Mientras conducía en medio del tráfico nocturno, Birch se sentía ahíto, intoxicado por la cantidad de información que había absorbido durante el día.
«Contrólate».
Apretó el freno, por poco no chocó contra un taxi que se había detenido para recoger a un pasajero.
«Concéntrate».
La cabeza le daba vueltas. La enfermedad de Megan. ¿Cómo diablos había hecho para guardar el secreto ante tanta gente durante todo ese tiempo? Y el hijo que había tenido. Paxton había sido cómplice de ese engaño, pero ¿por qué?
Y como si no fuera suficiente, estaba ese sueño que había tenido. Un sueño que recordaba cada vez que sentía molestias en el hombro. Ni siquiera lo había comentado con ella. Con el catálogo de revelaciones que había tenido que tragarse, aquello parecía casi insignificante.
Casi.
Había sido un sueño. Nada más.
Pero los sueños no dejan marcas, ¿o sí las dejan?
¿Qué había sido si no? Se supone que tenía que limitarse a los hechos. Los hechos, puros y duros.
En el sueño, ella lo había arañado, y él tenía ahora esas profundas marcas en la espalda que sólo unas uñas podían haberle hecho.
«A veces, lo único que necesitas es creer». La voz de Megan retumbó en su cabeza y casi se saltó el semáforo al que se estaba acercando. Frenó y esperó; tenía la ventanilla abierta y la mirada fija al frente.
¿Creer en qué? ¿En lo que ella le había contado sobre su libro? ¿En la filosofía de un oscuro filósofo italiano del siglo XIII?
El inspector miró el reloj y vio que eran casi las once y diez de la noche. Pensó que, si no encontraba mucho tráfico, llegaría a su destino hacia las doce.
El semáforo se puso en verde y Birch arrancó un poco demasiado rápido, haciendo patinar los neumáticos.
La brisa que entraba por la ventanilla le secaba el sudor de la frente. Era una noche calurosa, húmeda y pegajosa.
«Megan se está muriendo».
Meneó la cabeza.
«Eso no tiene nada que ver con tu investigación. ¿Y el hecho de que haya tenido un hijo con John Paxton hace diez años? Una criatura que murió cuando tenía un año. ¿Tiene eso algo que ver?
Siguió adelante.
«Es un asunto privado. Eso no va a ayudarte a encontrar al asesino de Denton, Corben y Sarah Rushworth, ¿verdad?».
La visión del rostro de Megan ocupaba toda su mente.
El doctor le había dicho que al cabo de dos o tres meses ella moriría.
«Otra vida desperdiciada. Como la de tu primera mujer. ¿Quizá por eso lo sientes tan intensamente? Los recuerdos que vuelven, ¿no? Megan tiene más o menos la misma edad que tenía ella».
Meneó la cabeza de nuevo como si así pudiera borrar todos esos pensamientos. Alargó una mano para encender la radio del coche. A lo mejor un poco de música calmaría la agitación de su mente.
Un niño. Hijo de John Paxton. ¿Por qué le habría mentido?
Subió un poco el volumen.
«Eso no tiene nada que ver con el caso. Olvídalo».
Birch se movió en su asiento. Hizo una mueca de dolor cuando volvió a sentir el arañazo en la espalda.
El sueño. Placer y dolor al mismo tiempo. Tan intensos.
—Mierda —exclamó, mirando fijamente hacia delante y aumentando la velocidad del coche. Miró de nuevo el reloj.
«Hay otras cosas a tener en cuenta ahora. Concéntrate. Aclara tu maldita mente».
Quince minutos más y habría llegado a su destino.