DE TODO UN POCO

1) ¿DÓNDE ESTÁ LA FUERZA 34?

El uso práctico de los sistemas criptográficos en el mundo real tropieza en la práctica con mil y un fallos. A lo largo de este libro hemos visto muchos. Es muy difícil esconder información a un enemigo ingenioso, y por eso la experiencia de uso sugiere nuevas formas de aplicar el cifrado.

Una de las más habituales consiste en rellenar el mensaje con caracteres nulos. Esta técnica, bien utilizada, complica la tarea al criptoanalista. Ya en el siglo XIV, el antipapa Clemente VII lo utilizaba desde su sede de Avignon. Su secretario, Gabriel de Lavinde, era consciente de que las técnicas criptoanalíticas de la época, aunque toscas para los cánones actuales, podía reveler el contenido de los mensajes cifrados, así que tuvo la idea de crear símbolos nulos (nihil importantes), que no significaban nada. La historia de la criptografía revela que, en la práctica, los secretarios rara vez utilizaban los nulos, ya que les complicaba la tarea de cifrar y descifrar, a pesar de que era un elemento de protección muy eficaz.

El relleno con símbolos nulos se aplicó con gran profusión durante el siglo XX. Habitualmente, los mensajes eran cifrados y enviados en bloques de cinco caracteres, en aplicación de los convenios internacionales de telegrafía. Si un mensaje tiene un número de caracteres que no es múltiplo de cinco, el último grupo de letras queda mutilado. La solución es, sencillamente, añadir algunas letras de relleno al final, una técnica conocida como “padding” (relleno). De ese modo, NECESITO REFUERZOS puede ser agrupado como NECES ITORE FUERZ OSXXX.

En ocasiones, el mensaje entero está compuesto de relleno sin sentido. Un enemigo hábil, simplemente tomando nota del número, longitud y procedencia de los mensajes, puede obtener información de gran valor sobre la situación e intenciones del adversario. En el pasado, el silencio por radio era en sí un mensaje cuyo significado estaba claro: se avecina una acción militar inminente. La solución es enviar multitud de mensajes falsos para engañar al enemigo; por supuesto, el cifrado es imprescindible, o de otro modo no habría engaño en absoluto.

Por supuesto, un mal cifrado puede dar al traste con un buen plan, incluso en el caso de mensajes con relleno. Durante la Segunda Guerra Mundial, los italianos enviaban mensajes falsos o “dummies,” que los ingleses intentaban por supuesto descifrar. Una criptoanalista llamada Mavis Batey se dio cuenta de que algunos de esos mensajes tenían una característica curiosa, a saber: contenían todas las letras del alfabeto excepto la L. Batey sabía que la Enigma tenía la propiedad de no reciprocidad, esto es, ninguna letra podía cifrarse como sí misma. ¿Acaso esos mensajes sin sentido eran el resultado de cifrar largas ristras de LLLLL con la máquina Enigma? Lo probó, y efectivamente, así fue. Ese pequeño detalle evitó a los ingleses desperdiciar largas horas intentando descifrar mensajes; y lo que es mejor, les permitió en al menos una ocasión determinar el cableado de los nuevos rotores que los italianos introdujeron para sus máquinas cifradoras[1].

Hablando de los mensajes falsos, Batey dijo que “hubiera sido exasperante pasarse días trabajando en un mensaje para que al final resultase ser un pasaje del Infierno de Dante”. Los franceses debieron sentir esa misma frustración siglos antes. En 1562, el embajador español en Francia, Tomás Perrenot de Chardonnay, envió un mensaje cifrado a Felipe II. En aquella época los franceses interceptaban y descifraban las comunicaciones españolas siempre que podían, así que el mensaje de Chardonnay fue prudentemente cifrado. Por algún motivo, la copia descifrada desapareció de los archivos españoles. El historiador Miguel Gómez del Campillo encontró el mensaje original en la década de 1950 y consiguió descifrarlo:

“No se rompan la cabeza / en descifrar esta carta

porque es cifra perdida / para engañar a los que / abren las cartas

Mira Nero de Tarpeya / a Roma cómo se ardía

por los bosques de Cartago / salían a montería

la Reina Dido y Eneas / con muy gran caballería

no faltaban caballeros / que los tienen compañía …”

Toda la carta era un mensaje “dummy,” incluida la postdata: “por eso no se rompan la cabeza en esto ni en lo demás, que será tiempo perdido y en balde”. Es evidente que el erudito embajador Chardonnay estaba al tanto no sólo de la interceptación y robos de mensajes diplomáticos, sino también de su descifrado por parte de criptoanalistas hábiles. No puedo sino imaginarme la cara de sorpresa que puso el ilustre señor historiador al leer el mensaje… por no hablar de los criptoanalistas franceses del siglo XVI[2].

Una de las aplicaciones del padding consiste en añadir palabras o grupos de letras al comienzo y al final del mensaje. Esto resulta especialmente útil en el ámbito de las comunicaciones militares y diplomáticas, donde los tratamientos protocolarios son muy rígidos. Términos como excelencia, con respecto a mi telegrama anterior, con referencia a, beso las manos de VM o respetuosamente suyo, usados una y otra vez al comienzo o al final de un mensaje, son campo abonado para un ataque criptoanalítico. La solución es añadir relleno tanto al comienzo como al final.

