Capítulo 68

—La respuesta está en sus libros —le dijo Megan al policía.

—Tonterías —espetó Birch con brusquedad.

—Estoy tratando de ayudarte, David —insistió ella—. Tengo razón respecto a los asesinatos, ¿no? Sobre las habitaciones cerradas por dentro, la falta de rastros del asesino, el hecho de que no lo vieran entrar ni salir, ¿verdad?

Birch asintió con la cabeza.

—Entonces ¿por qué no aceptas lo que te estoy diciendo? —preguntó ella.

—¿Que el asesino salió del libro, mató a sus víctimas y luego volvió a desparecer dentro del libro? No.

—Sin embargo crees en lo que pasó entre nosotros. En la relación sexual que tuvimos. Por eso te arañé, para que te dieras cuenta de que era más que un sueño. —Megan se acercó a él y le apoyó una mano en el muslo—. Cuando alcancé el orgasmo me pediste que mantuviera los ojos abiertos. Que te mirara. ¿Te acuerdas?

Birch quiso tragar saliva pero tenía la garganta demasiado seca.

—Es cierto —admitió, puso una mano sobre la mano de ella y se la apretó suavemente.

—Todo eso puede volver a suceder —dijo ella.

—¿Qué piensas hacer? ¿Escribir sobre nosotros?

Megan alargó la otra mano y le tocó la cara, mirándolo intensamente a los ojos.

—No necesito escribir —murmuró.

—Has estado con Paxton esta noche, ¿verdad? —preguntó él cogiéndole la muñeca. Ella apartó suavemente la mano de su cara—. En su hotel.

—Yo no lo maté —contestó la mujer apartándose un poco de él.

—¿Quién ha sido entonces?

—Te lo he dicho, la respuesta está en su libro. Léelo, David. Y a lo mejor lo comprenderás.

—Quiero que me lo expliques, Megan. Que me ayudes a comprender.

—Hay un personaje que aparece en cuatro de sus libros, incluido el último. Paxton lo ha llamado el Niño de la Ira. Un ser nacido del odio.

—¿Él es quien ha asesinado a Denton, Corben y Sarah Rushworth? ¿Ese… Niño de la Ira?

—Salía del libro, los mataba y después regresaba.

—¿Regresaba adonde?

—A las novelas de Paxton, donde vive en un vasto y desierto parque de atracciones. Por eso su nuevo libro se llama Los fantasmas del parque de atracciones. Paxton decía que pensaba usar al Niño de la Ira en otra novela más y que después lo mataría. Ha vuelto a decírmelo esta noche.

—Entonces ¿el Niño de la Ira mató también a Paxton?

—Sí.

—Pero ¿cómo ha podido él convocar a su propia creación para que lo matara?

—No ha sido él quien lo ha llamado. He sido yo.

—¿Por qué?

—Él sabía de mi enfermedad. Sabía que me estoy muriendo. Y como tú bien sabes, yo he hecho todo lo posible para que nadie se enterara de esto. Paxton me ha amenazado con contárselo a los medios de comunicación, ha dicho que iba a informarles de mi cáncer y de la historia que tuvimos.

—¿Por qué?

—Porque nunca aceptó que lo nuestro se acabara. Quería que volviéramos a estar juntos. Cuando yo lo he rechazado, ha intentado chantajearme diciendo que iba contarlo todo, sobre mi enfermedad y sobre nuestra historia. Y yo no podía permitir eso, David. Cuando me llegue la hora, no quiero morir rodeada de cámaras. No quiero que la prensa persiga a mis familiares y a unos amigos con asuntos de los que nada saben. Especialmente sobre mi hijo.

—¿Así que llamaste al Niño de la Ira para que matara a Paxton?

Megan asintió.

—¿Vas a arrestarme, David? —preguntó—. Aunque consigas convencer a una corte de que soy responsable de la muerte de Paxton, estaré muerta antes de poner un pie en la cárcel. Estoy condenada a muerte desde que descubrieron que mi tumor es inoperable.

Birch se pasó una mano por el pelo, tenía la cabeza a punto de estallar.

—Dios mío —murmuró.

—Piensa en los problemas que vas a tener para convencer a un tribunal de que acepte lo que acabo de contarte. Mira lo que me ha costado convencerte a ti.

—¿Por qué Paxton quería que Denton, Corben y Sarah Rushworth murieran? ¿Por qué ahora? Si tenía ese poder desde hacía diez años, ¿por qué no lo usó antes?

Megan se limitó a sonreír.

—Fuiste tú la que convocó al Niño de la Ira para que matara también a los otros, ¿verdad? —preguntó Birch sabiendo la respuesta—. Tú, no Paxton. Has sido tú, ¿verdad? Desde el principio. ¿Por qué, Megan?

—Tú sabes bien que cuando uno descubre que va a morir pasa por tres estados mentales distintos. La negación, la rabia y la aceptación. —Megan inspiró hondo—. Pues también hay otro estado: la amargura. —Su tono de voz se hizo más firme—. Cuando me comunicaron que iba a morir me sentí engañada. A mi modo de ver había otras personas merecían morir más que yo. Gente como Donald Corben. Un hombre que había sido tan despreciativo con mi trabajo y con el de tantos otros. La gente como Corben no sirve para nada. Existen sólo para destruir. Su principal objetivo es causar problemas a la gente que no puede vengarse de ellos. Me sentí como si estuviera atando cabos sueltos. Así de simple. —Esbozó una tímida sonrisa—. No hay nada peor para una novela que dejar cabos sueltos y situaciones irresueltas.

—¿Y qué me dices de Frank Denton? ¿Por qué tenía que morir?

—Él leyó mi primera novela. Me dijo que prometía, pero que tenía que trabajarla. Que nos encontráramos una noche para cenar y discutir sobre el tema. Yo era inocente. Una estúpida. De modo que acepté. Me dijo que si nos acostábamos haría que la novela fuera aceptada. —Miró al vacío—. Le creí y me acosté con él. Tener éxito era lo que más quería. Ése era el precio que estaba dispuesta a pagar en aquellos días. —Megan sonrió al detective, pero no había alegría en su expresión, sólo una especie de tristeza—. Y lo más gracioso es que, después, él rechazó mi novela. Fue aceptada por otra editorial.

—¿Y Sarah Rushworth? ¿Qué mal te había hecho ella? ¿Estabas celosa porque tuvo un romance con Paxton?

—Él se lió con ella menos de un mes después de que mi hijo naciera.

—Pero ella no sabía nada de eso. Has dicho que nadie sabía nada del niño ni de tu relación con Paxton.

—Ella me traicionó. Que lo hiciera sabiéndolo o no, no cambia nada.

—¿Por eso la mataste?

—Paxton se contagió de ella —dijo Megan—. Una enfermedad venérea. Que luego él me pasó a mí. Ella se la pasó a él y él me la pasó a mí. Sarah me contagió, David.

—Fue Paxton quien lo hizo. Era él el que andaba acostándose con todas.

—A él lo contagió esa puta. Y, como te he dicho, estoy intentando atar cabos. Pronto voy a dejar este mundo. Sólo quería asegurarme de que otras personas menos merecedoras no gocen de la vida que a mí me ha sido negada.

—¿Cuántos más tienen que morir para que te sientas satisfecha, Megan? —preguntó Birch—. ¿Cuánta más gente te ha dado tanto la lata en tu vida para que desees verla muerta? ¿Quién más te ha dado tantos palos como para que quieras llevártelo contigo? —Birch la miró desafiante—. ¿Y yo qué? Ahora conozco todos tus secretos. ¿Cuándo vas a llamar al Niño de la Ira para que me mate?