Europa ignoró a Uruguay

Uruguay, que veía en la Copa del Mundo una forma de celebrar su centenario como nación libre y de presentarse ante la comunidad internacional, hizo a los participantes europeos una oferta realmente generosa: el pasaje del barco en primera clase, para veinte miembros por delegación, y alojamiento y comida en Montevideo durante todos los días que durase el campeonato y ocho más; más dos pesos de dieta por persona durante la travesía y cuatro durante la estancia en tierra.

Una oferta generosa, sí, pero Europa no se vio tentada por ella. Rimet pasó las de Caín para conseguir la inscripción de cuatro federaciones europeas. Francia, Bélgica, Yugoslavia y Rumanía. Las demás pasaron. Así de simple.

El problema fue que, después del calentón emocional que había provocado con su discurso en Barcelona el delegado argentino, Adrián Béccar (que fallecería pocos días después de tifus, en la propia Ciudad Condal), todos empezaron a ver los inconvenientes. Demasiado lejos, una travesía larga en barco… La aviación comercial era entonces una quimera. Para situarnos: el vuelo de Lindbergh en su Spirit of Saint Louis, Nueva York-París, se había efectuado tres años antes, en 1926. Sólo se podía ir a Uruguay en barco, y todavía resonaban los ecos del Titanic. Entonces sólo viajaban en barco para grandes travesías masas desesperadas en busca de trabajo o comerciantes arriesgados.

Al fin y al cabo, visto desde la orgullosa Europa, ¿qué era entonces Uruguay, qué era entonces América? Un lugar peligroso y a medio civilizar, habitado por indios, aventureros, descendientes de esclavos y una clase criolla que a duras penas trataba de sostener allá los buenos hábitos europeos. Y eso de que fuera invierno en pleno verano… ¿Qué impacto produciría en los jugadores eso?

Además, se trataba de dos meses: quince días para la ida, un mes para el campeonato y quince días para la vuelta. ¿Quién disponía de dos meses? Eso obligaría a acabar los campeonatos nacionales antes. Buena parte de los jugadores seleccionables en Europa eran ya profesionales y sus clubes aprovechaban el final de los campeonatos para jugar amistosos, nacionales o internacionales, en los que ingresaban un buen dinero. Sin esos partidos, no podrían pagarles. ¿Nos va a compensar la Federación? ¿Nos va a compensar Uruguay? ¿Nos va a compensar Rimet? ¿No? Pues entonces no van. Esa era más o menos por toda Europa, la postura de los clubes con respecto a sus profesionales. Respecto a los «amateurs», que aún los había entre los jugadores de élite de la época, ellos dependían de un patrón en sus trabajos: ¿qué patrón iba a darle a un trabajador dos meses de permiso para una aventura así?

Y luego existía cierto temor, que se detecta en las informaciones de prensa, en los debates y en entrevistas de la época, a hacer el ridículo allí. La forma en que Uruguay y Argentina (finalista derrotada ante los uruguayos en Ámsterdam ’28) se habían desenvuelto en suelo europeo hacía temible visitarles en su propio terreno.

Rimet se parte el alma para conseguir que Francia participe. Visita uno a uno a los seleccionables, porfía con sus clubes, se entrevista con sus patronos en el caso de los amateurs. Por puro amor propio consigue reunir finalmente una selección de dieciséis jugadores, que inscribe fuera de plazo, como ocurriría con las otras tres representantes europeas. Rumanía se inscribe porque el rey Carol se empeña personalmente y compensa económicamente a una petrolera inglesa en la que trabajan varios de los seleccionables. Bélgica y Yugoslavia pasaron dificultades parecidas. Rimet consigue liberar de sus clubes a tres yugoslavos, profesionales ya en Francia. Bélgica fue, pero dejando en casa a su mejor jugador, Raymond Braine que, siendo amateur, había puesto su apellido a un café, lo que se consideró un ingreso publicitario sancionable, a cuenta de su éxito deportivo. Estaba suspendido. Así eran los cosas entonces. Podías ser profesional o amateur, pero si eras lo segundo no te pasaban una. Sí acudió su hermano Pierre, al que no se relacionó con el café.

Así que, finalmente, acudieron Francia, Bélgica, Yugoslavia y Rumanía. Allí las esperarían, además de Uruguay, Argentina, Brasil, Estados Unidos, México, Chile, Paraguay, Bolivia y Perú. Nueve americanos. Nueve más cuatro, trece. Mal número. Pero resultó. Sólo hubo tres árbitros europeos, dos belgas y uno francés. Los demás fueron sudamericanos.

El campeonato se jugó íntegramente en Montevideo, entre el 13 y el 30 de junio. Más corto de lo programado, ya que no se completaron los dieciséis participantes. De hecho, el cartel, que muestra a un portero estilizado parando un balón por la escuadra, muestra unas fechas inexactas, de 15 de julio a 15 de agosto, las fechas que estaban previstas. Se creó un grupo de cuatro y tres de tres, para jugar liguillas. Los cuatro ganadores pasarían a semifinales. Aunque la idea inicial era que se disputase íntegramente en el Estadio Centenario, el retraso en la finalización de este y el fuerte régimen de lluvias decidió a la organización utilizar otros dos: el Gran Parque Central, del Nacional, y el Estadio Pocitos, del Peñarol. Se jugaron en total dieciocho partidos, con una asistencia de 434 000 espectadores, una media de 24 134 por partido.