien Años entre Europa y América, una rivalidad ardua y fea, jalonada de episodios desagradables.