Capítulo 88

El repiqueteo de la ráfaga de la MP5K se confundió con el rugido de la 459.

Birch sintió el impacto de las balas en el cuerpo y, a pesar del chaleco que lo protegía, tenía la sensación de estar siendo golpeado por un martillo. Le faltaba el aire, se mantenía agazapado y seguía apretando el gatillo.

Una nueva bala le entró en la parte de arriba del brazo izquierdo y Birch soltó un grito de dolor.

Megan Hunter recibió una bala en el pecho y otra en el estómago.

Cayó hacia atrás y soltó la metralleta.

Birch gruñó y cayó de bruces, con la ropa empapada de sudor y de sangre y el cuerpo sacudido por una agonía intolerable. Ensordecido por los disparos y medio enceguecido por el fuego de las armas y el sol que brillaba arriba, se arrastró lentamente hacia el cuerpo de Megan Hunter.

Sólo en ese momento oyó la afanosa respiración de ella, y el ruido le recordó el aire que sale de un fuelle roto. Birch comprendió que uno de los disparos le había perforado un pulmón. Era el ruido de una ventosa. Cada vez que intentaba respirar, el aire le entraba a Megan por el agujero que había dejado la bala.

Estaba tirada, inmóvil, boca arriba, con los ojos abiertos y aún llenos de lágrimas.

—Se acabó, Megan —dijo Birch entre dientes.

—Nunca saldrás de aquí —contestó ella jadeando y sin mirarlo. Tosió, y un hilo de sangre brillante brotó de sus labios y se extendió por su cara—. No podrás sin mi ayuda.

—Tú me has traído aquí —dijo él jadeando—. Era tu intención desde el principio. Nunca quisiste que saliera.

Miró detrás de él el cuerpo del Niño de la Ira, después otra vez a Megan, que rápidamente estaba perdiendo el conocimiento.

—Morirás aquí —murmuró ella—. Has perdido.

—He acabado con los crímenes —respondió él—. Eso es lo más importante. El caso está cerrado.

Se acostó junto a de ella, escuchando la respiración del pulmón herido.

Poco a poco, el ruido fue haciéndose más débil, hasta que al final cesó.

Birch creyó que estaba muerta. Se hallaba lo suficientemente cerca como para alargar una mano y tomarle el pulso, pero le pareció que era inútil.

Se acostó boca arriba, atormentado por el dolor de todas sus heridas.

Arriba, el sol todavía resplandecía y le calentaba la cara. Sintió la necesidad imperiosa de cerrar los ojos, pero temió que, si lo hacía, no volviese a abrirlos nunca más.

Le apetecía un cigarrillo, pero cuando hurgó en el bolsillo de la chaqueta para coger uno, apenas pudo sentir los dedos; el dolor en la mano derecha era demasiado intenso.

Volvió a recostarse, otro sonido llegó hasta él. Uno que parecía distinguirse entre todos los demás.

Parecía una carcajada.

Tardó un poco en identificar su origen.

Estaba tirado a unos cincuenta metros de la Casa de la Risa. El marinero de la caja de cristal que estaba encima de la entrada se movía de un lado a otro en su prisión transparente. Los graves sonidos de alegría provenían de allí.

—Me cago también en ti —murmuró Birch, entregándose finalmente al olvido.

La carcajada retumbó por todo el parque de atracciones.

Y entonces Birch cerró los ojos.

FIN