Birch miró a Megan por encima del borde de la taza, después la bajó con una sonrisa en los labios.
—¿Y qué vas a mostrarme? —preguntó—. ¿Me vas a mandar al Infierno, como hizo Cassano con Dante?
Megan permaneció impasible. Sin rastro de sonrisa.
—Trato de que entiendas —contestó con cierto tono de reproche—. Te he hablado de la doctrina de Cassano. Ahora quiero mostrártela, pero tú crees que estoy bromeando.
—Yo no he dicho eso, Megan.
—Entonces ¿qué estás diciendo?
—Mira, tú misma me has contado que Cassano obviamente creía en su propia filosofía. Pero que nunca dijo si creía que esa filosofía podía ser puesta en práctica.
—Pero sí te he dicho que, supuestamente, Dante había regresado del Infierno con una piedra que había recogido allí, y con una herida en la mano que un demonio le había hecho.
—Supuestamente. Supuestamente.
Se miraron en silencio un instante, después Birch continuó:
—Piensa en esto desde un punto de vista lógico. ¿Un pintor que puede entrar en el lienzo que ha pintado? ¿Un escritor que puede formar parte de lo que ha escrito? La idea es fascinante, pero…
—Ridícula —lo interrumpió Megan irritada—. Es lo que ibas a decir, ¿no?
—Tú misma lo has dicho, Megan. Era una creencia. Nada más.
—A veces la lógica no es la única respuesta, David.
—Bueno, para mí sí. Y en este caso también. La lógica es lo único que me ayudará a encontrar al asesino de Denton, Corben y Sarah Rushworth.
—Tú me has pedido que te hablara de Cassano, David. Yo me he limitado a responder a tus preguntas. Quería ayudarte. Necesitaba tu atención, no tu adhesión incondicional.
—Soy un policía —la cortó él bruscamente—. Una parte de mi trabajo consiste en seguir pistas. No te sorprenda que trate de identificar una de ellas. La filosofía de Cassano, su libro y lo que tú me has contado pueden ser cruciales en este caso. Necesito entender, Megan. En la medida de mis posibilidades.
Hubo otro silencio. Megan se bebió el resto de la taza y se sirvió más té. Le ofreció a Birch pero el inspector dijo que no con la cabeza.
—Será mejor que me vaya —dijo él con un suspiro, y se levantó—. Voy a dejarte en paz.
Megan también se levantó. Sin tacones era mucho más baja que Birch, y al inspector le pareció muy frágil. En sus ojos vio una tristeza que antes no había notado.
—He pasado una noche fantástica, David —murmuró—. Gracias.
—Quizá podamos repetirla alguna vez —respondió él.
—¿Cuando ya no sea sospechosa?
Sonrió.
Birch afirmó con la cabeza.
Lo acompañó hasta la puerta.
—Gracias por el té —le agradeció él, consciente de la torpeza de esas palabras. El corazón le latía un poco más rápido que de costumbre—. Te llamaré —se dio la vuelta para marcharse pero entonces se detuvo—. Cierra la puerta con llave —dijo—. Y mantenla cerrada. Haz lo mismo con las ventanas.
Megan asintió.
—David —lo llamó ella cuando él se dirigía a la escalera—. Piensa en lo que te he dicho. A veces lo único que necesitamos es creer.
Lo siguió un momento con la mirada, después cerró la puerta con dos vueltas de llave, fue rápidamente hacia la sala de estar y salió al balcón. Vio a Birch abajo, abriendo la puerta de su Renault.
—¡Llámame! —le gritó ella.
Birch levantó una mano y le sonrió.
—Vuelve dentro —le dijo.
Lo vio entrar en el coche. Birch puso el motor en marcha y arrancó. Megan vio cómo desaparecía en medio del tráfico, entró en el apartamento, y cerró las puertas del balcón.
Las cerró con llave.