TELÉFONOS MÓVILES

Hubo un tiempo en que tener un teléfono móvil era un símbolo de estatus social comparable a conducir un deportivo de lujo. El privilegiado dueño se pavoneaba con él en todo momento, lo dejaba bien a la vista y no lo dejaba ni para dormir. Parecía que le fuese a llamar un ministro de un momento a otro.

Si usted es lo bastante joven para no conocer aquella época, enhorabuena. Hoy, por el contrario, lo que llama la atención es no tener un móvil. Incluso yo tengo uno, y si preguntan a mi madre les podrá comentar que mi fobia a los móviles era legendaria. La tecnología móvil se ha convertido en algo tan común en nuestras vidas que resulta invisible, y hoy hablamos o tuiteamos con la misma naturalidad con que abrimos el grifo para beber un vaso de agua. Que se lo digan a mi sobrino de tres años: una vez lo perdí de vista un momento en una tienda Apple, y durante sus escasos segundos de libertad se las arregló para coger un iPod, encontrar la sección de juegos y ponerse a jugar con el Angry Birds.

Lo cierto es que, con los modelos actuales de móviles tipo smartphone, a los que solamente les falta hablar (y sí, algunos ya hablan y todo), es difícil resistirse. Los móviles se usan para hacer fotos, conectarse a Twitter, escuchar música y leer libros electrónicos. Son tan polivalentes que sirven incluso para efectuar llamadas telefónicas.

Y, por supuesto, disfrutan de un abanico amplio de vulnerabilidades. En la actualidad son noticia los fallos de aplicaciones que funcionan en smartphones; pero la telefonía móvil en sí, analógica al principio y ahora digital, conlleva sus propios problemas de seguridad. Veamos qué soluciones se aportaron para evitarlos, y en qué medida resultaron eficaces.