A medida que el sol se hundía cada vez más detrás de los edificios de Londres recortados contra el horizonte, sus colores se derramaban por el cielo como la sangre en un papel secante.
—Qué bonita se ve la ciudad desde aquí —observó Megan tocándose con la servilleta la punta de la boca y contemplando la vasta metrópolis—. Parece más limpia.
—Desde donde yo la miro no siempre lo parece —dijo Birch.
—No, imagino que no. Debes de haber visto cosas tremendas en todos estos años.
—Cosas de las que no te gustaría oír hablar en una cena.
Birch se llevó un bocado a la boca.
—¿Por qué te hiciste policía?
—Ni me acuerdo. —Se encogió de hombros—. No voy a darte argumentos del tipo hay limpiar el mundo de gente mala. —Sonrió—. Pero sé que, por aquel entonces mis motivos eran bastante puros. Con los años han cambiado. Yo he cambiado. Mi segunda mujer solía decirme que lo que más me importaba era el caso en el que estaba trabajando. Que sin eso no era nada.
—¿Crees que tenía razón?
—Puede que sí. La verdad es que no puedo vivir sin esto. Algunas personas lo llaman obsesión.
—¿Y tú cómo lo llamas?
—Dedicación. No permito que nada se interponga en mi trabajo.
—¿Ni siquiera dos matrimonios?
—No fui yo quien decidió terminar con el primero. —Lo dijo con un cierto énfasis que Megan no dejó de percibir—. No esperaba que mi mujer muriera de cáncer.
—Lo siento —dijo ella en voz baja.
—¿Y tú? —preguntó Birch cogiendo el vaso—. ¿Nunca te cansas de escribir?
—No. Lo veo como un privilegio. Gano lo suficiente como para seguir haciendo un trabajo que me gusta y que en realidad no siento como un trabajo.
—¿Qué hacías antes de escribir?
—Trabajos temporales. He trabajado en bares y restaurantes como camarera para pagarme los estudios y conseguir el título. Después enseñé en algunas escuelas secundarias, pero nunca dejé de escribir. Esperando dar el gran salto. Creo que fui la primera sorprendida cuando finalmente sucedió y publicaron mi primer libro.
—Debe de ser una emoción muy fuerte, entrar en una librería y encontrarte con tu libro.
—Supongo que tú sientes lo mismo cuando atrapas a un asesino. —Lo miró a los ojos—. Probablemente es lo que sentirás cuando encuentres a la persona que mató a Frank Denton, Donald Corben y Sarah Rushworth. Después de todo, de eso íbamos a hablar, ¿no? —Bebió un sorbo de vino tinto—. ¿Estás cerca de encontrar al asesino? ¿O es un asunto clasificado?
—Querrás decir confidencial. Me parece que has visto demasiadas series americanas de policías. —Sonrió—. Sé que no mataste a Sarah Rushworth, si eso puede consolarte. Apostaría una suma importante de dinero a que tampoco mataste a Frank Denton ni a Donald Corben. Lo que quisiera saber es por qué en los tres lugares del crimen había ejemplares destrozados de tu último libro.
—David, si lo supiera, te lo diría. Solamente espero que la prensa no se entere de ello. No creo que sea beneficioso para las ventas que el público sepa que ejemplares de Las semillas del alma fueron encontrados hechos trizas en los lugares de los crímenes.
—Apuesto a que a John Paxton eso no le importaría. No es una publicidad tan mala, ¿no?
—Bueno, yo no soy John Paxton.
Megan miró por la ventana y vació el resto de la copa.
—¿Conocía Paxton a Sarah Rushworth?
—Por supuesto —dijo Megan, y miró a Birch a los ojos—. Tuvieron una historia.