Birch sintió como si le dieran un puñetazo en el estómago. Tragó saliva y frunció aún más el entrecejo mientras seguía mirando a Crombie fijamente.
El médico se limitó a encogerse de hombros con un gesto de impotencia.
—La hemos medicado, claro —continuó—. Pero las drogas apenas tienen efecto sobre el crecimiento del tumor.
—¿Y la radioterapia? —preguntó Birch—. ¿La quimioterapia?
—Ha rechazado todos los tratamientos salvo los medicamentos, que ha aceptado a duras penas. Creo que mi admiración por ella incluso ha aumentado con el tiempo.
—¿Cuánto tiempo le queda de vida?
—Tres meses, probablemente seis, si tiene suerte.
—Pero yo la he visto, y no parece alguien que vaya a morirse.
—Ha perdido un poco de peso, pero aparte de eso su aspecto no ha cambiado mucho. No se le notará hasta el último mes más o menos.
—¿Cuánto tiempo hace que la atiende?
—Esta vez siete meses. Vino a verme quejándose de pérdida intermitente de sensibilidad en los dedos del pie derecho. No tenía otros síntomas. Todos los años viene a hacerse un control general. Le hicimos escáneres de todo el cuerpo. Así es como descubrimos el tumor. La biopsia determinó que era maligno.
—¿Quiénes saben que está enferma?
—Usted y su colega, mi equipo, y las personas a quienes ella haya decidido contárselo.
—Dios mío —suspiró Firch.
—Como ya les he dicho, preferiría que Megan Hunter no se enterara de que ustedes están al corriente de este asunto —dijo el doctor.
Birch y Jonson asintieron con la cabeza.
—¿Por qué no aceptó la radioterapia? —preguntó Birch.
—Sabía que eso sólo demoraría un desenlace inevitable. La radioterapia y la quimio ralentizarían el desarrollo del tumor pero no pueden curarla. La señorita Hunter fue informada sobre los efectos secundarios. —Sonrió afectuosamente—. Dijo que le gustaban sus cabellos, y que preferiría no terminar su vida con la cabeza como un huevo hervido. Esas fueron sus palabras. Como ya le he dicho, siento una gran admiración por la manera en que aceptó su situación. La mayoría de enfermos terminales pasan normalmente por tres etapas distintas.
—Negación, rebeldía, aceptación —completó Birch—. Lo sé. Mi primera mujer murió de cáncer. Sé bien lo que tuvo que sufrir.
—Lo siento mucho —dijo Crombie.
Birch esbozó una sonrisa.
—Sí, yo también.
—La señorita Hunter no ha demostrado haber pasado por ninguna de las dos primeras etapas desde que se le comunicó el diagnóstico. En todo caso, no en mi presencia ni en la de mi equipo. —Bajó la voz, que se volvió reverencial—. Lo que ella viva en privado, es otro tema.
Birch se levantó y le alargó la mano al doctor Crombie.
Éste se la estrechó calurosamente.
—Gracias por su ayuda, doctor —dijo el inspector—. Ya no lo molestamos más.
—Me hubiese gustado poder darles una información distinta.
Johnson también le estrechó la mano al doctor y, dándose la vuelta, los dos policías se encaminaron hacia la puerta del despacho.
Al llegar a ésta, Birch vaciló y se volvió para mirar al doctor.
—Perdone, doctor, usted ha dicho que ella es su paciente desde hace siete meses «esta vez» —dijo—. ¿Megan Hunter ha recibido antes tratamiento en la clínica?
—Sí —contestó Crombie.
—¿Por la misma enfermedad?
—Oh, no, gracias a Dios, no. —El doctor sonrió con añoranza—. Fue por algo mucho más agradable y que me complace recordar. Aquí dio a luz a su hijo.