Capítulo 70

Por un momento que pareció durar una eternidad, Birch se quedó sin palabras. No hacía más que mirar a Megan a los ojos.

—No hay otra manera —dijo ella.

Birch seguía callado. Los pensamientos se agitaban en su mente.

—Aún mejor. ¿Por qué no lo llamas? —dijo finalmente—. Y me lo traes aquí.

«¿Puedes oírte? ¿Te das cuenta de lo loco que estás? Ella va a meterte dentro de un libro a través de la escritura. Dime, ¿en qué manicomio quieres que te reserve una habitación?».

—El Niño te matará, David —dijo ella.

—Si lo esperamos con una Unidad de Respuesta Armada, no. En cuanto se asome, lo liquidamos.

—Estará preparado para eso. No es estúpido.

—Pero tú puedes escribir su muerte. Si tú lo controlas, también puedes manejar sus movimientos.

—Te lo he dicho antes. Él ya no me necesita. Se mueve libremente. Podría no responder cuando lo llamo.

Birch se pasó una mano por el pelo.

«Mira dónde te has metido. Ya ves. Un personaje de ficción podría decidir no asomar la cabeza de una maldita novela para que no se la puedas volar. Así de simple».

Birch respiró hondo.

—Vas a meterme en un libro —murmuró incluso esbozando una sonrisa—. Todavía no me lo puedo creer, Megan. A pesar de todo lo que me has contado.

Megan cruzó la habitación hasta el escritorio donde la esperaba su portátil.

—Entonces deja que te lo demuestre de nuevo —dijo, sentándose frente al teclado—. Tú crees en esos arañazos que tienes en la espalda. Crees que hemos hecho el amor. Deja que te mande a un sitio que te demostrará de una vez por todas que lo que digo es cierto.

Birch levantó las manos en un gesto de súplica.

—¿Qué tengo que hacer? —preguntó—. ¿Dar tres vueltas y contar hasta cinco?

—Sentarte, nada más.

Megan apoyó suavemente los dedos sobre las teclas del portátil. Birch, obedeciendo sus instrucciones, se quedó sentado.

—¿Cuál era el nombre de tu primera mujer? —preguntó ella.

—¿Para qué quieres saberlo?

—Dímelo.

—Claire —respondió Birch quedamente.

Megan comenzó a escribir, sus dedos se movían de prisa sobre el teclado. Birch observaba, escuchaba el ruido de las teclas y miraba las palabras que aparecían en la pantalla, demasiado pequeñas para que él pudiera leerlas. Se frotó los ojos, de repente se sintió cansado.

—¿Qué llevaba puesto la última vez que la viste? —preguntó Megan sin dejar de escribir en el teclado.

Birch se lo dijo, sentía cómo le pesaban los párpados.

Podía oír la voz de Megan, pero le parecía como si ésta le llegara desde una distancia remota. Las palabras se habían vuelto casi inaudibles. Birch quiso fijar la atención pero la imagen de la mujer se le desdibujó. Intentó pronunciar su nombre pero sintió como si alguien le hubiese cosido los labios.

Oyó música y, por un momento, pensó que lo estaba imaginando. Una música suave y tranquila que parecía como si sonara directamente dentro de su cabeza.

Después vio el ataúd delante de él.