El uso de relleno en sus diversas variantes es una de las herramientas más eficaces para dificultad el trabajo de los criptoanalistas. Hay, eso sí, una condición imprescindible: el sentido del mensaje original debe ser preservado, y por tanto el relleno no debe inducir a error a los usuarios legítimos. Imagínense la confusión que causaría un mensaje que diga REFUERZOS EN CAMINO al que se añade la palabra INNECESARIOS.

Incluso palabras de relleno aparentemente inocuas pueden dar un sentido diferente a un mensaje. Si usted está casado, ya habrá aprendido el cambio de significado que frases como “¿has bajado la basura?” tienen cuando se altera la entonación o se añade una inocente palabra. Los políticos echan mano de estas técnicas lingüísticas, y pueden fácilmente convertir un error aislado (“el gobierno se equivoca”) en un reproche continuado (“de nuevo, el gobierno se equivoca”). Eso ocurrió en cierta ocasión durante la Segunda Guerra Mundial, provocando el desconcierto en una de las mayores operaciones jamás vistas. Y con esto comienza nuestra historia.

Viajemos atrás en el tiempo hasta octubre de 1944. El general MacArthur se dispone a cumplir su famosa promesa de volver a las Filipinas. Los japoneses, diezmados pero no vencidos, se disponen a impedirlo con todos los medios a su alcance. Para rechazar la inminente invasión, la armada japonesa se dividió en tres grupos. La Flota Norte (almirante Ozawa) se dirigió al norte de las Filipinas, en tanto que la Flota Sur (almirante Nishimura) rodeó el archipiélago por el sur. Su propósito era alejar a los grupos navales de Estados Unidos que protegían los flancos Norte/Este (almirante Halsey) y Sur/Oeste (vicealmirante Kinkaid). Mientras tanto, una poderosa tercera Flota japonesa (Centro), al mando del almirante Kurita, cruzaría las Filipinas por su zona central, saldría por el Estrecho de San Bernardino y tomaría por sorpresa a las fuerzas de desembarco.

La estrategia japonesa les salió muy cara, pero tuvo éxito. La Flota Sur fue destrozada por los acorazados norteamericanos, en tanto que la Flota Norte, perdidos sus majestuosos portaaviones en la batalla de Cabo Engaño (y no es broma, se llama así), huyó en dirección norte perseguida por los buques de Halsey. Pero la estrategia suicida de los japoneses tuvo éxito: la poderosa Flota Centro llegó a la zona de desembarco, y comenzó a atacar con dureza a la fuerza de invasión estadounidense.

El mando norteamericano, para empeorar la situación, estaba disperso. El almirante Kinkaid, en el sur, estaba a las órdenes de MacArtuhr; Halsey, en el norte, respondía ante el almirante Nimitz, en Hawaii. El propio MacArthur, en sus memorias, atribuiría los fallos de la operación a la división del mando y la falta de enlaces entre las flotas. Cualquiera que fuese el motivo, durante la noche del 24 de octubre un buque japonés tras otro, entre ellos seis enormes acorazados, desfilaron por el Estrecho de San Bernardino. Lo único que los norteamericanos tenían en las inmediaciones era la Séptima Flota, una débil fuerza de destructores y escoltas.

Imaginen ahora el dilema que se le planteó al almirante Halsey. No había sido informado de los problemas en San Bernardino por fallos en las comunicaciones. Las fuerzas navales bajo su mando habían hundido ya cuatro portaaviones de la Flota Norte de Ozawa, y otros catorce buques estarían pronto al alcance de los cañones norteamericanos. Era una oportunidad de oro. Pero las llamadas de auxilio por parte de las débiles fuerzas que defendían las playas de desembarco eran cada vez más acuciantes. ¿Qué hacer? ¿Dar la vuelta para socorrer a los hombres que sus barcos debían estar protegiendo, aun a riesgo de llegar tarde? ¿Continuar la misión y terminar la destrucción de la Flota Norte?

Desde su puesto de mando a cinco mil kilómetros de distancia, el almirante Nimitz le envió un mensaje preguntando dónde se hallaba en esos momentos la fuerza naval que debía estar protegiendo la salida del estrecho de San Bernardino. Su nombre era Task Force 34, que se puede traducir como “fuerza de combate” o “fuerza de tareas”, y englobaba la mayor parte de los acorazados y cruceros de Halsey. Nimitz se preguntaba dónde estaba la Fuerza 34 y por qué se había unido a la Tercera Flota, abandonando su papel de piquete frente a las playas de desembarco. En realidad, la Task Force 34 sólo existía sobre el papel, ya que formaba parte integrante de la Tercera Flota, pero algunos (Nimitz entre ellos) pensaban en ella como una fuerza separada.

