Capítulo 85

Birch intentó sentarse.

Megan le dio una fuerte patada en la cara que hizo que la cabeza le golpeara contra el asfalto. Por unos segundos, el inspector creyó que iba a perder el conocimiento. La imagen de ella se le desdibujó.

—Puta —masculló entre dientes, agarrándole la pierna.

Ella dio un pisotón sobre su mano abierta.

El tacón de la bota se hundió con tanta fuerza que penetró la carne de la palma de la mano del inspector rompiéndole varios huesos del metacarpo.

Birch aulló de dolor y la miró con odio. Ella mantuvo un momento todo su peso sobre la mano, después aflojó un poco, con el cañón de la metralleta apuntándole a la cabeza.

—No soy una experta con esto, David —dijo impasible—, pero desde esta distancia no creo que pueda fallar.

—Puta de mierda —la insultó Birch jadeando—. ¿Has matado también a los hombres de la Unidad de Ataque?

—Yo sólo a uno de ellos.

—¿Por qué lo has hecho? —preguntó.

—No podía permitir que lo mataras. Ni que destruyeras esto.

Megan señaló el parque de atracciones.

—Pero tú me trajiste aquí a buscar al Niño de la Ira —gruñó el inspector—. ¿Para qué? Nadie tenía por qué enterarse nunca de esto.

—Sabía que una vez que vinieras aquí todo habría terminado —contestó ella—. Te habrías quedado en el libro. Habrías desaparecido. Nadie habría sabido dónde. Sin ti, la investigación quedaría cerrada. Nadie habría podido encontrar este lugar o al Niño de la Ira.

—Tú me trajiste aquí. —Birch hizo una mueca de dolor—. No entiendo por qué.

—Te lo he dicho, David. Para acabar con la investigación. Vosotros erais los únicos que sabíais algo sobre este sitio, sobre lo que Paxton y yo habíamos hecho. Sobre los asesinatos y sobre cómo habían sido cometidos. Con vosotros muertos, el Niño de la Ira estará seguro para siempre. Si vosotros hubieseis sobrevivido, seguiríais buscándolo.

—¿Para qué diablos quieres salvarlo?

—Paxton me preguntó lo mismo.

—Paxton inventó al Niño de la Ira —protestó Birch—. Lo imaginó. Lo soñó. Él lo creó, no tú.

Megan meneó la cabeza.

—Él no lo imaginó —explicó—. Nadie lo hizo. ¿No te das cuenta, David? El Niño de la Ira no es un producto de la imaginación de John Paxton. O de la mía. Es real. Está vivo. Es de carne y hueso, como tú y yo.

—Sandeces —gruñó Birch.

—¿Quieres una prueba? Sé que tu escepticismo la necesita.

Megan sonrió fríamente.

Johnson estaba tirado en silencio, a su lado, miraba y escuchaba, el cuerpo transido de dolor, pero lo suficientemente atento como para darse cuenta de que la pistola que había dejado caer estaba a algunos centímetros de la punta de sus dedos.

Si pudiese alargar la mano y coger la pistola, podría sorprenderla. El sargento comenzó a mover sus dedos temblorosos hacia la Glock y sintió el calor del asfalto.

—¿Los demás están muertos? —preguntó Birch.

Megan asintió con la cabeza.

—¿Y ahora qué? —continuó Birch—. ¿Nos matas a nosotros y se acaba la historia? ¿Qué va a pasar luego, Megan?

—Te buscarán, David, pero nunca te encontrarán. Lo sabes. Ni a ti ni a él. —Hizo una seña indicando a Johnson—. O a los otros cinco. Todo ha terminado.

—Y tú volverás al mundo real a esperar que ese maldito tumor te mate —le soltó Birch.

—Desdichadamente, sí —admitió Megan.

Las puntas de los dedos de Johnson estaban cada vez más cerca de la culata de la pistola, y seguían avanzando.

—¿A quién más matará el Niño de la Ira para ti? —preguntó el inspector.

Los dedos de Johnson estaban ahora a unos seis centímetros de la pistola.

—No queda nadie más —dijo Megan—. Te lo he dicho antes.

Tres centímetros más y Johnson lograría alcanzar el arma. Apretaba los dientes para mitigar el dolor lacerante de la parte inferior de su cuerpo. Una parte del hueso salido de la espinilla rozaba el asfalto; apretaba los dientes para no lanzar otro grito de dolor. Hizo un último esfuerzo para cubrir los pocos centímetros que lo separaban de la Glock, sus dedos acariciaron el metal.

—Pues si vas a matarnos, hazlo de una vez —dijo Birch desafiante.

Johnson arrastró la pistola hacia él.

El metal chirrió contra el asfalto.

Megan se volvió y, con una mirada de enfado, levantó la MP5K, pero rápidamente la mirada se le borró.

Birch se preguntó por qué sonreía.

Miró a su colega. Johnson tenía la pistola en la mano, listo para disparar a Megan. Ésta seguía sonriendo. Birch abrió los ojos. Quiso gritar para advertir a su sargento.

El Niño de la Ira estaba detrás de él y lo miraba.

El gran cuchillo curvo que tenía en una mano brillaba bajo el sol.