Dejando aparte las fuerzas armadas y los servicios de inteligencia, la industria audiovisual es posiblemente la mayor usuaria de productos criptográficos del mundo. Año tras año, han desarrollado y desplegado protocolos de cifrado de todo tipo, destinados a controlar el uso y distribución de películas y discos musicales.
No siempre fue así. Antiguamente, las canciones y las películas se grababan y vendían en formato analógico: LPs, cassettes, cintas de vídeo. Cuando comenzaron a proliferar los dispositivos copiadores (magnetoscopios, cassettes de doble pletina), la industria se alarmó y exigió una regulación, llegando al extremo de intentar prohibir la tecnología del video doméstico.
Como la calidad de las nuevas copias era inferior a la del producto original, pronto se alcanzó un nuevo equilibrio. Los usuarios recibían permiso (implícito o explícito) para hacer una copia de menor calidad, lo que se llamaba “supuesto de bagatela,” en tanto que las copias múltiples con fines de reventa quedaban prohibidas. Por su parte, los vendedores recibían una compensación por las copias no vendidas. En España, dicha compensación fue introducida tras la aprobación de la Ley 22/1987. En la actualidad, el canon digital está en proceso de cambio.
Con la proliferación de los medios digitales y el desarrollo de Internet, la situación volvió a cambiar. Los usuarios ya podían realizar copias perfectas, indistinguibles del original, así como diseminarlas masivamente por todo el mundo en cuestión de segundos. Ya no sería necesario conformarse con una copia de menor calidad, ni esperar meses a que un disco publicado en Estados Unidos fuese lanzado en España. Ni siquiera hay que tener los conocimientos técnicos para realizar la copia, ya que basta que una sola persona sepa cómo hacerlo para que el resto de Internet aprenda la lección.
La industria audiovisual, por su parte, vio la ocasión para instalar nuevos sistemas de control y protección en sus productos. Tales sistemas, denominados genéricamente DRM (Digital Rights Management, Gestión Digital de Derechos) les permitiría no solamente restringir la copia indiscriminada, sino afinar en el control de sus productos. Se podría cobrar un producto en función del número de reproducciones; controlar cuántas veces al día puede reproducirse una película determinada; determinar lo que el usuario podría o no hacer. En la actualidad, hay operaciones prohibidas para el usuario, como saltarse los anuncios de inicio o el aviso del FBI de que piratear es ilegal, inmoral y engorda.
Durante años, la lucha entre los partidarios de los DRM y sus detractores se ha plasmado en la arena criptográfica: los primeros desarrollan todo tipo de sistemas de cifrado y firma digital para proteger sus productos, y los segundos utilizan técnicas similares para romper esas protecciones. Como resultado, hemos sido testigos de una larga y apasionante lucha entre el escudo y la espada, entre la protección criptográfica y el ataque criptoanalítico. A lo largo de estas líneas, examinaremos algunos de los sistemas utilizados por la industria de medios audiovisuales, y comprobaremos hasta qué punto han logrado el éxito.