Y es aquí donde el gran error hace su aparición. Tres horas después de que las primeras llamadas de auxilio llegasen al almirante Halsey, Nimitz envió el siguiente mensaje, que incluyo aquí en su forma original:

TURKEY TROTS TO WATER GG FROM CINCPAC ACTION COM THIRD FLEET INFO COMINCH CTF SEVENTY-SEVEN X WHERE IS RPT WHERE IS TASK FORCE THIRTY FOUR RR THE WORLD WONDERS

Que puede traducirse aproximadamente así:

a) Relleno inicial: Pavo Trota al Agua

b) Indicador de comienzo del mensaje: GG

c) Destinatarios: de CINCPAC [Comandante en Jefe del Pacífico] Acción Com [para acción del Comandante] Tercera Flota Info [para Información de] COMINCH [Comandante en jefe de la Armada] CFT 77 [Fuerza Combinada de Combate 77]

d) Separador: X

e) Mensaje: Dónde está RPT [repito] dónde está la Fuerza de Combate 34

f) Indicador de fin del mensaje: XX

g) Relleno final: The World Wonders

Según cuenta David Kahn en su Codebreakers, el cifrador de Pearl Harbor introdujo una frase que “le saltó a la mente,” en violación de la regla según la cual el relleno final debía ser totalmente ajeno al mensaje. Hay quien afirma que se trataba de una alusión al famoso poema de Alfred Tennyson La carga de la brigada ligera. La acción que describió el poema de Tennyson se enmarcaba dentro de la batalla de Balaklava, cuyo 90 aniversario se cumplía el 25 de octubre, justo el día en que fue enviado el mensaje.

El problema viene de que wonder, como verbo, significa tanto “maravillarse” como “preguntarse,” en función del contexto. En el poema de Tennyson, the world wonders puede traducirse como “el mundo entero se maravilla”. Pero una traducción más literal puede convertirlo en “el mundo se pregunta” o, con algo más de estilo literario, “se pregunta todo el mundo”. De modo que, cuando el mensaje llegó al destinatario, el descifrador eliminó correctamente el relleno inicial, pero decidió dejar el relleno final, temeroso de que tal vez fuese parte del mensaje. De esta forma, Halsey leyó: “¿Dónde está, repito, dónde está la Fuerza de Combate 34? Se pregunta todo el mundo”.

Puedo imaginarme lo que sintió el almirante Halsey en ese momento. Se encontraba a punto de destruir a la Flota Norte japonesa, los mensajes de socorro procedentes de la débil flota que protegía las playas de invasión eran cada vez más angustiosos, la tensión se podía cortar con un cuchillo… y, de repente, recibe un mensaje con la coletilla “se pregunta todo el mundo”. Halsey lo consideró como un insulto a su honor. Tenía al enemigo a punto de caramelo, ¡y alguien a medio mundo de distancia le reprochaba haber dejado su puesto de guardia! Según cuenta el propio almirante Halsey,

Me quedé de piedra, como si me hubieran abofeteado. El papel temblaba en mis manos. Me quité la gorra, la arrojé sobre la cubierta y grité algo que me avergüenza recordar… estaba tan furioso que no podía ni hablar”.

Humillado y furioso, dio la orden de girar al sur. La flota japonesa, a apenas sesenta kilómetros de los cañones norteamericanos, escapó del mismo destino que había convertido en chatarra la Flota Sur ¿Habría actuado Halsey igual de no haber tenido su juicio nublado por la ira? El era consciente de que su Tercera Flota llegaría demasiado tarde para socorrer a los soldados de las playas, pero su orgullo herido le impedía tomar otra decisión: dio la vuelta y dejó escapar al almirante Ozawa y los restos de su flota. Como se esperaba, llegó demasiado tarde para intervenir en la batalla entre la Séptima Flota norteamericana y la Flota Centro de Kurita. Afortunadamente para los norteamericanos, Kurita fue incapaz de aprovechar el éxito táctico que tenía en bandeja, y tras sufrir fuertes pérdidas se retiró por el estrecho de San Bernardino, sin que los buques de Halsey pudiesen impedírselo.

Quizá la mayor víctima del “fallo de relleno” fue el orgullo del almirante Halsey. En sus propias palabras: “perdí la oportunidad con la que soñé desde mis días como cadete”“. Nada de duelos a cañonazos, nada de hundir una poderosa flota a la antigua usanza. Dos grandes acorazados convertidos y una docena de unidades de superficie (destructores y cruceros) consiguieron escapar de las garras de Halsey, cuya decisión de marchar al sur le valió solamente el hundimiento de dos cruceros ligeros y un destructor enemigos.

La flota de Ozawa constituía una fuerza poderosa sobre el papel, pero casi inerme, ya que apenas disponía de combustible, municiones o aviación. La misión de Ozawa era alejar a Halsey de la Flota Centro todo el tiempo posible, y lo consiguió. A pesar de ello, la batalla del Golfo de Leyte constituyó una aplastante victoria norteamericana. En cuanto a la Flota Norte japonesa, su supervivencia tuvo escasa relevancia. Después de las batallas aeronavales de octubre de 1944, la flota japonesa perdió prácticamente cualquier posibilidad de efectuar operaciones a gran escala. Incluso con los restos de la Flota Norte, el destino del imperio japonés estaba sellado.