Capítulo 44

Mientras subía en el ascensor al piso veintiocho del Hotel Hilton, en Park Lane, Birch se miró en los espejos de las paredes. Se ajustó la corbata, se sacudió algunas motas de polvo imaginarias del traje gris oscuro y volvió a pasarse la mano por el cabello. Después se miró los dientes en el espejo.

«Lo harás».

Cuando el ascensor se detuvo, salió y giró a la izquierda, hacia el bar Windows. Un miembro del personal le dio la bienvenida, las notas de una guitarra acústica resonaban en el cálido ambiente.

Birch miró a un grupo de clientes que charlaban sentados en grandes sillones de cuero, cerca de la entrada, pero la persona que él estaba buscando se encontraba al fondo de la sala, absorta en la magnífica y panorámica vista de Londres que se ofrecía a sus ojos a través de los amplios ventanales del bar.

Cuando el inspector se acercó, ella volvió la cabeza y le sonrió.

Megan Hunter lucía un vestido rojo sin espalda cuya falda le llegaba un poco más arriba de las rodillas. Llevaba una chaqueta negra liviana sobre los hombros y unas sandalias de tacón alto que acentuaban la bella forma de sus piernas impecables. El cabello rubio estaba ligeramente asalvajado.

A Birch se le ocurrieron toda una serie de clichés para describir su aspecto, pero el más adecuado de todos le pareció: impresionante.

Meneó la cabeza y sonrió al sentarse frente a ella.

—No le importa que nos hayamos encontrado aquí, ¿verdad? —preguntó ella apurando el aperitivo.

—En absoluto —respondió él—. Es un sitio muy bonito. Gracias por sugerírmelo.

—No estaba segura de que fuera…, ¿cómo decirlo?, lo más adecuado.

—El ¿qué? ¿Salir a cenar con alguien? No creo que mañana me torture a causa de eso.

—¿Aunque sea una sospechosa?

—Nadie sospecha de usted, señorita Hunter.

—Por favor, inspector —le cortó ella—. Estamos sentados en uno de los restaurantes más famosos de Londres y vamos a cenar juntos, me gustaría que me llamara por mi nombre y me tuteara.

—Lo siento. Es la costumbre.

—Y si no infrinjo ninguna regla, a mí también me gustaría llamarte por tu nombre. Es David, ¿verdad?

—O Dave, si te gusta más. No me entusiasma mucho que me llames Davey, pero si quieres…

Megan sonrió.

—Creo que David está bien —dijo ella riendo.

—Gracias, Megan —respondió él, y llamó al camarero—. Un agua mineral, por favor.

El camarero se retiró a buscar el pedido.

—¿Soy la única que va a beber esta noche? —preguntó ella tomando otro trago.

—Técnicamente, aún estoy de servicio. Pero no dejes que eso modifique tus costumbres. Si quieres emborracharte, eres libre de hacerlo. —Los dos rieron—. Me disculpo de antemano por las posibles llamadas al móvil, pero estando la investigación tan avanzada… —Dejó la frase en suspenso.

—No te preocupes. Lo entiendo.

El camarero volvió con el agua mineral para Birch, le sirvió un poco en la copa y se marchó.

—Me alegra que hayas aceptado venir aquí esta noche —dijo ella—. Si tenemos que hablar, he pensado que era mejor hacerlo en un ambiente más agradable.

—¿Quieres decir que te ha parecido mejor que ir conmigo a Scotland Yard?

Megan volvió a reírse. Birch se dio cuenta una vez más de lo contagiosa que era su risa y no pudo evitar unírsele.

—Llevemos nuestros vasos al restaurante —dijo ella mientras cogía el suyo y de paso la cuenta—. Pagaré yo. Después de todo, soy quien ha escogido el lugar y quien te ha pedido que vinieras.

Birch meneó la cabeza.

—Sé que puede parecer anticuado, pero pagaré yo —insistió él mientras miraba la nota.

—Muchas gracias —respondió Megan sonriendo.

—¡Caramba! —murmuró Birch sacando la billetera—. Disculpa, pero nueve libras por un aperitivo y un agua mineral… Después de todo, quizá tendría que haberte llevado al Departamento de Policía. Hubiese resultado más barato.