Capítulo 69

—No pretendo hacerte ningún daño, David —contestó ella—. Tú no me has hecho nada.

—Podría arrestarte en este mismo instante. Lo que acabas de decirme equivale a una confesión. Aunque no hayas sido la ejecutora, eres directamente responsable del asesinato de cuatro personas.

—Pues detenme, inspector —dijo ella riendo y alargando los dos brazos—. Ponme las esposas. —Soltó una carcajada que al inspector le erizó los pelos de la nuca—. Estoy impaciente por ver lo que vas a escribir en tu informe. ¿Crees que alguien más aparte de ti va a creer en mi confesión? Piénsalo, David. Me ha llevado mucho tiempo convencerte. ¿Crees que serás tan persuasivo con tus colegas o ante los jueces?

—¿Qué quieres que haga? ¿Que me vaya de aquí como si tal cosa? ¿Pretendes que haga como si no hubiese oído nada? Has dicho que has estado con Paxton esta noche. Creo que los de criminalística descubrirán fácilmente que estabas en la habitación de Paxton casi en el mismo momento de su muerte, y van a querer interrogarte.

—¿Y después del interrogatorio?

Birch la miró irritado.

—¿Dónde carajo está esa cosa ahora? —bramó—. Ese Niño de la Ira, ¿dónde está?

—En su sitio.

—¿Hasta que vuelvas a llamarlo para que masacre a algún otro pobre diablo que haya tenido la mala suerte de cruzarse contigo en el pasado?

Megan lo miró con una expresión desafiante.

—¿Tienes otros asuntos pendientes que resolver mientras aún puedas hacerlo, Megan?

—Ahora ya no me necesita, David —dijo ella en voz baja.

—¿De qué diablos estás hablando?

—Del Niño de la Ira. Ya no es preciso que yo lo llame para que se presente.

—¿Qué diablos estás insinuando? ¿Que puede salir del libro de Paxton cada vez que le dé la gana?

—En cualquier momento. En cualquier lugar.

—Sandeces. Dijiste que había que convocarlo. Que tú o Paxton podíais controlarlo cuando cobraba vida.

—Nunca he dicho eso. Te he dicho que podíamos controlarlo pero no que dependiera de nosotros. Yo sólo me limité a hacerle de guía, David. Él tiene la libertad de ir y venir entre nuestro mundo y el mundo que fue creado para él. Entre la verdad y la realidad. Es la prueba final de la teoría de Cassano, según la cual la imaginación y el pensamiento pueden volverse tangibles. Aunque quemen todos los libros que Paxton ha escrito, el Niño de la Ira seguirá viviendo en el lugar que ha sido creado para él. Aun después de que yo muera, él seguirá viviendo. Puede aparecer cuando quiera y donde quiera. Es libre de matar a quien se le antoje. Y todos los que tienen libros de Paxton en sus casas son víctimas potenciales.

—¿Es eso lo que querías? Como tú vas morirte, que los demás se jodan, ¿no? ¿Que se mueran también?

—Nunca quise que pasara eso —contestó ella—. Que fuera libre de moverse entre nuestro mundo y el suyo.

—¿Quién diablos le dio entonces esa libertad? —preguntó Birch.

—Paxton, por supuesto.

—Y ¿por qué hizo eso?

—No lo sé.

El tono de Megan era casi apologético.

—Acabará matando a sus admiradores si lo que dices es cierto. Y Paxton seguramente no habría querido que eso ocurriera.

—Entonces tú tienes que detenerlo.

Birch la miró enfadado.

—¿Cómo voy a poder hacer eso? ¿Y tú qué vas a hacer? ¿Vas a pedirle que salga de uno de los libros para que yo pueda arrestarlo?

—No. Voy a hacerte entrar a ti en el libro para que lo encuentres.