Capítulo 84

—No hay suficiente combustible para quemar todo el lugar —dijo Johnson jadeando.

Dejó caer otra de las garrafas de plástico que él y Birch habían sacado de la sala del generador y miró cómo su superior seguía rociando los escalones de la entrada de la montaña rusa.

Birch parecía abstraído de todo, excepto de la tarea que había emprendido. Había reunido las hojas de periódico tiradas por el parque frente a la puerta de la Sala de los Espejos y también había amontonado otros papeles delante de la Casa de la Risa. Ahora estaba empapando con combustible todo lo que se encontraba por el camino; cuando terminó, arrojó la garrafa vacía a la pista de la montaña rusa. Después, cogió otra garrafa y empezó a desenroscar el tapón.

—No hay suficiente como para quemar todo esto —repitió Johnson sujetando del brazo a su superior—. ¿Me oyes? Piénsalo. Y ¿qué vamos a hacer nosotros cuando esto empiece a arder?

—Este maldito lugar es de madera —gruñó Birch soltándose—. Está seco. Cuando uno de los edificios o de las pistas se incendie, los otros seguirán. El fuego consumirá todo el jodido parque. —Miró un momento a su compañero y siguió rociando con combustible todo lo que encontraba por el camino—. Voy a quemar a ese bastardo.

—¿Y los hombres de la Unidad de Ataque? —protestó Johnson, mirando al inspector alejarse dejando caer a su paso un reguero de combustible sobre el asfalto agrietado—. Si están dentro de uno de los edificios, cuando se incendie tendrán…

—Tendrán el tino de salir, ¿no? —lo interrumpió Birch fulminándolo con la mirada.

Johnson miró a su superior a los ojos y vio algo más que furia en su expresión. Algo con lo que no era posible razonar.

Birch esperó un momento, respiraba afanosamente, luego arrojó la garrafa vacía hacia la montaña rusa.

—No creo que les importe que matemos a ese cabrón, ¿no?

El detective miró alrededor y cogió otra de las hojas de periódico dispersas por el suelo del parque. Rápidamente la arrugó y la sostuvo frente a él, observando la montaña rusa con una sonrisa ladeada. Miró hacia abajo, al reguero de combustible que se extendía hasta la imponente construcción, consciente de que el líquido actuaría como una mecha en cuanto le prendiera fuego.

Cogió el mechero.

—Volvamos a la sala de control —dijo—. Dejemos que esto arda, observemos qué pasa desde los monitores del circuito cerrado. Veamos si ese cabrón sale al descubierto.

—¿Y si no sale?

Birch abrió el mechero. Le dio a la ruedecita y vio brotar unas chispas que finalmente se convirtieron en una llama. Prendió fuego a la hoja de papel que tenía en la mano y la blandió como una antorcha olímpica.

Mientras los dos retrocedían, Birch sonrió.

Miraban fijamente la escena delante de ellos, sintiendo en sus rostros el calor de la llama.

Ninguno de ellos vio la figura que tenían detrás.

Estaba inmóvil, con la metralleta baja, apuntando a los dos detectives.

Birch se disponía a echar el papel encendido al reguero de combustible cuando la figura comenzó a disparar.

Las ráfagas dieron contra el suelo de alrededor de los hombres; pedazos de asfalto volaron por el aire, y el silbido de las balas que rebotaban les zumbó en los oídos. Birch dejó caer la hoja de papel e intentó sacar la 459 de la pistolera para defenderse.

Johnson hizo lo mismo con la Glock que tenía debajo del brazo, rodó por el suelo, se levantó y corrió hacia la Sala de los Espejos, buscando protegerse del inesperado ataque.

Otra ráfaga barrió el suelo cerca de sus pies, varias balas le dieron en la parte inferior de las piernas. Una le destrozó el tobillo izquierdo. Otra le penetró en la pantorrilla derecha reventándole los músculos. Una tercera bala le pulverizó el hueso de la espinilla derecha y otra le voló el dedo gordo del pie. Johnson gritó de dolor, soltó la pistola y se desplomó sobre el asfalto. Se quedó allí tendido. Sentía como si alguien le hubiese metido los pies en plomo fundido. El dolor era insoportable y se esforzaba para no perder el conocimiento. La sangre que se esparcía alrededor de sus pies iba formando un charco oscuro.

Birch todavía estaba rodando, tratando de esquivar las balas; al final consiguió sacar la pistola automática y disparar dos veces hacia el agresor.

Los dos disparos se perdieron en el aire.

Hubo otra ráfaga breve de la metralleta, las balas rebotaron contra el asfalto cerca del inspector. Tres de ellas le dieron en el pecho y, a pesar de la protección del chaleco, el dolor del impacto fue muy fuerte. Estaba tirado casi sin respiración después de que una de las balas le impactara en el plexo solar. Sin embargo, fue peor aún cuando otra le entró en el codo izquierdo destruyéndole totalmente el hueso y provocándole un dolor lacerante.

Birch gritó de dolor y desesperación y volvió a disparar, pero ya no podía sujetar bien el arma y el disparo se perdió de nuevo en el vacío.

Los dos detectives yacían inermes, atenazados por el dolor, ambos mirando al agresor que se les había acercado con la MP5K aún apuntada hacia ellos. Birch vio la figura pasar por encima del papel encendido y aplastar la llama.

Johnson estaba semiinconsciente. Gemía y se miraba el hueso de la espinilla que no sólo le había traspasado la carne sino también el pantalón. La blancura del hueso brillaba bajo el sol, y de su interior partido manaba un líquido oscuro.

Birch todavía sujetaba la pistola con la mano derecha.

«Si pudieras disparar un tiro…»Le temblaba todo el cuerpo. El dolor del codo destrozado era atroz. Sin embargo, a pesar de la enajenación que eso le producía, sintió algo distinto cuando la figura se acercó a él, se detuvo a su lado y le pisó la muñeca derecha con el talón del pie hasta que él soltó el arma. A continuación, dio una patada a la pistola, que alejó unos metros más allá.

Una mezcla de rabia, miedo e incredulidad corrió como agua helada por las venas de Birch.

Miró a su captor.

Megan Hunter, impasible, lo miraba desde arriba.